‘La fiesta del chivo’. Mario Vargas Llosa
Mario Varas Losa es un hombre que ama la libertad más que cualquier otra cosa en el mundo. Tal vez obsesionado por la misma insista, una y otra vez, sobre este derecho que poseen los individuos en realizar sus propias elecciones. En su biografía “El pez en el agua” cuenta de su nacimiento en Arequipa en 1936 y su rebelión a la férrea disciplina de su padre. En 1981, cuando lo entrevisté por primera vez, a raíz de la presentación de su obra de teatro “la Señorita de Tagna”, para el periódico La prensa de Buenos Aires, había confesado que desde pequeño “estuve rodeado de mujeres, y tal vez por eso conozca mejor el mundo femenino. A mi padre lo conocí cuando tenía alrededor de 10 años y fue, por decirlo de alguna manera, un choque cultural, que me obligó a querer independizarme y también a convertirme en escritor”.
Luego lo volví a ver en 1988, en Cajamarca, a raíz de su gira como candidato a la presidencia, a la cual había sido invitada junto con otros colegas que provenían exclusivamente de medios europeos y la CNN. Allí habló para una población de “rondemos”(milicias populares que se defendían de los ataques y atentados de Sendero Luminoso) y campesinos de sombreros anchos, como los moreteases, que con ojos asombrados no podían creer que lo tuvieran allí tan “cerquitita”, allí en San Miguel donde no tenían ni agua potable, ni luz eléctrica. Su discurso, dicho en medio de antorchas y fogatas, casi al oscurecer, en ese pueblo a casi 3.000 metros de altura, parecía tan irreal como el pueblo, apuntaba directamente al tema de la libertad y a la necesidad de defenderse de posibles dictaduras, como si en ese momento intuyera el destino hacia el cual se encaminaba el Perú actual. Pasaron otros diez años y he vuelto a ver a Mario Vargas Llosa en la 26ª Feria del Libro de Buenos Aires y su discurso no ha variado, es decir el tema de la libertad continúa ocupando la mayor parte de sus charlas privadas o públicas. Al platicar con él sobre ese hecho y el azaroso viaje hasta llegar a Cajamarca, sostuvo: “Todo eso quedó atrás. En mi autobiografía, “El pez en el agua” (1993), afirmé mi vocación de no regresar a la política, porque no soy un político, y cuando intenté serlo fui muy malo. Soy un escritor que puede escribir ensayos, artículos periodísticos, notas, pero no podría escribir una novela cuyo tema sea la política, ni regresar a ella”.
Mario Vargas Llosa estuvo en Buenos Aires, para presentar en la 26ª Feria del Libro su último libro “la Fiesta del Chivo” alrededor de 48 horas, en ese círculo temporal y cronológico de los relojes, concedió entrevistas, participó de una rueda de prensa especialmente para medios radiales, cable y televisión, y dialogó con su público. A la presentación de su libro “La fiesta del chivo” asistieron más de 1.000 personas.Esta multitud pudo seguir su charla tanto en la enorme sala, como en gigantescas pantallas instaladas fuera del recinto. La avidez y necesidad de no perder la memoria sobre los horrores ocurridos en la Argentina durante su “noche negra” de muerte y exilios, ha hecho que más allá de su fama, ser querido y admirado en este país, Vargas Llosa consiguiera, lo que nadie había logrado hasta eses instante, colmar la instalación del salón preparado para su evento. La nota curiosa fue dada por un lector que comprendiendo que sería imposible que el escritor firmara su libro pidió a su esposa, Patricia, que lo hiciera por él. Sonriente, y desconcertada, le dijo que no lo podía hacer. Ante ese panorama Saltiel Alatriste, que se hallaba presente en el acto representando a Alfaguara México, afirmó: el nuestro lo haremos en el Palacio de Bellas Artes.
Mario Vargas Llosa, de impecable traje azul, con el que habíamos conversado horas antes, y tomado unas fotos caseras, llegó puntual a su cita en medio de una nube de fotógrafos, camarófrafos y reporteros. El cabello totalmente blanco y el pálido color bronceado de su rostro, sus ojos brillantes y una leve sonrisa pícara, le daban un aire de niño terrible del cual no se sabía bien que travesura iba a realizar.
