Críticas de espectáculos

La calidad ha alzado sus alas por encima de la mediocridad

La 69ª Edición del Festival de Teatro Clásico de Mérida acaba de bajar el telón, y como si un hechizo pícaro hubiera sido conjurado, este año su director vasco/madrileño Jesús Cimarro –quien lleva dirigiendo el evento durante una docena de años- ha traído consigo un giro «sorprendente», acaso con un ojo puesto en el cambiante telón político que se intuía. ¡Y vaya que sí, porque la organización en esta edición ha resultado realmente espléndida! Por fin, la calidad de los espectáculos en el Teatro Romano ha alzado sus alas por encima de la mediocridad de ediciones anteriores.

Bien se sabe que durante estos doce años he dedicado, atento e incansable, mis críticas teatrales a este Festival en cuestión. A lo largo de este tiempo, mis evaluaciones en los balances han sido mayormente negativas, resaltando los altibajos significativos que ha experimentado el evento El Festival había dejado mucho que desear en diversas ocasiones, mostrando evidentes signos de incompetencia. Desde sus comienzos con los mediocres y derrochadores Premios Ceres, hasta las últimas ediciones que se vieron forzadas y chapuceras, tanto en términos de organización como en su propuesta artística y cultural. Incluso en la edición del año pasado, que logró recuperar su duración normalizada -la ocupación total de los asientos del público- después de las dos caóticas anteriores producidas por la pandemia, nuevamente defraudó en la elección y montaje de los espectáculos. La oferta de contenidos grecolatinos resultó muy insatisfactoria y se notó un marcado descenso en la asistencia de público.

Este año, sin embargo, el panorama ha marcado un significativo cambio. Por primera vez, todos los espectáculos decidieron anclar el evento en el mundo clásico grecolatino, que constituye su seña de identidad. De los nueve representados todos fueron versiones de grandes comedias clásicas o de innovadoras creaciones actuales de contenido grecolatino. Y de estos nueve seis destellaron con magnificencia, iluminando la escena con su destreza.

Los tres restantes, en un baile de aciertos y traspiés, no lograron alcanzar el nivel deseado. Estos últimos tres deficientes, además, estuvieron enfundados en la vestimenta estética y engañosa de funciones de consumo comercial/veraniego, apoyados en la fórmula simplista de la presencia de las caras del «famoseo patrio», esas que son las que más público risueño atraen. Estos espectáculos considerados interesadamente por la organización como «platos fuertes o estrellas«, son los que abusivamente programa la compañía de Cimarro y afines. Y que son los que más dinero cuestan y más representaciones realizan (siempre uno de ellos se programa durante dos semanas), estando estéticamente pensados para ser explotados después -como se ha comprobado- en las salas teatrales bajo el mando del director del Festival en Madrid y en giras que surcan por el país.

El balance del festival acaba de ser presentado a los medios de comunicación, siguiendo la tradición anual por Cimarro, que en la comparecencia estuvo acompañado por la flamante presidenta de la Junta de Extemadura, María Guardiola (ahora también presidenta del Patronato del Festival,la consejera de cultura y el alcalde de Mérida. En esta función, la tonada triunfal del director y políticos esta vez ha resonado más fuerte que un redoble de tambores. ¡Sí, señoras y señores, todos han alcanzado la cima de brindar cultura y entretenimiento de primer nivel! Y, sobre todo, en este caleidoscopio de evaluaciones, los registros de taquilla han ocupado la línea melódica principal exaltando los récords obtenidos, un tema dudoso que ha sido objeto de debate en múltiples ocasiones. Por su parte, Guardiola agradeció a Cimarro «los magníficos éxitos cosechados, por el buen trabajo continuado y por buscar cada año la excelencia tanto en la programación como en la ejecución». No sé quién le ha proporcionado esta información, pero desde mi perspectiva crítica, estas afirmaciones, a pesar de su elogio, parecen no capturar la verdadera realidad. En esta edición, Guardiola únicamente asistió a dos obras, precisamente a las comerciales y estelares de Cimarro (esas del mundillo del famoseo patrio para un público tragaderas), que no estuvieron a la altura de las expectativas de calidad, olvidando su asistencia a las triunfadoras compañías extremeñas.

Y por otra parte, es ampliamente conocido que el historial del Festival bajo la dirección de Cimarro ha estado plagado de decisiones poco acertadas, lo cual hace cuestionable sus palabras elogiosas que revelan un guión que quizás no ha sido bien ensayado, una comedia de luces y sombras que no refleja los matices de la realidad.

