La enacción
“Ver en fotografía a una persona amada equivale a verla dos veces: la primera vez reconocemos en ella lo que ya conocemos, y la segunda vez ya no conocemos lo que, no obstante, estamos reconociendo, en razón de los múltiples detalles que pasaban desapercibidos a1 ojo desnudo y que ahora el objetivo ha vuelto elocuentes” (Raúl Ruiz). Ese ‘inconsciente fotográfico’ permite una enacción, es decir, un hacer aparecer, desocultar lo no visto. A veces lo no visto ni siquiera se expresa como conciencia de algo inconciente, sino que opera como influjo irresistible desde la propia imagen, como aura, como fotogenia, como empatía, lo que permite una sobrecarga de sentido capaz de modificar nuestra manera de ver el mundo. La fotogenia es una cualidad del objeto visto, como del ojo que mira. Y dónde muchos ven a Dios otros no ven más que Nada. Una propuesta: la Enacción (en-acción, enactuar; en teatro se diría ‘enactor’ en vez de actor), a través del biólogo chileno Francisco Varela, es un hacer aparecer desde un trasfondo, es una emergencia que podría hacer pensar en un psicoanalítico ‘acting out’, en una (h)eurística, un ‘eureka’ (la raíz griega es la misma). Es el momento en que uno no busca sino encuentra. La pulsión tanática del plano, de la imagen, es una cualidad que en las películas funciona como ‘máquina de olvidar’ (Raúl Ruiz). Pero esto deja suponer una pulsión opuesta, compensatoria. Pensemos en el teatro como ‘máquina anamnésica’, donde la pulsión erótica de las imágenes, a través de su fluir, se actualiza como presencia. Estamos como entre dos torturas: una ausencia de memoria inmediata y una incapacidad de olvido. En éste caso, si la mente no desecha, no olvida un porcentaje de lo asimilado, colapsa. Ese presente absoluto parece desafiar como un imposible a la llamada ‘crisis de la representación’, como si la alternativa fuera jugar sin memoria inmediata (la máquina que horada la piedra en el rescate a los mineros chilenos, no piensa en los mineros, sólo pica y pica). Estamos hablando de un registro inhumano que no necesita de la memoria. La disrupción de lo lineal (un síntoma en nuestro ambiente del ‘ya nadie cuenta historias’) sería, no obstante, para favorecer el mecanismo adventicio, epifánico, heurístico, divergente. Los epicúreos griegos le llamaron ‘clinamen’, el desvío insospechado, sorprendente, hacia una nueva combinatoria de los átomos. Todo esto en función a cuál puede ser la salida del ‘cul de sac’ que dejaría una caída de la Representación. El pulso erótico mencionado arriba, aludiría a un descubrir perpetuo, y sólo podría solventarse por la fuerza del constante aparecer de lo nuevo, de lo distinto. Esto de por sí, es un modelo antropológico alternativo. Los griegos le llamaban a la capacidad operativa para manejarse con astucia en aguas negras, en los problemas, la ‘metis’, el saber operar con pensamiento creativo y sorprendente frente a las dificultades. Solucionar problemas, tomar decisiones, con ‘metis’. La crisis de la representación indica que el mundo ‘espejado’ en la mente, re-presentado, es hoy discutible. Hay muchas maneras de ser en el mundo y de vivirlo. Francisco Varela con ‘lo enactivo’, se refiere a que la cognición no es la representación de un mundo pre-dado, por una mente pre-dada, sino la puesta en obra de un mundo y una mente, a partir de una historia de la variedad de acciones que un ser realiza en el mundo. Y llega al mismo concepto que, refiere Thomas Richards, llegó Grotowski en sus últimas investigaciones: el de ‘awareness’. Éste puede traducirse como ‘conciencia abierta’. Varela llega a la conclusión de una correspondencia entre presencia plena y conciencia abierta. Una paradoja similar a la llamada ‘paradoja de san Gregorio’, que consiste en un reposo activo, una manera de ejercer la iluminación, la sabiduría. Todo esto empezó por ‘qué hacer’ ante el imperialismo de lo lineal, del imperialismo coloquialista y realista de cuño hollywoodense. ¿Cuál es nuestro grito decolonial? ¿Qué viene detrás del desmontaje de la representación? ¿Qué viene tras lo que Raúl Ruiz llama ‘la crisis del conflicto central’, que no es ni más ni menos que ese ‘realismo’ pedestre y alienador, impartido como discurso mundializado. El hilván de conceptos distintos, favorecen la certeza de una condición ‘enactiva’ para la ‘emergencia’ de lo distinto, lo alternativo.