La ‘democracia cultural’ o la provincialización de tu obra
El discurso de la no-mercancía como resguardo del valor espiritual de las mercancías, valiéndose de su obviedad cultural, es un simulacro del Poder. Se basa en hacernos creer que la cultura es la buena frente a lo malo de lo material. A este discurso el Poder lo necesita para aceitar que la mayor irrigación suya, hoy por hoy, se ejerce a través de la Cultura. Luego esas no mercancías se venden en los mercados que se pretenden sancionados justamente como buenos. Así vemos tales o cuales hechos traficados como buenos porque tienen que ver con la patria o la identidad nacional por ejemplo, o la pseudo-transgresión de los templos culturales donde la cotización de los objetos pretende hacerse pasar como una cotización en el Limbo, ¿por qué? Porque son culturales.
Lo cierto es que la democracia cultural es una fórmula ilusoria, de dominio. Cuando el inspector o policía persigue al vendedor que despliega en la calle sus CD o DVD piratas, ¿a quién representa? En el momento en que he comprado una película estreno en la calle y el inspector decomisa los productos al mismo vendedor al que le compré, ¿para quién trabaja? Y yo que miro el operativo a discreta distancia, si soy ético, ¿por qué no me entrego y me dejo llevar con el vendedor? Sé que soy malo con el mercado pero también sé que tengo coartada. El que no la tiene es el vendedor ambulante que precisa trabajar. Ahora, esa copia furtiva, ¿no devuelve algo de su verdadera esencia ‘espiritual’ a tales obras, subversivamente negociadas? Al final, ¿qué beneficios culturales son asistidos, cuidados, puestos bajo paraguas legales e institucionales poderosísimos? ¿Los del propietario intelectual?, ¿los de los distribuidores? Ese juego policial en la calle no tiene nada de espiritual, aunque es una maniobra del Poder en bien de la Cultura. Pero para ello debe poder cuidar el bien cosificado en mercancía. La coartada del ‘gadget’ cultural es fingirse espiritual, es fingirse más allá de la mera ‘cosa’.
Este mecanismo de magia negra le permite al Poder negociar lo que sea: venga del terror, de la discriminación, del esoterismo, de la mitomanía, de la revolución tercermundista, del tribalismo de género, de la identidad, de la ecología, del hedonismo, etc. Por eso se tiende a decir: «ya no importa ser de izquierda o de derecha». Claro, es lo que impone el poder: cualquier liberal samplea un discurso de Eva o de Fidel y está todo bien. Es cool. Entonces, si marcamos ‘periferias’, estas son económicas. Por ejemplo, decir ‘independiente’ equivaldría a ‘pequeño’. Por una inversión sublimatoria o meramente histérica, decimos que esa pequeñez es una forma de resistencia. ¿Lo es? O es un conformismo que como un Rasti, ubica su ladrillo en el edificio mendaz de la ‘democracia cultural’. Ahí, esa pequeñez rinde como ‘prestigio’. Ese es su rinde. El problema es que esto ha pasado a ser usufructuado y administrado por el Poder. El Poder está negociando ese prestigio. Muchos de estos resistentes, cuando muerden el gran mercado, demuestran que lo que en realidad estuvieron esperando mientras eran independientes, era una oportunidad en él. El destino del ‘under’, del ‘off’.
Uno, cultor de esa resistencia, opera como aquel soldado japonés de la Segunda Guerra que encontraron treinta años después en un bosque, donde aún seguía repeliendo los ataques aliados. No tenía información del final de la guerra. Digo que uno, sigue con la frente alta, mientras la sociedad lo mira como a un extraño que no se sabe para donde tira. Cuando se logra acomodar las condiciones psico-culturales a esa resistencia, prescindir del movimiento de Mercado se lo quiere hacer ver como una forma de heroísmo. Este heroísmo es bastante malsano y pernicioso por su conformismo. Por su prerrogativismo espirituoso, culturoso. Es engañarse a sí mismo y creérselo. Espantoso. De qué me sirve aumentar la oferta si como ‘resistente’ estoy abastecido. Esto es una contradicción penosa, donde la ‘pequeñez’ embozada de ‘progresismo’, disimula su actitud reaccionaria de fondo. Por eso, tipos como el anarquista Herbert Read decían: «al diablo con la cultura» o Dubuffet: «cultura asfixiante». Al final, la conclusión es si al poder, mejor a pedirle ‘políticas culturales’, no es oponernos a que las tenga. ¿Cómo? Oponiéndonos a su cultura que es la avanzada de su poder.