La falsa poética de la ignorancia
La intuición va estratificando un conocimiento, que por eso mismo, puede relanzarse experimentalmente, hasta ir profundizándose en relación proporcional a la depuración de las cualidades intelectuales obtenidas de ese proceso. No será arbitrario decir entonces que a mayor alcance intelectual, intuición más profunda. La intuición genial de Einstein respecto a su magno descubrimiento, la relatividad, se diría proporcional a la complejidad que lo ocupaba. Un gran descubrimiento a costa de una gran cualidad mental. Después de todo, el fracaso en un experimento, es lo más seguro que tenemos. Bachelard decía: «El fracaso no es sino una prueba negativa, el fracaso es siempre experimental». Con lo que, es pensable, la intuición parece espontánea pero depende de un nivel de fricción como la de la maravillosa lámpara, sólo que en su caso es con la conciencia el roce, dependiendo de la calidad de ésta. Su inefable inmediatez arrastra, asimismo, una correlativa profundidad. En el arte, la intuición funcionará entonces de manera condigna a los niveles de problemas que el artista se plantee resolver. Uno imagina que en un sistema a-causal, aún sin esperarla, lo que es dable de emerger es una serendipia, que podrá advenir según la catadura de la búsqueda planteada por el buceador. Esto es, la intuición se estratifica en correlación a la calidad de una experiencia como en proporción a los alcances de un proyecto. Entonces, no es inimaginable la probabilidad del cruce que establece que a mayor razonamiento, mayor intuición.
Por el contrario, donde más aparece la intuición combatida o negada es en los mecanismos de obviedad, que son, justamente, tan propios del arte. Aquí, si se sobregira la naturalidad (tan afanosamente buscada) queda deudora de la realidad, a la que deberá amortizar ‘actuando’ la naturalidad. Y ahí, la espiral es de muerte: ya no se tratará de ser natural sino de actuar la naturalidad, actuar para parecerlo. Todo un ‘cul de sac’, donde la ‘ley del escorpión’ termina de ilustrar a un sistema de giro muerto: el del animal que se inocula su propio fin. En el caso de la naturalidad, cuando se la sobrestima, es porque se termina afirmando lo que supuestamente se combate: la exageración ‘teatral’. Uno de los factores que obligaron al teatro a tomar conciencia de su hybris gestual, fue el cine, por lo que no es raro que la naturalidad que se persigue en el teatro actual, sea una naturalidad digna como para una película. Esto ha estigmatizado la expresión teatral, sin perjuicio que cualquiera sea la forma que se cultive, llevará implícita una naturalidad correlativa a su lógica interna. Aún en Goya, en los esperpentos de Valle Inclán, hay naturalidad. Pero ésta queda expuesta como forma ilegítima cuando se destruyen los caminos intuicionales capaces de alcanzarla. Actuar la naturalidad es despolitizar la gestión artística detrás de la simulación, de la obviedad, en una recursividad inane similar a la del húmster que gira en el círculo sin fin, o lo que es lo mismo decir: cuando la naturalidad se enamora de su propio muro, en el que chocará sin parar. Actuar la naturalidad en teatro es entregarlo. La naturalidad como histeria al revés. Una no-actuación teatral. Un galimatías posdramático que se postula como dilusión.
Es la hora de las ‘correspondencias’ baudelairianas. Sinergizar nuestros sistemas perceptivos, sin límites. Aquella mismidad sensible es conmovida por la introducción experimental de nuevos catalizadores. Ya no sólo descubrir que A es blanco, E, negro… sino más.
El proceso intuicional en el teatro se busca en un marco no pocas veces condicionante, como puede ser la repetición de los ensayos, o la ambigüedad de los objetivos. Pero hay un acelerador de los lentos procesos orgánicos: el cerebro. El cerebro es el acelerador de giles. No usarlo, tomando a la intuición de coartada, lamentablemente no es más que un dato de ignorancia. Intuir es caminar por una cuerda floja sin malla de seguridad, con dos abismos a los lados. Pero basta aproximarlos, para que en la mente explote la evidencia, el entendimiento, la luz. Aún cuando el impacto por hacerlo en las alturas, cueste el costalazo de una caída. Ese es el riesgo.