Sangrado semanal

La catana

Echa las cartas la adivina. Sale el rey de espadas. Sentado, con la espada en bajo, apuntando al suelo. Estás un receso, me dice la bruja. Normal, pienso yo, que me digas esto en pleno agosto, claro que tengo al guerrero descansando. Como casi todo quisqui. Y aún así, el anciano rey de barba blanca que vive en mí, se revira de vez en cuando durante estos días de dolce far niente. Se ahoga de inacción, mientras el cuerpo engorda.

La tristeza era el octavo pecado capital, contó el otro día un cómico por televisión. Después, vete tu a saber por qué, decidieron quitarle entidad propia de pecado para transformarla en un rasgo que acompaña a…¿adivinan cuál? la pereza, si señor, la pereza. La pereza que comienza siendo un gato panza arriba que maúlla al sol, se convierte fácilmente en un colchón blando de arenas movedizas que succiona cualquier intento de acción: Un campo de cultivo óptimo para la tristeza y su disfraz.

Por eso es tan importante, en el arte, tener un proyecto. Y rodearse de las condiciones óptimas para la creación. Decía Groucho Marx aquello de que la vida es eso que te pasa mientras haces otros planes. Pues bien, cada vez soy más de la opinión de que los artistas nos pasamos más de media vida intentando generar las condiciones mínimas para poder crear. Y cuando por fin conseguimos llegar al espacio de creación, estamos agotados. Esta es una lucha que desgasta el filo de la espada. Un arma que deberíamos estar utilizando en sala contra nuestros fantasmas creativos en vez de contra los enemigos de la cultura.

Enemigos de la cultura hay muchos. Desde inmovilistas de frío corazón que niegan al artista amparo hasta políticos que echan grava a la creación en forma de gravamen. Cortan alas. Cercenan visiones. Y mientras los artistas estén ocupados en conseguir jergón y un plato de sopa poniendo su arte y su espada al servicio de la empresa no crearán desde el máximo de sus posibilidades. Esa es la trampa, me decía hace poco un joven actor que ya no es tan joven. Todo lo que tienes que hacer para poder hacer arte. Si consigues llegar a la sala de trabajo sin que te falte el resuello, date con un canto en los dientes.

Quizás somos víctimas de una estrategia orquestada consistente en hacer atravesar al creador por un laberinto lleno de obstáculos, como a los hámsters o a los chinos de Humor amarillo. Todo un recorrido diseñado para agotarnos antes de llegar siquiera a la línea de salida para empezar a crear. Y mientras nos resbalamos intentando atravesar un tronco enjabonado colocado sobre un charco lleno de pirañas, los televidentes se descojonan, se mean de la risa. Igual nos hemos convertido en el mejor espectáculo del mundo sin saberlo.

Por eso hay que afilar la catana en agosto. Sentadicos bajo la parra, si hace falta, mientras charlamos y pasamos las horas pacíficamente. Con la pereza como animal de compañía estival, pero sin dejar de darle al metal. Para llegar cargaditos de buenas razones en septiembre, ahuyentar tristezas y darle al rey un buen motivo para ejercitar su espada. Cercenando cabezas. La de la cerrazón, por ejemplo, se me ocurre.


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