La doctrina del shock
Nos abordan por la espalda o el costado, no sabemos exactamente quién o quiénes y por qué. ¿O al igual sí? ¿Cómo lo ven?
Nos sacuden desde hace tiempo. Son golpes rápidos, precisos, cada vez menos espaciados, ejecutados a un ritmo similar al del test físico de Leger-Lambert – ¿recuerdan la prueba de los odiables ‘paliers’?-, pero en macabro.
Vivimos aturdidos, angustiados, confundidos, cada vez más y más, vivimos un sueño imposible, al que no sabemos reaccionar. La conocida ‘doctrina del shock’ de Naomi Klein parece estar aplicándose a nuestro contexto: se están aprobando una serie de reformas económicas que hubiera sido imposible aprobar bajo otras circunstancias. La pesadilla va muy en serio.
En un principio, quería dedicar este artículo al reciente homenaje al mar en forma de instalación artística de Josep Rodri, el polifacético creador de Mataró. En la que ha sido una de las semanas más siniestras de nuestra historia reciente, Parla’m de la mar supuso para un servidor, un momento de plácida y sentida tregua muy recomendable.
Pero la última estocada que los trabajadores de la cultura hemos recibido –honda y bien encauzada- ha sido demasiado dolorosa. La desproporcionada subida del IVA al consumo cultural destapa un horizonte siniestro para todos.
La meta no puede ser otra que la de arrasar con todo, de raíz, y sustituir el modelo cultural actual. Un modelo imperfecto, con sus pros y sus contras, sus sitios más o menos oscuros, pero elaborado democráticamente y diseñado a base de diálogo sectorial y social. A partir de ahora, borrón y cuenta nueva, o más bien dicho: borrón y cuenta suplantada, sometida y para pocos.
La semana pasada, un amigo australiano me comentaba que en estos momentos la sociedad española tiene la suerte de poder asentarse sobre la estructura familiar, que en otros países anglosajones la crisis había llenado las calles de sin techos –no en Australia, obviamente, como sabrán, la australiana es una de las economías más solventes a nivel global-. A mi amigo le sorprendía cómo la solidaridad entre parientes amortiguaba la catástrofe social que vivimos.
Entre los profesionales que nos dedicamos a la cultura es tiempo de hacer lo mismo. Frente común y de una vez por todas, y comportarse como una familia y no como cuervos peleando por migajas, como hasta hace pocos meses. Ya basta.