“La fiesta del chico” –dice, antes que se le formule cualquier pregunta– es una novela que comenzó a nacer en el año 1975, con motivo de un viaje que hice a la República Dominicana, a raíz de una novela adaptada para cine que se rodaría en esos escenarios. Estuve allí cinco meses y comencé a interesarme por la figura de Trujillo al escuchar anécdotas, luego historias y fantasías sobre su era, que había terminado hacía 14 años atrás, pero que estaba, y aún hoy lo está, muy viva en la memoria y en la imaginación de los dominicanos. También leí en muchos libros y periódicos de la época, sobre los sucesos que acontecieron en aquel país, en parte horrorizado y en parte fascinado por las historias que me llegaban de lo que habían sido esos 31 años de la dictadura Trujillista”.
“Recuerdo –agregó– especialmente escritos que me impactaron con gran fuerza: uno fue el libro de un historiador norteamericano, y el otro un reportaje que escribió un corresponsal del New York Times, en la zona del caribe, que titularon “La muerte de un tirano”. Es realmente un trabajo interesantísimo de investigación sobre lo que fue la conspiración, el asesinato de Trujillo y de lo que ocurrió inmediatamente después. Estas historias se instalaron en la fantasía de intentar escribir una novela situada en ese contexto histórico. Desde entonces procuré seguir leyendo todo lo caía a mis manos respecto a Trujillo y a la República Dominicana. Hace tres años y medio comencé a trabajar de una manera sistemática sobre ella. Es una novela que me ha costado mucho trabajo escribir, porque tuve que situarme en un país donde se habla una variante del español totalmente distinta a la peruana y a otros países de habla hispánica, y además con una historia, problemática y paisajes para mí bastantes ajenos. Así que esa falta de experiencia directa he procurado suplirla con una documentación de toda índole: consulté libros, archivos, periódicos, revistas y sobre todo realicé entrevistas a dominicanos de distinta condición y posición política, algunos que habían estado en la colaboración directa con el dictador, y otros en la oposición”.
“Cuando inicié el trabajo propiamente dicho en la novela –sostuvo– habían pasado muchos años y ya no existían los temores, los tabúes, que todavía en los años 70 estaban muy vivos, la gente daba su testimonio con mucha libertad, lo que a mí me ayudó enormemente. Desde luego esta documentación la acopié no con la idea de escribir una historia verídica de Trujillo, sino para mentir con conocimiento de causa, como he repetido sistemáticamente. Por otra parte, creo que es lo que hacemos los novelistas, nos apoyamos en una experiencia real para construir una ficción. Mentir, es reelaborar, transformar lo vivido en algo inventado, y eso es lo que he hecho en esta novela. No atribuí a ningún personaje nada que no hubiera podido ocurrir dentro de las coordenadas sociales, históricas políticas morales que vivió la República Dominicana entre 1930 y 1961. Pienso que eso lo respeté al máximo. Algunos de los actos truculentos que aparecen en la novela fueron suavizados para hacerlos verosímiles dentro de la novela, y en otros capítulos oculté hechos que por muy efectistas que hubiesen resultado no podía incorporar a la novela porque no hubieran podido despertar la credibilidad de los lectores, una más vez prueba que la realidad supera la ficción, como dice el refrán. Sobre todo, en lo que se refiere a la brutalidad a la crueldad a los excesos criminales que alcanzó la dictadura”.
“En mi novela –continuó– he procurado mostrar a través de la ficción como los sucesos ocurridos en dominicana se deben a factores muy curiosos, por un lado el poder que ese dictador articuló, a su crueldad que fue la manifestación de ese poder absoluto que tuvo, y que hizo de él un semidiós que le garantizaba la inmunidad para cualquier iniciativa, decisión, arbitrariedad, aún la más terrible, y por otro a los niveles de servidumbre, obsecuencia, degradación, política, cívica y moral a los que llegó el país por el peso de su dictadura, que fue como tantas dictaduras latinoamericanas de la época. Su régimen profundamente corrompido utilizó la fuerza, la mentira, pero que además la personalidad de Trujillo le dio un sello propio: la extravagancia, la teatralidad. Al ser un personaje totalmente farsesco que adoraba los ritos, las ceremonias, un fanático de la etiqueta, dio a su tiranía una apariencia distintiva y llamativa que la distinguió de otras dictaduras latinoamericanas».
