Críticas de espectáculos

La Chica de la agencia de viajes nos dijo que había piscina en el apartamento/El Conde Torrefiel/XXXIFestival de Otoño a Primavera

Un finde con el Conde de Torrefiel

Con El Conde de Torrefiel todo es sencillo: un decorado blanco, una cortina rosa, una planta verde sobre una mesita y un micrófono. Los textos y las acotaciones se proyectan sobre el panel posterior del decorado, el micrófono sirve para que dos actrices, una vez ajustado a sus discordantes alturas, hablen por turno a través de él, la cortina para que entren y salgan los actores y aunque queda muy mona, la planta sobre la mesita no se sabe muy bien para qué es. Asimismo, la trama no presenta complicación alguna: dos chicas que están al borde del ataque de nervios en Madrid deciden irse el week-end a la playa y pasárselo bien. Van allí y se lo pasan puta madre. Vamos, que lo volverán a hacer en cuanto puedan. Todo ello amenizado por una tropa de ejecutantes que, al ritmo de una música disco o pop, lo mismo llevan a la práctica peliagudos ejercicios de tai-chi que se asimilan a una banda de heavies en pleno paroxismo etílico, se arrastran semidesnudos por el suelo en la fiesta-bacanal de despedida o, simplemente, nos enseñan el culo, ordenados por filas y columnas, cuando consideran que es menester. Lo dicho, que no hay complejidad ni nada que se salga de la voluptuosidad y el hedonismo que, según la Conferencia Episcopal, es el rasgo esencial y manifiesto de la juventud de nuestros tiempos.

Lo que ocurre es que, en medio de cualquier conversación intrascendente, de esas que se mantienen en la arena a la orilla del mar, se cuelan determinadas reflexiones que, así a primera vista, parecerían fuera de lugar: ¿A qué viene acordarse a estas alturas del proletariado militante y de su miserable existencia si vivimos en una democracia ejemplar que nos acoge a todos en sus brazos? ¿O preguntarse por el siglo en que estamos si seguimos en el siglo XX? ¿O asimilar los amenos lugares en que descansan los restos de otros genios como el Dante, Shakespeare o Molière con ese barranco pedregoso situado entre Víznar y Alfacar, en Granada, en donde quedó, tras su bárbara ejecución, el cadáver de Lorca? ¿Y qué decir de ese interés, que incluso se podría tachar como un tanto aberrante, porque tu novio no te dé por el culo y una vez alcanzado este propósito, tan común al macho adolescente, no te deje tirada como un trapo y se vaya a hacerlo (o a tomar) con otro?

Y es que, aunque chicas, no somos tontas y sabemos un montón de cosas: que el proletariado es lo peor que le haya podido pasar a la Historia; que lo que fue Amor y Política en el siglo XX, se ha convertido en el XXI en Sexo y Dinero; que el Hombre inteligente que sabe que lo es se convierte en un pervertido; que gracias a su pasión por el orden y por la geometría, Austria es el mejor país del mundo; o lo ya dicho sobre tomar por culo. Y desde luego, que lo de Lorca es el mejor ejemplo del mal gusto y la falta de higiene que caracteriza a este país. Y así siguen charlando como locas hasta que vuelven a Madrid.

Tanto lo que se proyecta en la pared como lo que se dice en escena constituye un discurso político que refleja fielmente nuestra época. Dicho a secas, tal cual, sería totalmente inane en cuanto hemos dejado de creer, y con razón, en los encantamientos de la retórica. ¡Allá se queden con sus flatulencias y regüeldos alcaldes, jueces, curas, diputados y todos los demás beneficiados de la clase extractiva! Pero cuando ese discurso racional se formula sobre un fondo enloquecido, la mezcla de unas ideas conformes a la descripción de nuestro mundo con lo grotesco de la situación real se hace reveladora y explosiva. Y eso es lo que ocurre en La chica… que un ambiente jovial y distendido acaba con cualquier pedantería y nos convence. ¿Quiere ello decir, como teme Gisbert, el director, que ese ambiente pop-art que permea la obra «rebaja el peso político de los acontecimientos históricos convirtiéndolos en meros hechos artísticos y subestimando su primer y real significado»? Lo dudo. El postmodernismo ilustrado, que ha pasado como de refilón por España, nos enseña que, en estos tiempos cool del capitalismo avanzado, traer la víctima a escena a que nos cuente sus penalidades e infortunios, como lo hace el drama social, puede que agite nuestros sentimientos y nos mueva a sentir piedad, pero no consigue acabar en modo alguno con las causas que ocasionaron tales males. Como lo indica Hans-Thies Lehmann al final de su libro El teatro postdramático, que se acaba de editar en castellano, no es tanto el «mensaje» que se quiere trasladar desde la escena sino el «modo de percepción» del espectador que asiste a la función el encargado de transmitir la carga política de la obra. En el nuevo teatro, la responsabilidad se comparte entre el creador y la audiencia. No se le lleva al público por el ronzal, como en el drama o como en la comedia, para que se ría o se emocione de acuerdo con las pretensiones del autor, sino que se le deja la suficiente libertad para que saque conclusiones por sí mismo e intente dar respuesta a las cuestiones que le plantea el escenario.

En esta línea están los responsables, Pablo Gisbert y Tanya Beyeler, de El Conde de Torrefiel. Y como el modo de percepción del espectador depende del lenguaje escénico que utiliza el artista, ellos no dejan de echar mano de todos los que se ponen a su alcance: el texto, la palabra, la expresión corporal, el ambiente sonoro o la plástica, adecuadamente conjuntados con una componente coreográfica que avala su frecuente colaboración con el grupo de danza La Veronal. El espectáculo funciona a la perfección: las dos «chicas» que se van a la playa, Cristina Celada y Tanya Beyeler, están impecables en su función de portavoces y, aunque alguno de sus miembros tenga aún que perfeccionar su tai-chi, el grupo de performers que las acompaña en escena se desenvuelve con soltura, buen humor y eficacia. Y el público abandona la sala con la sensación de haber visto algo nuevo que le divierte y le obliga a pensar después de haber pasado un muy buen rato.

La chica de la agencia de viajes nos dijo que había piscina en el apartamento se estrenó en octubre de 2013 en el Festival TNT de Terrassa antes de su paso por el Festival de Otoño a Primavera de la Comunidad de Madrid. La obra se ha podido ver también en el Festival Sâlmon del Mercat de les Flors de Barcelona y el Festival BAD de Bilbao, y seguirá poniéndose en escena en el Teatro Pradillo del 5 al 8 de diciembre.

 David Ladra

Título: La chica de la agencia de viajes nos dijo que había piscina en el apartamento – Un proyecto de El Conde de Terrafiel – Dirección y dramaturgia: Pablo Gisbert – Texto: Pablo Gisbert junto con las intérpretes – Intérpretes: Cris Celada, Tanya Beyeler & Guests – Iluminación: Octavio Mas – Coproducción: Festival TNT de Terrassa (Barcelona) y Graner Centro de Creación (Barcelona) – Con la colaboración de AZALA Espacio de Creación (Álava) y L´Estruch de Sabadell – Teatro Pradillo, del 27 de noviembre el 8 de diciembre


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