La cajita
Todos llevamos una cajita adentro. La cajita es personal e intransferible. Puede que algunas se parezcan entre sí, pero no hay una igual a la otra. Hay cajitas con forma de cofre, cajitas cuadradas, rectangulares, redondas y triangulares, casi todas son de madera, que es el elemento de la memoria, aunque algunas pueden llevar incrustaciones de metal y, si me apuras, hasta piedras preciosas. Esos pequeños cofres se guardan cerca del corazón y están llenos de lo insondable: el misterio hecho materia a base de recuerdos más antiguos que tú, de sueños, de tu padre, de tu madre, de las canas de tu abuela hechas jirones.
Como buenos cofres están cerrados. Y hacen bien en estarlo, porque lo que guardan dentro es muy precioso y no es cuestión de que se lo lleve volando el viento a la mínima que cambie el tiempo. La llave la tienes tú, aunque muchas veces no sabes dónde la guardaste. Luego hay maestros y maestras cerrajeras que abren el envoltorio de madera con delicadeza y pericia a veces o con rudeza envuelta en aparente mística otras. Luego están los que te desvalijan la cajita a golpe de ganzúa y, después, compañeros y compañeras de trabajo artístico que te devuelven con su quehacer ecos certeros que actúan como una suerte de código secreto que abre el cofre sin necesidad de insertar llave alguna por la cerradura.
El artista ha de trabajar desarmado de armazón, con la caja abierta, dejando que emita su luz de cabaña acogedora, de gruta caliente donde arde el poderoso fuego, en mitad del bosque nocturno. Cuando todos los elementos valiosos se desparraman por la sala de ensayo, no solo encuentran ecos de sintonía en el trabajo del resto de compañeros, sino también en los mensajes de dirección, en el propio imaginario y hasta en las rayas del suelo. Hay niveles y niveles de trabajo. No sé si es posible lograr trabajar siempre con el grado de profundidad que estoy describiendo.
Lo que sí creo necesario es aprender a cerrar la cajita de nuestros misterios antes de salir de nuevo a la calle a enfrentarnos al mundanal ruido. No podemos los artistas erigirnos en dianas andantes y andar a pecho descubierto, con los sentimientos, las alegrías y los sinsabores profundos a flor de piel, porque la vida cotidiana acabaría con nosotros en menos de lo que dura un pitido de coche largos e intrusivos que se dan con saña y están cargados de violencia y amenaza.
Tenemos que aprender a cuidarnos, elegir con quien deseamos compartir el contenido vivo de nuestra cajita personal, andar con cuidado para que nadie nos la destroce, no dejar tratarnos con desdén por la mediocridad de algunos directores, ser, en fin, respetuosos con nosotros mismos, guardianes de nuestras cajitas secretas, esas que decidimos libremente mostrar y compartir con otras personas, entrelazando verdades que por tan personalísimas, se vuelven universales. Eres valios@. Ojo a quien muestras tu cofre y en qué circunstancias, actor-actriz.