Al referirse a los personajes expresó. “En ‘La fiesta del chivo’ hay personajes históricos que aparecen con nombres propios, pero que han sido tratados como personajes de novela, tomándome como autor todas libertades necesarias. Y otros de ficción que sin embargo aprovechan la experiencia de personas que existieron o que todavía existen. Como siempre los personajes inventados pueden resultar más híbridos que los personajes reales o históricos”.
-¿Trujillo es comparable a Cesar por la búsqueda del poder y a Nerón por su locura?
-Trujillo es el caudillo. Es el que un momento dado toma la apariencia del que va a poner orden, finalizar con el caos, el que gracias a su tesón y a su personalidad va a llevar a cabo un gobierno de obras y realizaciones. Todos los dictadores aparecen en un momento de la historia de sus países como esas personalidades fuera de serie. Trujillo nace en el seno de una familia más bien modesta de San Cristóbal. En su juventud fue un hombre que se ganó la vida en oficios más bien mediocres. Fue protector jefe de fincas y haciendas hasta que ingresó en la guardia nacional, creada por los Estados Unidos para que funcionara de policía durante los ocho años de su ocupación en dominicana. Allí comienza la verdadera carrera política del caudillo. Él es reclutado, y con el tiempo resulta ser un marin’s totalmente exitoso. Se impone sobre sus compañeros por su disciplina, perseverancia, capacidad de trabajo y lo nombran jefe de la guardia nacional, la que luego se convertirá en el ejército dominicano cuando se retira Estados Unidos. Como jefe del ejército, hace lo que hicieron tantos jefes del ejército en América Latina, y que todavía continúan haciendo, se queda con el gobierno e inicia una dictadura que duró 31 años. En sus comienzos fue brutal, pero sólo con el paso de los años llega a prácticamente a identificarse con el país, con el estado, y ha impregnar todo con un poder que es absoluto. Tal vez lo más fascinante de esta dictadura es observar como Trujillo llega a tener control sobre la conducta de los dominicanos basado en el terror, pero también sobre su psicología. Por ejemplo, uno de los entrevistados me contó que siendo niño comprendió hasta que punto el terror dominaba a su familia. Estaba jugando en la calle y vio llegar el auto de Trujillo a la casa de un general, que por supuesto se había marchado un momento antes. Estuvo unas horas y se fue. Él corrió a su casa y le comentó a su familia ese hecho, estos palidecieron y le dijeron espantados “tú no viste nada y lo que dices es mentira, recuerda tú no viste nada”. Estaba tan aterrado el pobre niño que, por supuesto, nunca dijo nada sobre eso, pero guardó ese hecho en su memoria. Trujillo, era el macho cabrío que podía dominar a cualquiera y acostarse con la mujer de quien le viniera en gana. De ese modo humillaba y dominaba a sus propios funcionarios, haciéndoles sentir quien era el amo.
-¿Cuál fue el móvil de inspiración en la novela, sólo la figura de Trujillo?
-Tal vez el hecho que me haya inspirado más haya sido el de la conspiración. Investigando eso comprobé cómo la dictadura se había adueñado del alma no sólo del pueblo sino de sus jefes. Cómo incluso la oposición, de alguna manera, estaba sujeta por un efecto casi religioso que ejercía esta presencia todopoderosa, y que llevaban incorporada en cuerpo y espíritu. Eso fue lo que ocurrió con el hombre que fue la pieza clave de la conspiración. El general José Román era el segundo hombre de la República, ministro y jefe de las fuerzas armadas, y además sobrino político del tirano, porque estaba casado con una sobrina de Trujillo. Este general, con todo el poder que tenía sobre sus hombros, quedó paralizado por un terror sagrado luego de matar al dictador, por lo tanto, dio marcha atrás, tratando de borrar las huellas de su complicidad, haciendo más visible lo ocurrido porque sabía perfectamente lo que le esperaba. Él estaba muy consciente de esto porque había participado en esas represiones atroces que signaron toda la historia del régimen. José Román está en la conjura desde el comienzo, y pone como condición para actuar que le muestren el cadáver de Trujillo. Coloca a la cabeza de las guarniciones a oficiales de su confianza, de tal manera que cuando se diera el golpe, todo podía ser controlado. La paradoja fue que Román se dejó vencer por el miedo, a pesar de que el no era cobarde, como le puede suceder a un ser primitivo al violentar un tabú y éste no le permitió actuar, y pagó por ello con esos suplicios atroces a los que fue sometido. Eso es lo terrible de Trujillo, y lo terrible de las dictaduras, que cuando llegan a ese extremo de control se convierten en un sistema de horrores múltiples.
