Críticas de espectáculos

La Caída de los dioses/Pura escenografía

Vivimos una época de desconfianza entre autores de teatro y directores de escena que se plasma en la predilección cada vez más acusada de estos últimos por montar cualquier cosa que no sea un texto genuinamente escrito para la representación. Hace ya años que grandes como Krystian Lupa o Guy Cassiers buscan los temas de sus montajes en la novela como indican, sin ir más lejos, el que el primero hizo de Expiación de Thomas Bernhard, o el segundo de El hombre sin atributos de Robert Musil. Más raro es asistir a la adaptación de obras cinematográficas al teatro (lo que casi podríamos denominar la «traducción inversa») a menos que la película tenga ya de por sí ciertas características teatrales como fue el caso, hace dos años, de la «reposición» en el Marquina de El Pisito, el guión de Rafael Azcona que dio lugar, en 1959, al film de Marco Ferreri. También Barbara Weber, hoy directora del teatro Neumarkt de Zurich, se dio a conocer en Alemania por sus desternillantes «deconstrucciones» de grandes éxitos de la pantalla – como, por ejemplo, Titanic – en las que abundaban las más extravagantes imitaciones de sus «efectos especiales». Pero, en todo caso, no es frecuente encontrarse, como ahora ocurre en el Matadero, con una reconstrucción en toda regla de un film tan emblemático como lo llegó a ser, en 1969, La caída de los dioses de Luchino Visconti. Puede que en su programación en estos inicios de temporada haya influido el éxito que, en 1999, obtuvo la versión que del guión del realizador italiano llevó a cabo el Theatergroep Hollandia bajo la dirección de Paul Koek y Joan Simons. En efecto, el montaje, tras su exitosa representación en los Países Bajos, paseó triunfalmente por el Festival de Salzburgo (2001), la Trienal del Ruhr (2002) y el Festival de Aviñón (2004).

Aparte del prestigio y la calidad del grupo Hollandia y de sus directores, no sé muy bien en qué consistiría la clave de aquel éxito exceptuando – según he leído en las reseñas – la fuerza del montaje, las soberbias interpretaciones de Elsie de Brauw y Jeroen Wilems, y la excelencia de la música de Heiner Goebbels, en su faceta de compositor. Porque, a la vista de la propuesta de Tomaz Pandur en el Matadero, lo primero que uno se pregunta es el porqué de este «remake». Y es que, efectivamente, estamos hablando de una «reconstrucción» pieza a pieza – secuencia por secuencia, se podría decir – de la película sin añadir ninguna idea ni interpretación propia. Eso sí, sometiendo el relato al inevitable reduccionismo que trae consigo la representación teatral – siempre focalizada en una única situación y un solo conflicto – a la hora de compararla con los múltiples niveles de interpretación histórica y política que aporta el cine – y, muy en particular, el cine italiano de la época. Todo lo que se dice en esta versión para la escena de La caída de los dioses – la prepotencia de una dinastía industrial, su sometimiento al poder, su envilecimiento paulatino y su degeneración final – está dicho, e infinitamente mejor dicho, en la película que, en una época tan mediática como la nuestra, sigue a disposición de quien la quiera ver. Otra cosa sería que, tomando como base aquella historia que nos contó Visconti en pleno auge del capitalismo renano, pero en una Alemania que aún purgaba sus penas dividida, se nos contase hoy, tras la reunificación y en plena expansión económica, cómo pinta el asunto con una Europa otra vez a sus pies. Y es que la Historia se reescribe todos los días y no siempre son los mismos dioses los que caen. Ayer fue el turno del nacionalsocialismo, ¿a quién le tocaría hoy caer?

Visto que no hay avances en los contenidos, habrá que suponer que es en las formas en donde el director haya buscado la razón de ser de su espectáculo. Y aquí sí que se luce Pandur como excelente escenógrafo que es. Una cinta rodante que desplaza el atrezzo, un vestuario acorde al film («preciosos los vestidos de la Rueda», comentan unas señoras al salir), una iluminación un tanto expresionista y – ¡oh, portento! – un gigantesco espejo giratorio que, desde las alturas, nos refleja la acción desde otro ángulo, son los elementos capitales con los que juega el creador esloveno. Al borde de la escena, un pianista se encarga del fondo musical. Considerando que están luchando con fantasmas – Belén Rueda con el de Ingrid Thulin, Nur Levi con el de Charlotte Rampling, Alberto Jiménez con el de Dirk Bogarde y Pablo Rivero con el de Helmut Berger – los intérpretes hacen lo que pueden. Janek, el mayordomo enano que – supongo que en chunga – hace a veces también del cineasta italiano, está adecuadamente interpretado por Emilio Gavira. En el mejor de los casos, hay algunos momentos que nos retrotraen a la película, lo que nos da una idea de la poca ambición del espectáculo. Y es que, limitado a convertirse en una redundancia del cine, el arte dramático se rebela y clama por sus fueros. Por su derecho a ser una mimesis verosímil de un mundo propio y no el «storyboard» de una película; por su reconocida capacidad de convertir al ser humano en «personaje» abstracto y no anecdótico y, como tal, en modelo de otros seres humanos; por esa su continuidad sin corte alguno en la sucesión de los acontecimientos que, de ser pura «acción» en el cine, se convierte en escena en el «destino» de sus personajes… En definitiva, por ésa su reacción ante el cinematógrafo, desde que éste apareciera como competidor suyo directo, que siempre ha consistido en «teatralizarse» más si cabe y huir cada vez más del realismo.

Cabe preguntarse, por último, por el lugar que desea ocupar Tomaz Pandur en el panorama teatral, si el de un escenógrafo de mérito, esto es, el de un ilustrador, o el de un creador y director de escena. Su primer trabajo en nuestro país, el Infierno de Dante que presentó en el María Guerrero, no pasaba tampoco de una escenografía pura y dura. Y sin embargo, sus otros tres trabajos, el Cuarteto del Centro Cultural de la Villa, el Hamlet del Matadero y la Medea del año pasado en Mérida, los tres con la Portillo como protagonista, fueron muy relevantes e imaginativos. Está claro que necesita un Eurípides, un Shakespeare o un Müller – y una primera actriz – que le inspiren. De no contar con ellos, corre el riesgo de quedarse, como aquí le ha ocurrido, en simple ilustrador de la historia de otros.

David Ladra

 

Título: La caída de los dioses (La caduta degli Dei) – Autores: Historia y guión original de Nicola Badalucco, Enrico Medioli y Luchino Visconti – Intérpretes: Belén Rueda (Baronesa Sophie von Essenbeck); Nur Levi (Elisabeth Thalmann); Manuel de Blas (Barón Konstantin von Essenbeck); Francisco Boira (Herbert Thalmann); Pablo Rivero (Martin von Essenbeck); Fernando Cayo (Von Aschenbach); Alberto Jiménez (Friedrich Bruckmann); Emilio Gavira (Janek); Santi Marín (Günther von Essenbeck); Ramón Grau (Pianista) – Dramaturgia: Livija Pandur – Escenografía: Numen (Sven Jonke) – Vestuario: Angelina Atlagic – Iluminación: Juan Gómez Cornejo – Adaptación para teatro y dirección: Tomaz Pandur – Lugar: Matadero, Naves del Español, Sala 1 – Del 25 de agosto al 23 de octubre


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