Tengo que decir que este año las señales del cambio político fueron evidentes en la tribuna de autoridades del Teatro Romano. Desde mi asiento en las gradas de los mortales, en el estreno de la primera obra teatral, pude observar a G. Fernández Vara con la cara de la tragedia. En ese momento aún ostentaba el cargo presidencial en funciones debatiéndose entre la incertidumbre de tener que asumir su rol en la oposición o regresar a su puesto de forense. Con semblante más serio, con la cerviz doblada como si estuviera buscando su autoestima en el suelo, recibía el saludo de unos cuantos que se le acercaban, acaso para darle la «condolencia política». ¡Ah, el pobre político destronado! Dos semanas después, en contraste, irrumpió en la tribuna María Guardiola, la sustituta, con el rostro de la comedia y una sonrisa hasta las orejas que podría iluminar el pasillo más oscuro de una telenovela turca. Y a su alrededor, formándose filas de personas deseosas de brindarle efusivas y aduladoras felicitaciones, entre ellas las del director y el gerente del festival, quienes parecían –echándose con ella cuantiosas fotos- estar más contentos que un gato en una habitación llena de ratones descuidados. En ese instante cavilé: ¡Ay, la política cultural hecha un churro causante indeleble de caídas de muchos ignorantes! Donde la tragedia y la comedia cruzan sus destinos en un escenario tan impredecible como un camaleón desorientado en una tienda de disfraces.

Creo que a Cimarro hay que felicitarle por este cambio (que este crítico y más gente veníamos solicitándole desde hace doce años) y aplaudirle por el éxito considerable cosechado en esta edición, pero modulando el entusiasmo, sin darle tanto bombo y platillo (que el mismo artífice promueve). No hay que olvidar que aún persisten áreas en penumbra que requieren esclarecimiento en su gestión, así como mejoras en la organización del Festival. Entre ellas, el agravio escandaloso que sufren las compañías extremeñas -que han superado muchas veces con menos presupuesto a las foráneas- comparándolo con las de Cimarro y socios. Y es imperativo que tanto los organizadores como los líderes políticos comprendan que los recursos destinados al Festival, provenientes del Ministerio de Cultura, la Consejería de Cultura de la Junta y el Ayuntamiento de Mérida, están destinados no al mero entretenimiento y negocio que se refleja en algunas producciones, sino a enriquecer a las que son auténticamente culturales.

Permitidme también expresar la sugerencia de que la organización consulte mejor las efemérides que se celebran, recurriendo a fuentes en las hemerotecas. En este sentido, los noventa años que se conmemoran desde la creación del Festival resultan difíciles de asimilar para quienes estamos familiarizados con la historia del evento, involucrados en sus diversas fases previas y posteriores a su verdadero inicio e instauración en 1983 y 1984 (con la creación del Patronato extremeño). Podría haberse celebrado con más justicia los cuarenta años que los noventa. En última instancia, creo que persiste un vasto margen para contribuir dignamente al impulso de esta magna fiesta internacional de la grecolatinidad, un impulso que distinga al Festival por la originalidad y la calidad y lo eleve por encima de otros grandes festivales.

LO MEJOR DEL FESTIVAL 2023 EN EL TEATRO ROMANO
Este crítico, que ha asistido a todos los estrenos, valorando los mejores trabajos artísticos de los espectáculos en esta 69 edición del Festival, cree que merecen una CORONA DE HIEDRA y PLACA DE BRONCE (sencillo reconocimiento que se otorgaba en los certámenes teatrales de las Grandes Dionisias griegas) los siguientes:

Mejor comedia y mejor espectáculo del Festival:
«LA COMEDIA DE LOS ERRORES»
Mejor espectáculo tragedia:
«SHAKESPEARE EN ROMA»
Mejor espectáculo Teatro/danza:
«PANDATARIA»
Mejor versión tragedia:
VOLODYMYR SNEGURCHENKO, ANA MARÍA CARREIRA, ANA ABAD DE LARRIVA y LORENA CONDE, por «Shakespeare en Roma»
Mejor Versión Comedia:
CONCHA RODRÍGUEZ, por «El regalo de Zeus»
Mejor dirección Tragedia:
CHEVY MURADAY, por «Pandataria»
Mejor dirección Comedia:
ANDRÉS LIMA, por «La comedia de los errores»
Mejor Actor Protagonista Tragedia:
CHEVY MURADAY, por «Pandataria»
Mejor Actriz Protagonista Tragedia:
CAYETANA GUILLÉN CUERVO, por «Pandataria»
Mejor Actor Protagonista Comedia:
PEPÓN NIETO/FERNANDO SOTO, por «La comedia de los errores»
Mejor Actriz Protagonista Comedia:
EMMA OZORES, por «El regalo de Zeus»
Mejor Actor de Reparto Comedia:
JUAN CARLES BESTARD, por «Los Titanes»
Mejor Actriz de Reparto Tragedia:
LA MERCE, por «Pandataria»
Mejor Actor de Reparto Tragedia:
SERGIO MUR, por «Salomé»
Mejor Actriz de Reparto Comedia:
ANA GARCÍA, por «Los gemelos»
Mejor escenografía:
JUAN ANTONIO MORENO/CARLOS LUCAS, por «El regalo de Zeus»
Mejor utilización espacio escénico:
RICARD REGUANT, por «Los Titanes»
Mejor iluminación:
PEDRO YAGUE, por «La comedia de los errores»
Mejor vestuario y caracterización:
PAOLA TORRES por «La comedia de los errores»
Mejor música y canciones:
FERRÁN GONZÁLEZ, por «Los Titanes»
Mejor coreografía:
ÁNGELES VÁZQUEZ/DANIEL «SIFER», por «El regalo de Zeus»
Mejor coro teatral:
NIÑOS DEL CEIP DONOSO CORTÉS de Don Benito, por «Los Titanes»


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