–¿Esta dictadura es comparable a la del Perú?
-Desde luego, claro que sí. En el Perú algunos críticos han dicho refiriéndose a Johny Aves García jefe de la seguridad de Trujillo, ese especie de psicópata que torturaba, asesinaba gente, y parecía realmente gozar con sus acciones, había sido inventado a partir de Vladimiro Mortecinos, un siniestro personaje de nuestra historia reciente. Aves García existió y yo he rebajado sus horrores, como dije antes si hubiera contado todo lo que hizo Aves García parecería un personaje de ciencia-ficción o del realismo mágico. Bueno, nuestro Vladimiro Montesinos que es el equivalente peruano de Aves García, es un señor que está en la sombra, que nunca da la cara, que jamás ha recibido ningún mandato, y es sin embargo el verdadero amo del Perú. Es el señor que ha construido una cámara de torturas debajo del cuartel general del ejército. Allí es donde torturaron a la señora Larrosa, que fue convertida en un guiñapo humano, allí la violaron, la deshicieron, le destrozaron la columna vertebral. No sé si fue en ese lugar, porque eso no se llegó a precisar, donde descuartizaron a Mariela Barreto.
-¿Esas cosas continúan ocurriendo?
-Sí. Y siguen ocurriendo bajo todas las dictaduras inevitablemente, a veces se hacen con más discreción y se consigue ocultarlas a la opinión pública. Afortunadamente en el Perú ha habido periodistas valerosos que han sabido sacar a la luz, de donde estaban enterrados, todos estos horrores. Dicho sea de paso, voy a pasar un aviso que, aunque parezca de mal gusto me interesa que se conozca la otra historia del Perú por los crímenes que han cometido Montesinos y Fujimori. Mi hijo, Alvaro, acaba de publicar un libro que se llama “En el reino del espanto”. En él se presentan las investigaciones de casos como el de unos estudiantes y su profesor que fueron asesinados y quemados, por Montesinos, finalmente cuando se descubrió toda la operación, los huesos carbonizados fueron devueltos a sus padres en cajas de leche Gloria (la marca más popular del Perú). También está la historia del asesinato masivo en los barrios altos (pueblos perdidos) de una familia que se suponía colaboradores de Sendero Luminoso, algo que no se puedo comprobar jamás. Sus asesinos andan sueltos por las calles de Perú y del mundo, con total impunidad. Uno de los colaboradores de Montesinos fue recientemente enviado, por el gobierno a testificar en la comisión de los Derechos Humanos de la OEA, a los Estados Unidos. La Interpol y el FBI le echaron mano, porque es un criminal internacionalmente buscado, el Canciller de la dictadura peruana le hizo dar un pasaporte diplomático, por lo tanto tuvieron que dejarlo en libertad porque aludió ser diplomático peruano. Esos horrores son típicos de las dictaduras. El pueblo peruano está tratando de salir de esta tiranía de Fujimori. El pueblo peruano se ha movilizado, creo que en la segunda vuelta de las elecciones éste será aplastado y Perú podrá salir de ese pozo de horrores en el que está sumergido desde 1992.
-¿Qué rol jugó la CIA y el Gobierno de los Estados Unidos en esa dictadura dominicana?
