La coherencia siempre es un lujo
Sin entrar en demagogias y absolutismos, me declaro fascinado por aquellas personas, grupos o compañías en las que su historia nos recuerda el valor de algo tan poco actual como es la coherencia. Ser coherente en formas, en las relaciones de producción, en los asuntos que trata. Sin proclamarse apóstoles de nada, pero que siempre se encuentra en sus propuestas unas señas de identidad. Y no estoy hablando de fanáticos de nada, sino de quienes han ido acomodando sus ideas estéticas a una realidad en evolución, confluyendo en unas estéticas que se pueden incluso radicalizar, para ir investigando en la siempre recurrente oscuridad que las artes escénicas propicia debido a su poca estructura fiable en dóonde desarrollar en plena libertad cualquier indagación que se aparte de lo que prevalece en cada momento dentro de las modas, los resguardos de pertenencia a la nada y los personajes que llegan y se van.
Son personas, grupos, colectivos, diría incluso que escuelas difusas, que han ido tejiendo una real alternativa a lo obvio, a lo modal, a lo intercambiable, al mercado creado a partir de un éxito, en esa fusión fría constante entre la televisión como escaparate, llegando a practicarse algo tan absurdo como contratar a actores o actrices mirando el número de seguidores en algunas redes sociales. Por eso cuando alguien se mantiene en el tiempo dentro de una coherencia que incluso puede ser espontánea, no como fruto de un juramento ante los dioses, hay que apoyarles, seguirles, estudiarles, recomendarles. Los que ya están consagrados, como los que están sacando la cabeza dentro del actual caos existente.
Mi compañero de espacio en este periódico, el sabio Afonso Becerra, lo señala desde una mirada de advertencia general, al indicar que sabe de algunas directoras escénicas, creadores, especialmente en el ámbito gallego, que han hecho concesiones en sus ideales estéticos, para poder sobrevivir, que él considera que pueden hacer mejores propuestas, que el meterse en estas modas lleva a que en un tiempo muy rápido esa moda cambia, y se quedan sin apenas sitio ni discurso. Creo pensar que intento incidir en estas circunstancias, en esta presión ambiental que te lleva a ponerte en la estela de lo que se “compra” en cada momento y eso te puede colocar ante la nada, perder tu pulso original y no acabar de ser tan versátil como para saber hacer ese teatro de la nueva comercialidad, tan uniformado en temática y estéticas.
Por lo tanto, al ver la otra noche en una repleta sala del Teatro Pradillo a Cambaleo Teatro, haciendo un espectáculo suyo, y en este caso el impulso se lo proporcionó la gente de Ensalle Teatro de Vigo, recomendándole la lectura de un libro, pasándole una encuesta, y de ahí sale una obra claramente de Cambaleo, en todos sus significantes, en todos sus elementos y su puesta en escena. Y llevan así desde sus inicios. Y sobreviven con su discurso escénico, fieles, coherentes, quizás siempre al borde del abismo, pero se reconocen y son reconocibles.
Si he mencionado a Cambaleo en primer lugar es porque considero que es un grupo que no ha sido tratado con la suficiente equidad que se merecen. Pasó durante décadas lo mismo con La Zaranda, que tuvo problemas de distribución en el Estado español, pese a ser Premio Nacional, pese a que ya casi toda la crítica se ha enterado de su gran valor, y ya se les programa más, pero no lo suficiente como algunos pensamos debería ser. Los he visto en la Feria de Palma del Río, con su última producción, excelente, en sus claves, profundizando en sus valores estéticos. Ganaron el premio al mejor espectáculo. Y eso que competía con otros espectáculos muy buenos y de gran proyección y que metería, así mismo, en esta categoría, de fidelidad a una manera de entender globalmente las artes escénicas, me refiero a Atalaya y Ricardo Iniesta. No hay duda, forma parte de esos referentes donde no solamente suman años, historia, experiencias, sino aferrados a una idea básica en evolución, donde está lo artístico a la misma altura que lo ético.
También hay personas que están fundamentando su manera de crear y voy a referirme a una dramaturga, directora y actriz que cada vez que le veo una nueva obra me parece más importante su discurso escénico: Rakel Camacho. Las dos últimas obras que le he visto son “Una novelita lumpen”, una delicada propuesta preñada de trucos y guiños, y la última “Cada átomo de mi cuerpo es un vibroscopio”, que, partiendo de dos mujeres excepcionales, Hellen Keller y Anne Sullivan, logra un prodigio de riesgos narrativos que logran cohesionarse y dar una idea general envolvente, un trabajo de las dos actrices que están siempre en los límites. Aplausos. Hay que atender, seguir y aplaudir a esta albaceteña.
Existen muchos otros grupos y personas de larga trayectoria que se encuadrarían perfectamente en este rubro, a los que admiro de igual manera y también otros valores emergentes, solos o en compañía de otros, tan importantes como los mencionados, pero no se trata de hacer una lista, sino de señalar unos puntos que subjetivamente a este cura le han inspirado en las últimas semanas.
Que nadie se sienta excluido, es un relato matutino, para apoyar un discurso sobre eso intangible, ese lujo de la coherencia. Es obvio que podría hacer un artículo en claroscuro de aquellos grupos o personas que han ido perdiendo fuelle por lo que señala Becerra, tan al tanto de lo que reclama el mercado, porque mirando en perspectiva se ha ido creando una estabilidad en los términos menos exigentes, pero que proporcionan los espectáculos que las programaciones de la inmensa mayoría de los teatros desean, aunque siempre chocando con lo que controla el oligopolio.