Zona de mutación

La fetichización teatral

El proceso por el cual el producto teatral deviene mercancía, y a partir de allí objeto de circulación que puede rendir por el prestigio que brinda en el concierto del consumo cultural, se hace evidente a partir de la sobreabundancia de signos que a cualquier usuario le reportan más que sus inversiones en dicho campo. No escapa que férvidos cultores sacan brillo a sus chapas, hasta ofrecerse como el camino más corto que va al de la ostentación de una cierta culturosidad indispensable para la clientela aggiornada. A punto que más que importar ‘qué obra hay’, se apela al ‘¿fuiste al teatro?’, más allá de deslindes estilísticos o conocimientos específicos que un genuino saber permitiría hacer relucir. Cuando no intervienen las compulsiones adictivas de una cierta diletancia, lo hacen los apetitos que permiten decorar una imagen con una cosmética que ‘queda bien’. Cuando un factor cultural adquiere el estatus de ‘objeto absoluto’, sus valimientos no los establece el mensaje del que es portador, ni sus representaciones, los ofrecen las pátinas con las que el producto viene impregnado, indiferente a todos los adosamientos particulares que una decodificación lúcida y puntual pueda realizarle una mirada distanciada. Es que el producto no está para tales particularidades. Que el proceso de recepción pueda permitir una subjetivación libre de los condicionamientos en que se lo absorve, suena a una excepción connotativa, cuando la propia socialización del producto, remite a lecturas ya estampadas a nivel de sus envoltorios sublimatorios, que impiden la llegada a toda sutileza de orden personal. Es el destino de la mercancía. ¿Cuánto de lo que se inscribe en el objeto a partir del placer devenido de su consumo, no colabora luego a enajenar la materia prima y lo que el artista ha formalizado con ella?

Lo cotización de los nombres, de los destacados, viene establecida por la utilidad que le garantizan a ese sistema creado que reproduce una determinada relación entre consumidores y entre los propios objetos (‘gadget’ cultural).

No es casual que mucha de la rebeldía a esa circulación prediseñada, conduzca a los artistas a dificultar una cómoda recepción, que se extiende a su difícil categorización en la oferta sancionada como conducente y práctica por la estructura social.

La fatalidad económica que induce a que dentro del capitalismo, hasta lo que empieza como un mecanismo subversivo de condena, termine luego reconducido como una energía proporcional en su capacidad de reciclaje al grado de oposición ejercida, lo que luego se computa como las amplitudes de una democracia que sabe qué hacer con aquello que la niega. El capitalismo se revela poderoso a la hora de captar opositores. La liberación de los signos se ha corrido al mismo cuerpo humano, que es donde se desarrolla la pelea. Ya sin discursos ni estructuras, son los mismos cuerpos lo que pulsan sus protestas, perseguidos por un poder que se expande como un efluvio, un perfume, cuando no como un sabor, un gusto, un masaje, una inoculación.

La individualidad creadora corre por los callejones mugrientos, perseguida por la horda de consumidores que desde sus voracidades impenitentes, saben de su capacidad a las no concesiones, lo que redunda en los reductos sociales, como un exclusivo vaho con mayor capacidad legitimadora que un Channel n° 5, que le dará la inequívoca y subjetiva certeza que a tal rareza puede apropiársela, hacerla suya.


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