-Trujillo fue un hijo de los Estados Unidos en cierta forma. Era la época en que Estado Unidos cría que la mejor defensa contra el comunismo eran las dictaduras militares. Él era un aliado condicional de los Estados Unidos. Era una relación muy próxima y también muy corrompida. Trujillo gastó millones de dólares en “lobys” comprando senadores, periodistas. Pero en un momento dado las acciones de Trujillo lo convirtieron en un personaje mucho más incómodo que útil para Kennedy. Por eso comienzan a estimular conspiraciones. Es una historia curiosa porque al principio la colaboración de la CIA con órdenes muy estrictas de ayuda era muy importante, pero sin embargo mientras se va acercando el día que se llevaría a cabo el atentado, la administración Kennedy tiene cierto temor y se debió al fracaso de la invasión a Bahía de Cochinos. Seguramente pensaron que ese loco podría aliarse con Castro e introducir el comunismo en la República Dominicana, y lo mejor era no meterse demasiado. Toda la colaboración, al final, se reduce a dos fusiles.
-¿Cómo tomaron los dominicanos una novela inspirada en su propia historia?
-Siempre pensé que habría controversias y que a ciertos dominicanos el libro no les gustaría nada. Lógicamente a los trujillistas el libro no les ha gustado nada, han protestado y fui atacado. Me ha apenado que algunos parientes y ajusticiadores de Trujillo se hayan sentido heridos, aunque los comprendo. Los héroes terminan siempre por convertirse en seres intocables, dejan de ser seres humanos, con debilidades, defectos y pasan a ser seres impolutos y santos. Pero yo no escribo biografías, escribo novelas que son una expresión de lo humano y nada más prototípico de lo humano que la imperfección. Los que mataron a Trujillo fueron héroes. Y, si yo siento solidaridad por alguien es por esos hombres que esperaron al dictador en la carretera a San Cristóbal y lo mataron. Algunos de ellos habían participado de una manera muy estrecha, muy íntima, en el régimen de Trujillo, habían tenido cargos importantes y no he podido soslayar estos hechos al escribir la novela. Pero a parte de esas reacciones lo que a mí me ha conmovido terriblemente fue el entusiasmo enorme con que ha sido recibido el libro en la República Dominicana. Me habían amenazado los trujillistas con tomar represalias si me atrevía a ir a presentar el libro a su país. Por lo tanto, me pusieron una seguridad y en realidad esta sirvió para defenderme del entusiasmo y el cariño de los lectores de “La fiesta del chivo” que en todas las presentaciones avanzaban sobre mí como si yo fuera un artista de cine, una experiencia que yo nunca había tenido hasta ahora. Estoy realmente conmovido porque creo que el libro expresa el gran afecto que tengo por los dominicanos. La verdad es que en las largas temporadas que he pasado en ese país durante largos años, tratando de entender su historia, psicología, idiosincrasia, me he ido encariñando con el pueblo. Por otra parte, es maravilloso, con su naturaleza exuberante, y un pueblo muy solidario y cariñoso. Por lo tanto, me hubiera apenado mucho que consideraran una intromisión de mi parte el haber escrito esta novela. No ha sido así, la inmensa mayoría ha recibido “La fiesta del chivo” con muy buena disposición. A su vez el libro ha servido para abrir un debate que en un momento dado tenía que surgir sobre la responsabilidad, o sobre esas complicidades con que cuentan todas las dictaduras y que muchos jóvenes desconocen. Creo que es muy útil para todas las sociedades no perder la memoria de su pasado, aunque pueda parecer traumático, pienso que mucho más fácil construir el futuro cuando se aclararon todas las cuentas con el pasado y ha se hayan resulto esos problemas.
-¿Qué elementos estilísticos usó para que la novela no resultara extemporánea?
-Una novela nunca es extemporánea. Una novela es buena o mala. Si es buena es perenne, trasciende las circunstancias en que nació, el momento en que se escribió. Si es mala no tiene salvación, aunque sea muy de gran actualidad. La diferencia de la novela con un libro de historia, con un reportaje, un ensayo sociológico, es que la importancia de esa novela no depende del cotejo con una realidad exterior, sino de sus propios mecanismos internos: poder de persuasión, de la eficacia de su lenguaje, de la manera en que está construida, de sus puntos de vista, es decir de ese poder persuasivo que le da la forma literaria. La verdad es que cuando he escrito novelas nunca me he preocupado si son actuales o no, trato desesperadamente de que sean buenas. Creo que si son buenas pasarán la prueba del tiempo, de lo contrario no hay nada que hacer al respecto.
