La casa de Bernarda Alba/García Lorca/TNT
Experiencia sociológica
Obra: La casa de Bernarda Alba. Autor: Federico García Lorca. Dramaturgia y dirección: Pepa Gamboa. Reparto: Rocío Mateo Maya, Mª Luz Navarro Jiménez, Lole del Campo Díaz, Carina Ramírez Montero, Ana Jiménez García, Isabel Suárez Ramírez, Pilar Montero Suárez, Marga Reyes y Bea Ortega. Espacio escénico: Pepa Gamboa y Antonio Marín. Vestuario: Virginia Serna. Producción: TNT
Hay textos míticos de autores divinos que cíclicamente tientan a los mortales para ser abordados desde diversas perspectivas que buscan la oportunidad. Son textos que, debido a su grandeza, permiten versiones con matices filosóficos, sociológicos, artísticos y tecnológicos de los más dispares; son textos que, independientemente de la forma en que sean tratados, muestran su potencia dramática muy por encima de la propuesta neo-original.
La casa de Bernarda Alba de Federico García Lorca, en la ocasión que nos ocupa, no ha buscado al dramaturgo o al director escénico, sino al revés. Al menos, eso es lo que deja entender Pepa Gamboa en el programa de mano: “Cuando Ricardo Iniesta me ofreció trabajar con las gitanas del Vacie pensé en Lorca y su Bernarda”. Es decir, estamos ante la utilización de un texto dramático con otros fines –lícitos y loables, por supuesto– distintos al ámbito artístico. Pepa Gamboa no miente con su propuesta. Cuestión distinta es que le haya rebuscado su sentido social más o menos a contrapelo. “¿Pero no hay también un encierro a cielo abierto? ¿Un encierro a pleno sol, donde la libertad es la casa y el encierro es la calle? El revés de Bernarda”, afirma la directora del montaje del Centro Internacional de Investigación Teatral (TNT).
Bien, en primera instancia, parece que se pretendía rescatar –prefiero emplear este término en vez del de utilizar que llevaría el matiz de usar y tirar– a ocho mujeres de etnia gitana que viven en el asentamiento chabolista más antiguo de Europa. Aquí se me plantea una primera reflexión. ¿Estamos ante una simple experiencia o ante una experimentación seria? ¿Terapia o investigación, integración social o autenticidad antropológica de lo artístico, exotismo o verdad, oportunismo o proyecto viable? Sin duda, ha de pasar algún tiempo para encontrar las respuestas, pero hoy por hoy, la propuesta del TNT, de Papa Gamboa y de las gitanas del Vacie muestra cierta honestidad.
En segunda instancia, Pepa Gamboa ha pretendido un paralelismo entre el hermetismo de la sociedad y de las leyes gitanas y el universo cerrado de la Bernarda Alba. Bueno, como planteamiento hay que aceptarlo ya que el secretismo es algo que está implícito tanto en el texto de Federico como en la gitanería, pero la idea no se desarrolla ni en la dramaturgia general ni en la puesta en escena. Solo en la escena final hay un atisbo explícito del ocultismo étnico y de la obra. Bernarda recibe el paño de la prueba de virginidad practicada a Adela; después de verlo todas sus hijas, Bernarda lo extiende, lo muestra al público, a la gente de fuera de su casa y, con un frío cinismo que estremece dice, “Adela ha muerto virgen”. Telón.
Desde el punto de vista artístico, esta versión de La casa de Bernarda Alba se reduce a la plasticidad de las imponentes figuras de estas mujeres marcadas por el descuido físico de la marginalidad. Apenas hablan media docena de frases, tampoco lo necesitan, para describir unos cuadros que denuncian su exclusión social que al fin y al cabo es esa “libertad” de la que habla Pepa Gamboa.
La puesta en escena se ha fragmentado en unas pocas escenas significativas, las imprescindibles para hacer entendible el drama. En este sentido, la síntesis no afecta a la trama que se sigue con facilidad. Pero, claro, la pieza aparece desnuda del texto con lo cual el Lorca lírico desaparece para mostrar un drama costumbrista en el mejor sentido de la expresión.
El espectáculo no se adentra en la antropología de estas mujeres aunque está presente en todo momento por las figuras femeninas que revelan su procedencia. Estas gitanas no hacen suya la pieza sino que dan la sensación de funcionar como marionetas de la directora llevadas de la mano por la actriz profesional que interpreta a la Poncia. Por supuesto, no solo no se oculta sino que se aporta como valor, estas mujeres carecen de la formación más básica por lo cual no interpretan en el sentido actoral sino realizan gestos y movimientos impuestos para conseguir una determinada plasticidad.
Desde esta perspectiva, el montaje carece de autenticidad y frescura. Quizá sea una acción tópica pero el único aplauso espontáneo de la función lo recibe Mª Luz Navarro Jiménez en el papel de Abuela cuando baja al patio de butacas a vender flores. No obstante, el espectáculo aporta cierto exotismo estético desde el ámbito popular.
Finalmente, hay que destacar la oportunidad de esta propuesta de TNT en el Año Europeo de Lucha contra la Pobreza y la Exclusión Social. Aunque la reflexión ética de la obra La casa de Bernarda Alba en conjunción con las actrices muestre cierta debilidad, el hecho de rescatar a estas mujeres de su marginal situación habitual ya merece respeto y atención.
Manuel Sesma Sanz