La búsqueda/Lo experimental/ y 3
el objeto escénico
Hay un tema que ha sido motivo de reflexión de filósofos, no tanto de artistas escénicos: el objeto. Se suele decir “el sujeto en situación de representación”. ¿Y el objeto en situación de representación? Es muy conocida la anécdota del escultor Brancusi cuando trataba de ingresar a Nueva York portando su obra “El pájaro en el espacio”, obra en bronce, y querían cobrarle impuesto como metal en bruto. Brancusi aducía que se trataba de una obra de arte y que como tal estaba, estaba exenta. El oficial de aduana le dijo que o pagaba o le retenía lo que para él no pasaba de un trozo de metal. Es más, que si insistía en no hacerlo, lo detendría a él y a otra cosa. Estas aduanas demuestran a las claras lo que tienen de librecambistas los estadounidenses. Cuestión que hubo que recurrir a la justicia para que liberaran la entrada de la obra, previo a demostrarle a las autoridades aduaneras que ese pedazo de metal conllevaba una abstracción que la incorporaba al rango de arte. A regañadientes el oficial, y sin ahorrarse una sonrisita irónica y piadosa que dedicaría seguramente a los posibles espectadores de tal engendro (una de las obras maestras de la escultura del siglo XX), acató la decisión del juez y franqueó la entrada al pedazo de metal. Es decir, ese objeto Brancusi, en tanto Brancusi, es un objeto pensable, disfrutable. Si no mediara esa instancia abstractiva, ese objeto sería un anónimo e indigno pedazo de nada como lo era para el oficial de aduana, y por eso mismo, indigno de pensamiento. Ahora, un objeto, real o no, que pasa por el velo o la pátina de la escena, en qué muta o cambia su sustancia como para devenir mirable y eventualmente pensable. Por empezar, el objeto ocupa un lugar, y si bien, malas resoluciones artísticas hacen muchas veces que los objetos parezcan estar por estar en ese lugar, sabemos que es difícil que sea así, porque nunca falta un crítico agudo que se da cuenta y lo remarca: “ese objeto es superfluo, está demás en la escena”. ¿Cuál es el crímen? Y, podrá pensarse: cuesta tanto dar sentido a la escena, que todo lo superfluo se lo saca. Lo superfluo amenaza de vacío a la escena. Ya no el vacío pleno de toda vaciedad seductora de la plenitud, no, se lo saca porque no se puede pensar sin pensar ‘algo’ y ‘algo’ es el objeto. Algo es algo porque es objetivable, digamos. Y un objeto des-objetivado, es una calamidad, un atentado a su identidad, un crímen de lesa artisticidad. Es que el objeto del pensar es objetivable, incluso como idea, como intangibilidad, como humo, como energía o quién sabe qué. Es decir, el objeto es todo aquello a lo que se dirige un acto psíquico. Y todo acto psíquico es un acto de representación, de juicio, de sentimiento. Esto quiere decir que el objeto ayuda a que pase algo en la medida en que promueve un acto. Para nosotros el acto de un objeto es su presencia, ¿no? Y es por su presencia que yo acuso recibo como espectador. Ya no digamos que el objeto nos habla, porque así como el aduanero de Nueva York, lo faltarán los que están dispuestos a cortarnos el paso por tarados. Pero es en realidad así. El acto, en este caso, es el habla del objeto. No hay objetos inocentes. Y el crímen digamos, es lo meramente decorativo, o sea, si el objeto está de balde en la escena, está calificando la impropiedad de dialogar. Entonces, si es así, se trata de que tenga vida. Pero ¿cómo hacer para que el objeto tenga vida y su existencia escénica permita la prosopopeya animada con el actor y el espectador?
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una lógica objetal
El antropólogo Jakob Johann von Uexkull dice que para conocer un objeto uno lo ataca. Si es una manzana, la muerde para saber si es dulce o aún ni eso, para saber simplemente qué es. Si vemos un sillón mullido, nos tiramos de cabeza, para comprobar cuán agradable es hacerlo. Sin ese pasaje, nada sabríamos de los objetos. Un experimentador procura ‘experiencias’ libres de ruidos, cada vez más refinadas. En ese juego, es propio también que uno mismo se prevea como objeto. La experiencia nos procura leyes físicas, naturales, claras y limpias. Kant se preguntaba: “¿cómo se produce una experiencia?” En esta lógica objetal uno no escatima en romperle el corazón a su pareja para hacer su experiencia que luego llama amor. Lástima que no pocas veces, al tenerla, quizá sepamos algo del amor, pero a costa de quedarnos sin nuestra/o amada/o. De estas crisis y reconciliaciones, han surgido no pocos matrimonios, con lo cual, para algunos, no hemos hecho más que arruinar la experiencia. Quiero decir, que la experiencia no se basa sólo en leyes físico-químicas, en un conocimiento por vía externa. En un proceso experiencial hay un objeto y un sujeto (como vemos, hasta otros sujetos, aún supuestamente amados, son pasibles de objetivizarse ante nuestro maltrato). La gramática de la creación refiere entre otras cosas, también a este proceso. Se trata no sólo de conocer al objeto sino al sujeto conociente, y conociendo. Es decir, se empieza sustantivo y se deviene adverbio. En nuestro idioma el presente progresivo revela un proceso activo que está ocurriendo en el momento. Cuando la experiencia del sujeto sobre el objeto es neutralizada, investigando directamente el objeto que ha sido percibido por el sujeto, damos con lo que es el procedimiento de la mística, el de promover un trance que puede precipitar un paso fundamental: conocer el objeto tal cual es, valiéndonos del que la subjetividad armó en nuestro interior. Ese objeto, así, puede estar falseado y a ese conocimiento, ¡cuidado!, lo llamamos de forma parecida: ‘mistificar’, falsear. Los objetos estimulan los sentidos a través de calidades, texturas, intensidades. La experiencia personal del sujeto sobre el objeto, es particular. Cuando los sentidos captan de donde ha de provenir la percepción, focalizan. Esa focalización perceptiva, focaliza también al cerebro y por ende a nuestra atención. Mediante la atención observamos, clasificamos, elegimos, sacamos conclusiones. Cuando a esa experiencia la objetivamos, la proponemos como objeto en sí mismo capaz de estimular a otro. La experiencia objetiva, en trance inter-subjetivo, tiene alcances infinitos o por lo menos tan amplios como se proponga el postulante. Están los estímulos que van a los centros primarios, al cerebro reptiloide y están los que van al cerebro evolucionado, el cerebro frontal. Antes de la experiencia está la sensación. Después de la experiencia, subjetivamente se puede reproducir la sensación sin necesidad de estímulo. En todo caso, el estímulo es interno. Aquí la ley de afinidad de las sensaciones está fuera del espacio. Cuando las sensaciones son ajenas al espacio, son aperceptivas. Nuestra intimidad de ojos cerrados, es aperceptiva. Nuestro teatro íntimo, también. ¿Será por eso que una intimidad perceptual ha de vivirse o plantearse como ‘extimidad’?