–Cuándo escribió sobre Trujillo sintió pena, rabia, horror, ¿qué le pasa a un autor que en cierto modo debe tomar el rol de ese personaje sobre el cual escribe?
-Toda obra de arte, una novela, es bella, incluso si está construida sobre el horror. Si es una buena novela ese hecho al mismo tiempo que nos repugna nos conmueve por su belleza. Eso es la literatura, el arte. El arte da un testimonio, yo diría que la mayoría de las veces sobre el aspecto más negativo de la condición humana, sobre las peores manifestaciones de lo humano que transmutado es un arte, resulta bello. Lo cual no significa que consiga nuestro asentimiento o justificación. Pienso que esa belleza nos permite entender mejor nuestros sentimientos de repugnancia, de rechazo, hacia la injusticia, la violencia. A su vez al pasar por el arte adquiere una categoría estética, sino no existiría el arte. El arte es una realidad aparte. Esta perspectiva que nos da el arte en la literatura, en la pintura, sobre la realidad o sobre la historia, considero que es profundamente iluminadora de lo que anda mal en la realidad y, una de las fuentes principales del espíritu crítico. No creo que alguien que lea “La fiesta del chivo”, a no ser que sea un pervertido, goce leyendo cómo se tortura a una persona y se la someta a descargas eléctricas a lo largo de cuatro meses como lo hizo el hijo de Trujillo con el general Román. Pero creo que la reacción de un lector normal es tomar conciencia de la profunda aberración que significa un sistema que permite actos de esa crueldad. Esa ha sido mi experiencia como lector de novelas, cuando leí una de las grandes novelas modernas “La condición humana”. Leí esa novela cuando era muy joven y ha quedado grabado en mi memoria la represión con que fue combatido ese movimiento, o la figura de ese revolucionario profesional que había ido a Shanghai a luchar y que termina quemado vivo en una caldera. Ese hecho es algo que a uno lo enfrenta a esa realidad que es el mal. El mal no en un sentido religioso, sino en un sentido cívico, social, y al mismo tiempo lo afecta la grandeza humana en cuanto los extremos de generosidad a los que puede llegar ese mismo ser humano capaz de cometer esos crímenes demoníacos. El mismo revolucionario cediendo su pastilla de estricnina a esos dos jovencitos aterrorizados que por primera vez se enfrentan a una tortura para que mueran antes de que los quemen vivos. Esas escenas son bellas sin dejar de ser monstruosas. Esa es la ambigüedad que conlleva en sí la versión artística de la experiencia humana.
–¿En qué parte de la novela está la locura de la invención?
-Para mí inventar es primero reunir los materiales que provienen de la realidad objetiva o subjetiva, y que poseen un potencial muy fuerte para la invención o la recreación. Luego los reúno y comienzo a dar forma a la novela con todas las libertades del mundo, añadiendo o recortando episodios, deformándolos. He inventado personajes que en cierta forma contienen algunos elementos de otros reales, o los hechos sus raíces en otros que efectivamente ocurrieron. A mí me cuesta trabajo establecer una frontera o hacer una discriminación entre los hechos reales y los inventados. Lo que sí me impuse fue no atribuir nada a personajes de la historia que no hubiera podido ocurrir dentro de las coordenadas políticas, sociales, ética, respecto a las cuales se vivió en la República Dominicana. Por eso creo que, como buena novela que está llena de invenciones, de inexactitudes históricas, hay una verdad profunda que tiene que ver con lo que es el sufrimiento humano, lo que significa una dictadura. No sólo como fenómeno político sino en la vida personal del ciudadano común. Claro hablamos de los horrores, pero dentro de ellos hay también grandezas como el caso de personajes de las hermanas Mirabal. Tres mujeres sencillas, del interior, y de un coraje extraordinario, porque claro ser mujer y opositora en aquella época requería poseer una fuerza casi granítica. Este es el caso de esas tres mujeres que se atreven a conspirar, una de ellas Minerva Mirabal, que resiste prisiones, torturas y que además tiene un talento político natural hasta que al final Trujillo las manda asesinar en una operación muy teatral. Y la muerte de las tres hermanas es importantísima de la conspiración. Junto a la obsecuencia, la degradación moral, aparecen el heroísmo, la valentía y la capacidad de superar el miedo y actuar. Hay otros dictadores como Fidel Castro que todavía está vivo, lleva 42 años, en el poder.
