Zona de mutación

La exaptación

Este término viene del biólogo Stephen Jay Gould con el que buscaba caracterizar aquellos fenómenos que en la evolución de los seres vivos, no pueden explicarse como la ‘adaptación’ de estos al medio en el que viven.

Voltaire le tomaba el pelo al Dr. Pangloss cuando le decía: «las narices han sido hechas para llevar gafas, así como los pies para llevar zapatos». En realidad, esta inversión intencionada del autor de ‘Cándido’, es lo que Pangloss en verdad pensaba y de ahí que este adaptacionismo aluda en biología a un cierto ‘paradigma panglossiano’. Esto es así cuando un determinado órgano o función sirve para adaptar a un ser vivo a sus condiciones de vida, ambientales, etc. El tema es que cuando no sirve para dar adaptación, de manera que ese órgano o función se reconduce, en un sentido práctico, hacia fines diversos para los que fue creado, se habla de una ‘exaptación’. Si las plumas de las aves empezaron siendo una derivacion de especies arcaicas para retener el calor y abrigar, que después sirvieran para intervenir en el vuelo, es un exaptación. Zizek incorpora este concepto a sus análisis socio-politicos y de esta manera, lo hace a las disciplinas sociales, humanas. Es un concepto dúctil y maleable que bien puede hacer carrera en la estética y el análisis teatral. Por ejemplo, en materia de espacio, cuando un viejo mercado o una estación de trenes, se reciclan como centros culturales, constituyen una exaptación. O las propias aptitudes personales que se instrumentalizan en el contexto artístico a una obra con fines compositivos y siguiendo rigurosas codificaciones, como una partitura, una coreografía, constituyen depuradas y sofisticadas exaptaciones. Lo mismo que en una puesta en escena que aprovecha lo arquitectónico dado, sabiendo que el mismo no fue creado para esa obra, hay una exaptación. Esto es interesante, si a viejos textos se le hacen coincidir puestas, lecturas, pues lo mismo. Quizá los originales Romeo y Julieta fueran en verdad dos adolescentes encamotados y pazguatos, cuyo amor, el genio de Shakespeare recondujo hacia la sublimidad que conocemos. Que hacer el amor no sea sólo para reproducir, sino para gozar tantas veces como nazca hacerlo, es una exaptación. Quiere decir que una aptitud ya reconducida, pero que vuelve a obrar como mecanismo de adaptación (re-adaptación, mejor), es lo que se debate sobre la nunca bien ponderada integración de las artes a la vida de los humanos, donde para algunos es fundamental y para otros es nada. Lo interesante de esta relación, es cuánto de decisivo tiene para vivir, que los signos culturales inscriptos en los cuerpos de todos, realmente operen con funciones no sujetas a fines, sino, por el mero arte de ejercer la vida (o justamente por eso). Con lo que la exaptación, es la política de la vida, la conducta decisional del humano, lo que da a pensar en que el empecinamiento por el teatro conocido es lo que también obstaculiza sus mutaciones naturales y automáticas hacia las nuevas encarnaciones posibles de lo dramático. Mientras se sigue discutiendo y adjudicando a la vocación experimentalista de los artistas el alejamiento del/los público/s de las salas, se obvia considerar el síndrome de vetustez que lo habita. El grado cero del teatro parece ser el aburrimiento. Todas las configuraciones posibles, no son sino las complacencias precarias que contrarrestan en algo esa fatídica sintomatología. La exaltación no sería sino el camino expedito al devenir, pero las instauraciones teatrales llevan ínsitas el mecanismo de renuencia a cualquier tipo de transmutación.

Jaquear sus estructuras establecidas, para los adaptacionistas del teatro, viene a ser poco menos que una blasfemia contra la tradición. Pero, como las plumas del ave arriba mencionada, el equivalente del volar que siguió a ellas, será el servicio que la original funcionalidad de los elementos de la creación, le hacen a lo inesperado.


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