Y no es coña

La exuberancia teatral

He pasado una semana en Donostia viendo un montón de espectáculos, de los que saco alguna conclusión que me hace mostrar aquí mi optimismo porque, además, volví a mi lugar de residencia y en dos días seguidos presencié dos espectáculos de esos que uno cree que debe ser lo que se proponga desde los teatros institucionales que tienen producción propia. Agrupo varios espectáculos que con diversa intensidad, concepto y formato me han dejado material para la reflexión. Un denominador común: la dirección de los cuatro que voy a reseñar está en manos de mujeres. Un detalle importante.

Por orden de aparición en mi vida: “Strip-tease” de Slawomir Mrozek, a cargo de Morfeo Teatro. Un texto demoledor de mediados del siglo pasado, revisado, ampliado, contextualizado por Francisco Negro y que se plasma en un espectáculo teatral sin cotas, tratando al espectador como un ser capaz de entender todos los vericuetos de un texto que roza lo absurdo, que ataca la médula del sistema político. Lo dirigen Maite Bona y Patricia Díez-Labín y lo hacen con una mano muy exigente, especialmente en cuanto a la gestualidad de los actores. Del minuto uno al final, todo está moderado por la coherencia entre texto, estética que se concreta en un excelente espacio escénico, la interpretación, espacialidad y demás elementos concurrentes en la puesta en escena. La ambición teatral se denota con este rigor.

“Mierda de ciudad” es una experiencia completamente contraria, además asistimos a una función excepcional ya que su dramaturga, directora y actriz Olatz Gorrotxategi sufrió un accidente una hora antes de la función y tuvo que hacerla en silla de ruedas lo que condiciona todo, pero se pudo ver una idea que aglutina una visión generacional de la historia reciente de Euskal Herria y lo canaliza a través de temas, canciones y grupos de lo que se llamó Rock Radical Vasco, lo que es una huella sentimental que para quienes vivimos esos años narrados, nos produce una sensación de lejanía, ya que lo cuentan unos jóvenes, que llegan a decir que tenían nueve años al contar ciertos pasajes dolosos que vivimos muy de cerca. Pero lo que engrandece la propuesta es su manera de narrarla, el uso de soldaditos yankis e indios que son grabados y emitidos en directo sobre una pantalla, mezclándolo con vídeos pregrabados de declaraciones o películas de John Wayne cuya traducción es manipulada. Junto a ello música en directo y ese hilo musical tan concreto, cantada en ocasiones de manera grupal. Es una magnífica fiesta teatral, una toma de postura y quizás, sea una muestra palpable de un teatro generacional, es decir, que puede conciliarse con la juventud que no recuerda ese pasado inmediato, pero sí sabe de esas músicas que siguen flotando en el ambiente.

“Coronada y el toro” de Francisco Nieva es un espléndido texto que tiene décadas desde su escritura pero que contiene todos los elementos característicos e identificativos de su visión del mundo, de su calidad literaria y de su aparente locura teatral. Pues bien, Rakel Camacho ha sabido volcarse, correr riesgos, colocarse en una actitud de buscar la teatralidad absoluta, libérrima, libertaria. Y eso se nota con un espacio escénico de José Luis Raymond, que rompe todas las perspectivas del teatro convencional, que envuelve a los espectadores. Se exige a los intérpretes hasta el ahogo físico, pero viendo uno de sus primeros pases, sabiendo que necesita algunos ajustes, me atrevo a decir que estamos ante el espectáculo de producción propia más atrevido, más ambicioso teatralmente, de lo visto en la temporada.

Casi pared con pared, en el mismo Matadero, se puede ver “Uz, el pueblo” de Gabriel Calderón, en esta ocasión con dirección e Natalia Menéndez. El texto es una magnífica obra de orfebrería teatral donde se conjuga un contenido que puede llegar a doler con una forma que puede despistar, controvertir el punto de vista y por ello llegar a su final de manera más eficaz. Estamos de nuevo, ante un texto que provoca, por lo que la dirección debe conducir de manera firme toda la trama con una tensión adecuada y un ritmo que acople lo que aparentemente es indomable. Un paréntesis, vi este montaje hace mucho en Montevideo, publiqué el texto en Artezblai, por lo que tengo unas referencias que me pueden condicionar, por lo que creo que la opción de la directora es acercarlo a un supuesto gusto español en sus formas, pero que creo que esa opción puede probablemente darle mejor comunicación general, le resta una posibilidad de tratarlo estéticamente de una manera más dura, porque se trata de un humor complejo, por abreviar. Con estos reparos menores, hay que indicar que se trata de un gran espectáculo, que entra de lo que he venido en titular exuberancia teatral.

Hay semanas que amanecen con esta buena sensación de que existe también un teatro de primer rango que huye de la obviedad y lo chabacano. Y en los cuatro espectáculos reseñados hay humor a raudales, se puede uno reír a carcajadas, pero esa risa no es alienante, sino que llega de la racionalidad inteligente.


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