-¿En la Cuba de Castro se cometen crímenes como en la dominicana de Trujillo?
-No exactamente así. Se perpetran crímenes mucho más sutiles, que obedecen mucho más a lo que es una degradación psicológica de la persona, que a la tortura física. Castro es un ser que visto desde la perspectiva del cubano común es de otra especie. Un ser que está hace 42 años allí sin haber recibido jamás una sola crítica interna, las que le llegan son del exterior. Un intelectual se atrevió a escribir por Internet “la patria es de todos”, que frase tan subversiva es esa, pero le valió la cárcel. Él es el descendiente directo de esa línea d autoritarismo. Es el macho cabrío omnisciente, todopoderoso, él mueve como un director con su batuta un pueblo entero, lo saca a desfilar cuando quiere, que se indigne o que llore cuando hay que hacerlo. Yo rechazo tanto las dictaduras de derecha como las de izquierda. Pero antes que establecerla en alguno de estos dos polos son simplemente dictaduras. Hitler era un dictador, Mussolini, Franco y Stalín lo eran, de distintas ideologías, pero cuando uno examina en que consiste una dictadura desde el nivel del pueblo, el resultado es siempre el mismo, degradación moral, perdida de la soberanía, de la iniciativa, desaparición de la prensa libre, desaparición de participación del ciudadano en la vida de la ciudad y el triunfo irrefutable de la mentira a todos los niveles de la vida. Las dictaduras llevan a vivir en la mentira, en el engaño, no hay una sola excepción a la regla en el dominio de las dictaduras. De las democracias podremos decir que son mediocres, deficientes, pobres, corrompidas, pero podemos establecer algunas gradaciones que son evidentes. En el caso de las dictaduras creo que no.
-¿Qué distinguió a Trujillo de los demás dictadores para ser elegido el protagonista de “La fiesta del chivo?”
-Su teatralidad. Esa fascinación que él poseía por las formas aparatosas. Hay algo profundamente atractivo en esa necesidad tenía de montar actos permanentemente. Una de las primeras cosas que recuerdo haber oído en aquel viaje de 1975 a la República Dominicana, fue un relato del director de uno de los principales periódicos de Santo Domingo, que había sido periodista en el caribe en la época de Trujillo. Me contó algo que me impresionó mucho. Dijo: “Mire en esos años lo importante, lo grave, lo que había que cuidar de manera milimétrica era la página de sociales. Porque eso lo leía Trujillo escrupulosamente. Si uno se equivocaba en los tratamientos, por ejemplo, se podía desde perder el puesto, hasta perder su libertad o la cabeza. Si algún periodista olvidaba llamar a la mujer de Trujillo a doña María Martínez, la “Prestante Dama”, o la madre Doña Julia Molina Viuda Trujillo, la “Excelsa Matrona” y sólo le decía doña Julia, se ponía en una situación de extremo riesgo”. Esas cosas para Trujillo eran extremadamente importantes. La gente sabía que había caído en desgracia cuando el tratamiento en las páginas de sociales cambiaba y dejaba de ser él: “Excelentísimo Distinguido Caballero Señor Don” y pasaba a ser señor. Ocurría porque al periódico llegaba una llamada del Palacio Nacional al hombre clave de sociales, el directo, al que sólo se le decía que ese hombre no merecía ese tratamiento, por lo tanto, ese señor había entrado en el frío, y allí comenzaba su decadencia política. Otra de las cosas importantísimas para Trujillo era el atuendo, especialmente sus uniformes. Tenía un ministro de los Placeres que era una persona que tenía muy buen gusto y lo ayudaba a diseñar sus uniformes. Nunca un gobernante ha tenido tantos uniformes, creo que alrededor de 300, los había al estilo napoleónico, con sombreros de plumas, con tricornios. Él obligaba a ponerse a sus ministros de frac de paño grueso. En ceremonias a casi 40º de temperatura los embajadores e invitados debían ir así vestidos, por lo tanto, transpiraban como si estuvieran en la sauna, salvo él. Ese era uno de los motivos de orgullo que tenía. Él era el jefe, el restaurador de la independencia financiera, era el padre de la patria y el hombre que no sudaba. Ese aspecto es el que da a la vida de Trujillo ese sesgo grotesco, y que lo distinguen de otras dictaduras más grises, pero no menos crueles.
