Zona de mutación

La búsqueda/lo experimental/1

La diferencia del título no pretende ser un purismo sino que responde, más bien, al objetivo de disponer de una ‘lingua franca’ en la que podamos entendernos. Creo que no es lo mismo decir ‘teatro de búsqueda’ a que el teatro sea un vehículo de búsqueda. Convengamos que en el siglo XXI, cuando uno dice ‘búsqueda’, más que hacer referencia a una especie de metodología garante de un correlato de nuestro tiempo, bajo la forma de que es lo que nuestro tiempo necesita, se suele aludir a un género que no se ha basado en los grandes relatos técnicos, sino que apunta a una ruptura del statu quo. La fórmula ‘teatro de búsqueda’ empezó a ser común por los ‘60, pese a que una ‘búsqueda activa’ se le puede adjudicar como voluntad a todo el teatro de la segunda mitad del siglo XX, pero también a todas las vanguardias históricas, esto es, a parte del teatro de la primera mitad del siglo pasado. En “La danza de la realidad” de Jodorowsky tenemos un ejemplo, entre tantos, muy útil y orientador de lo que esto supuso en el ámbito latinoamericano, en un momento dado. Lo mismo que, por caso, ya cuando Diderot se peleaba con las autoridades de su tiempo y lo censuraban y prohibían porque “el teatro debía cultivar la virtud y librarnos de los malos que nos rodean, así como permitir al espectador viera en escena a las personas con las que les gustaría convivir”, estaba haciendo una búsqueda ‘reformadora’, según término al que es afecto Barba. Y Calderón que aunaba la preceptiva e iconografía cristiana, no sólo hacía ideología, buscaba conmover moralmente al público. Y los griegos que buscaban hacer de su teatro una herramienta democrática, creo que igual. Entonces, retornando, cuando Picasso decía “yo no busco, encuentro”, lo hacía no sólo harto de la petición de principio de los artistas ricos en declaraciones pero avaros en la muestra de los resultados, con lo que presuponía una reacción a la frase antagonista: “yo no encuentro, busco”. De esta manera ‘búsqueda’ no parece ser un término que nos indique mucho hoy en día, sino que detrás de su generalidad, se expone la expresión de deseo o de voluntad que va a regir un trabajo, sin que la apelación a una actitud metodológica, presuponga de manera unánime, la definición específíca de sus objetivos.

Su carga ambiguante puede no ayudar a precisar nuestros propósitos. Es decir, si lo usamos para dar por sobrentendida una actitud pro, vanguardista o algo así, es porque la acumulación de malentendidos difumina la posibilidad de mostrar el resultado. Lo digo además en tanto pensamiento crítico porque sabemos que el teatro está lleno de ‘buscadores’ de pepitas de oro, que andan con sus cedazos al hombro, pero que ostentan sólo esa fama y no la de ‘encontradores’. Pero no es todo: Búsqueda connota también la identificación en las propias condiciones creadoras. Lo que Barba plantea como creadores de un teatro de la transición y que “de sus escuelas tan sólo se puede aprender a ser hombres y mujeres que inventan el valor personal de su propio teatro”. Ahora, si creemos que el teatro está muerto sin nuestra ‘búsqueda’, merece consideraciones que nos pongan en nuestro sitio. Si la búsqueda alude a un teatro ‘más’ que de representación, cuál será la nueva instancia, la nueva consciencia (consciencia con ‘s’) con la que creemos superar a firmes antecedentes, como a los que alude una lista probable: Teatro de la Crueldad, happening, Living Theatre, teatro pánico, psico-chamanismo, Open Theatre, creación colectiva, body-art, performance, environmental teatro, Teatro Campesino, y otros, todos ellos teatros de búsqueda. En síntesis “actuar ya no sirve, hay que representar lo que es” (tema al que aludía un difundido opúsculo de Salvat, firmado por Alberto Miralles1). Esto no es ni más ni menos que la ‘contracultura’ de los ‘60. Esto surge en réplica a que si se trata de un yoicismo a-teórico porque el mundo se cae a pedazos y la consigna que se impone es: “a follar que se acaba el mundo”, donde más que una inyección de vitalidad parece tratarse de una fricción desesperada y decadente, en el marco de un sistema agotado. No deja de ser típico: la cultura ‘soft’ tomando la bandera de la vanguardia, con todo su ‘ethos’ renovador, pero aplicándolo a una praxis disolvente (déjà vú). La dictadura de futuro se cambia por hedonismo hic et nunc. El triunfalismo de Occidente que matiza el bombón con la crema del ‘fin de la utopía’ y no mide que este derrumbe, pone en crisis a la cultura de las propias democracias bobas que creen que tienen su vida comprada y que viven por inercia. Huyssen dice: “Es que la utopía nunca muere sola, arrastra también a su contra-utopía”. Al final, la ideología que indica que cambiar el mundo no es posible, adscribe a ese ‘no hay futuro’ posmoderno, escuálido y víctima del aburrimiento. Hay un corporalismo propio de la autoayuda que funciona como cinismo conservador y muchas otras fórmulas, en verdad. Los latinoamericanos no podemos deponer la utopía sencillamente porque sería deponer nuestra imaginación. Sabemos que el Norte vive con la fascinación apocalíptica del ‘End’. Los latinos, naturalmente dudamos de ‘la decisión final’ o de ‘la guerra de las galaxias’. Dicen “mañana es hoy porque no hay más tiempo”. Pero también consideremos: “Cuanto más enfático el obituario, tanto más pronta la resurrección”.

 

[1] ‘Nuevos rumbos del teatro’, Biblioteca Salvat de grandes temas, con entrevista a Joseph Chaikin y textos de Alberto Miralles, 1973.

 

 

 

 

 


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