Críticas de espectáculos

La Dolores. Teatro Real

LA DOLORES.

Teatro Real.

Autor: Tomás Bretón (1850/1923)
Director escénico: José Carlos Plaza.
Director musical: Antoni Ros Marbá.
Intérpretes: Elisabete Matos, Alfredo Portilla, Stefano Palatchi, Cecilia Díaz, Ángel Ódena y Enrique Baquerizo entre otros.

LA MAESTRÍA EN LA HETEROGENEIDAD.

Una de las obras más valiosas de la lírica española, ha sido la encargada de inaugurar la temporada operística del Teatro Real.
“La Dolores” de Tomás Bretón, estrenada en 1895 en el Teatro de la Zarzuela. Con esta obra, el autor salmantino, pretendía revalorizar el arte musical español, atenazado por la importancia y popularidad de la zarzuela y demasiado ligado a las influencias italianas.
“La Dolores” supone una buena muestra y un gran referente del género español. Una partitura heterogénea, configurada por melodías netamente clásicas, líricas, populares y enraizadas en la España más rural. Todas ellas están engarzadas entre sí, por un argumento sólido, dramático y, como el propio director escénico ha manifestado, reivindicativo en favor de una mujer prejuzgada por su forma de sentir y actuar. José Carlos Plaza ha concebido el montaje de la que es, la cuarta ópera de Tomás Bretón tras “Guzmán el Bueno” o “Los amantes de Teruel”, como un círculo, a través del cual viaja la leyenda, la trágica historia, de una mujer enigmática, fuerte y marcada por el destino.
Unas proyecciones audiovisuales, serán las que nos sitúen en una estación ferroviaria de principios del siglo XX. Los intérpretes recrearán el final de la ópera, acunados por una obertura poderosa, tras la que una repentina oscuridad sorprenderá al espectador. Posteriormente la luz de un nuevo día, varios años atrás, irá descubriéndonos, calle a calle, las entrañas de una localidad, Calatayud, y la cotidianeidad de sus gentes, en una trama de suma actualidad. El poder del dinero, el deseo de venganza y la fatalidad de una sociedad enquistada en los pilares del ejército, la iglesia y el alto nivel económico. Esas proyecciones, en su movimiento, reflejarán tanto el sombrío interior de los personajes, como las calles de la localidad alegre, presta a las fiestas y a las serenatas de amor.
“El cine dentro del teatro”… Aunque eso sería simplificar su valor, en un montaje sobrio y elegante; porque, además del tinte psicológico y dramático que supone compartir con el espectador la angustia y el temor de Dolores; se nos invita a realizar un viaje al pasado, al sabor rural de las canciones populares y a un tiempo que, sin ser muy lejano, nos parece inalcanzable.
José Carlos Plaza y Antoni Ros Marbá, han llevado a cabo una labor extraordinaria. El director catalán, una vez más, da muestra de su tremendo conocimiento y dominio de un campo, en el cual, se mueve con una gran soltura y maestría. Ha conducido, de un modo impecable, a la orquesta sinfónica a través de los pentagramas de una partitura heterogénea, enormemente bella y portadora de una gran riqueza. De igual manera, hemos de destacar la labor en el vestuario de Pedro Moreno, garantía de acierto, buen gusto y elegancia.
Si los intérpretes han realizado un trabajo encomiable en una obra tan arriesgada como intensa, en la que han de unir la expresión dramática y lírica; hemos de reseñar uno de los momentos cumbre de esta ópera.
Primer acto. Comienzan a sonar los acordes de la Jota de “La Dolores”. Los bailarines ocupan el centro del magnífico escenario del Teatro y el Coro interpreta la pieza musical popularmente conocida.
Si es de recibo loar el acierto de un solista que interpreta un rol principal; es justo y necesario resaltar la estupenda conjunción de voces en un coro que, de nuevo, deja una huella en la memoria sentimental, de esas que no queremos borrar nunca.


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