-¿Por qué se metió usted en política?
-Hice política por razones que no eran políticas, yo opino de política peruana haciendo una gran presión sobre mí mismo sé que mi posición puede ser mal interpretada, y hasta el año 1992 en que se dio el golpe de estado yo no había escrito una sola líneas respecto a la política peruana, pero al instalarse la dictadura una vez más en nuestra historia, para mí hay algo que es visceral al mismo tiempo que intelectual y principista no soporto las dictaduras (recalcando sus palabras), siento de una especie de exigencia que me viene de las entrañas y que también de unos principios que forman parte ya de mi ser, las dictaduras deben ser combatidas, el mal absoluto son las dictaduras. Nada degrada tanto a un país, a un individuo, a una cultura, como las dictaduras. Nada es más responsable del atraso, de la tragedia de América Latina, un continente que una y otra vez pierde la historia, que las dictaduras. Entonces si en un país hay una dictadura, y estos son más sentimientos, aunque sea tapándome la nariz, hay que combatirla y ahora con gran esperanza de que las coas cambien y creo que existe una gran mayoría de peruanos que quieren que volvamos a la legalidad y que volvamos a la libertad. Eso quedó demostrado a pesar del fraude en la primera vuelta de las elecciones, en la segunda ese movimiento puede acabar con el régimen autoritario no solo con la movilización de los peruanos que estoy s seguro que habrá sino con la ayuda de todos los gobiernos democráticos de América latina. Albert Camus fue un escritor que yo admiro mucho y él decía, sobre todo en su polémica con Sartre que la política no debía disociarse de la moral. Que la política no podia ser solo una praxis y que la moral debería ser el ingrediente central de la política. Camus era un hombre muy lúcido y su tesis habría que defenderla contra viento y marea. Él decía, uno puede ser pesimista en el dominio metafísico allí no podemos hacer nada, somos lo que somos, pero ser pesimistas en el dominio de la historia es absolutamente inaceptable porque todo depende de nosotros, todo depende de nuestras convicciones y nuestras acciones. Creo que es una verdad que si nuestros países andan mal no es por una ley fatídica que ha hecho de nuestros países caóticos, atrasados, países que están condenados irremediablemente a ser eso sino porque se han cometido errores, porque ha habido un fenómeno y circunstancias que nos ido precipitando en esa dirección. y que hubiera podido ser de otra manea si nosotros hubiéramos actuado, veíamos más claras las cosas que era necesario hacer. Hay ejemplos esperanzadores, yo vengo de la república dominicana y es emocionante ver como se ha levantado de sus cenizas. Es un país que crece continuamente. Para mí era conmovedor y envidiable la libertad que manejan para sus próximas elecciones. No digo que sea una democracia perfecta ni que halla resulto todos sus problemas, pero cuando uno piensa en lo que era la república dominicana y la ve ahora y lo piensa en términos de progreso ve los resultados. Centro América es una zona particularmente trágica, no ha conocido la democracia, guerras civiles, sus problemas han sido enormes y su solución ha sido la democracia, apostar a la libertad, adoptar la cultura de la libertad, de la legalidad la única que hace crecer a los países no solo a nivel económicamente, sino moral porque eso no soy pesimista, sino lúcido de caer en la ingenuidad de creer que América Latina por tener gobiernos civiles ya ha salido del atraso, tenemos gobiernos civiles pero una corrupción monstruosa, tenemos un conducción, sin embargo para mi la democracia es el punto de partida fundamental, lo terrible es perder eso lo más precioso que puede tener para mí un pueblo, un régimen de legalidad, de libertad, y que no haga del individuo una simple pieza de un instrumento que el poder puede destruir, humillar, vejar, sino alguien que tiene derechos que empiezan a ser respetados por toda la sociedad y también por el poder. Es importante no perder la esperanza. Creo que es fórmula que es bastante moderada es la fórmula de la civilización.