La flor de mi secreto. Intimidad II
«Secreto de tres ya no lo es», reza el refrán. Para no traicionar el secreto lo mantendré entre tú y yo, ¿vale?.
¿Cuál es la valencia y el valor de los secretos?
En el teatro la acción (drama) surge cuando aparece la segunda persona: tú.
Entre tú y yo nace una relación empática.
El primer contacto y el más fundamental es la mirada.
Nos miramos y ya comienzan a pasar cosas.
Nos miramos tú y yo y comienza a suceder algo, se inicia la acción. Pues toda acción brota de una relación interactiva, intersubjetiva.
Muchas veces esta relación intersubjetiva, entre dos sujetos (subjetivos), se mantiene en un mero plano pragmático e instrumental, por ejemplo cuando formulamos una petición o un ruego: «Por favor, déjame el libro.» Cuando el sujeto, protagonista, actúa para conseguir un objeto (objetivo), haciendo frente a unos actantes oponentes (obstáculos y antagonistas). Ahí tenemos una dualidad de roles desiguales: sujeto – objeto.
En un ámbito más profundo, más allá de esa instrumentalización narratológica de la acción, se encuentran los campos nebulosos de lo intrasubjetivo. Ese otro relato interior que nos constituye y con el que componemos, descomponemos y recomponemos nuestra frágil y voluble identidad.
En esos campos el personaje se desautomatiza, diluye su regularidad psicológica y caracterológica, se vuelve polifonía, collage de historias, germina el «impersonaje», como señalan Jean-Pierre Sarrazac y Valère Novarina: «Le théâtre tend toujours vers le visage humain défait; c’est le lieu où défaire de l’homme et s’insoumettre à l’image humaine, où déreprésenter.»
Ahí desaparece el eje dual y vertical sujeto – objeto para tenderse hacia la igualdad en un eje más horizontal sujeto – sujeto, con sus (a)dentros y (a)fueras difusos.
Nuestra capacidad para desdoblarnos y establecer una relación conflictiva con nosotras/os mismas/os se basa en ese diálogo secreto entre mi tú y tu yo, entre la emoción propulsiva del deseo y el temor regresivo que se le enfrenta, unidos en una misma célula.
Nuestra capacidad para construir con nuestra memoria un relato biográfico a partir de una selección, jerarquización y ordenación, la mayoría de las veces inconsciente, a partir de lo vivido.
Nuestra intrínseca capacidad para fabular sobre el pasado, sobre el presente y sobre el futuro.
La dramaturgia del yo. El yo como dramaturgia.
Todo esto podríamos englobarlo dentro de las poéticas (creaciones determinadas) de lo íntimo.
Pero la intimidad solo tiene valencia cuando se abre, cuando se comparte, igual que un secreto. Sin otro objeto que su propia apertura.
Abrir la intimidad es como florecer, la intimidad de cada cual posee un perfume, un color y una textura singulares.
La intimidad se supone que emerge del interior, pero no se comporta de manera psicoLÓGICA. No se trata de constructos causales y pragmáticos en el sentido cotidiano y lógico de estos términos, sino de un paisaje polimorfo y polisémico en el que se alumbran micro relatos subjetivos, imágenes oníricas, espectros que mezclan deseo y pasión, melancolía y anhelo, ira y ternura. Un magma que, dramatúrgicamente, solo puede ser partiturizado en acciones coreográficas, verbales, objetuales, lumínicas, sonoras y escenográficas, próximo al paradigma de la «landscape play» y modelado hacia estilos de «teatro de imágenes», circo, cabaret, drama simbolista, surrealista…
El día 19 de marzo de 2014, asistí a un espectáculo titulado «CHAMÉMOSLLE TEITO AO CHAN» (Llamémosle techo al suelo). Un Taller Integrado de 4º curso de la ESAD DE GALICIA (Escuela Superior de Arte Dramático), realizado por ANA CARREIRA, una alumna de la especialidad de Dirección escénica y dramaturgia, que cursa el itinerario de Dramaturgia.
Junto a ANA CARREIRA, en este proyecto de creación colectiva, actuaron ALBA ALONSO, DAVIDE GONZÁLEZ, CAROLIN SANDERS y ANDRÉS SEARA, que pertenecen al itinerario de Interpretación gestual, y CARLOS BAENA, del itinerario de Interpretación textual.
El espacio escénico de ANDRÉS SEARA. El entrenamiento musical de DAVIDE GONZÁLEZ. La iluminación de JAVIER QUINTANA.
En el propio título del espectáculo «CHAMÉMOSLLE TEITO AO CHAN» ya se contiene esa metáfora alucinógena que muestra como la intimidad, el paisaje de relatos intrasubjetivos que nos conforman, puede darle la vuelta al orden lógico y ponerlo todo patas arriba, haciendo del techo el suelo y de la tierra el cielo.
La primera imagen, el espacio escénico, era, precisamente, un techo poblado por caminos blancos, de una especie de gasa, habitados por haces de luz y una silla flotando en el aire. Hacia ese techo apuntaban los pies de las actrices y los actores en muchos momentos, como cuando Alba camina boca abajo, transportada por Andrés, mientras su acción verbal evoca el sueño de conducir desnuda hasta París. La torre de sillas ascensional que Andrés compone hacia el remate del espectáculo. La acción verbal onírica de Davide que invoca un circo, con un equilibrista y un trapecista en lo alto… porque allí hay algo de Davide, algo importante y sutil, algo inefable e imprescindible que funda el relato intrasubjetivo e íntimo de su(s) yo(es).
De esta manera, tanto la acción verbal, en su dimensión más onírica, como la acción cinestésica, en realizaciones acrobáticas y objetuales, constituyen una poderosa deixis hacia ese techo para darle una consistencia y una rentabilidad semántica que lo baja a la tierra y que nos recuerda que nuestras raíces también se alimentan en el aire y por las nubes.
La intimidad es un cuento que, en si mismo, funciona como un mecanismo rítmico a través del movimiento empático suscitado por una anagnórisis o revelación. Porque la intimidad se abre a la otra y al otro como una flor, la flor de mi secreto. Ahí lo íntimo origina una tensión dramática que va de lo intrasubjetivo (la persona como misterio, la persona compleja, NO el personaje de construcción psicológica) a lo intersubjetivo de la relación que, de repente, se establece en esa anagnórisis empática.
Contar la intimidad es como contar un cuento y requiere de una música propia, esa música que va del murmullo al grito, de la tensión que nos contrae a aquella otra que nos expande. Y da igual que la locución sea en alemán, en francés, en gallego, en castellano, en inglés… o que adopte el cómputo numérico en vez del cuento narrativo. El caso es que la música ilocutiva y perlocutiva de la intimidad se abra y nos toque y nos revuelva y nos ponga con la cabeza hacia abajo y los pies en el cielo, como ocurre en el espectáculo «CHAMÉMOSLLE TEIRO AO CHAN». Porque no siempre la cabeza tiene porque coronar el cuerpo, ni siempre los caminos están por el suelo.
En «CHAMÉMOSLLE TEITO AO CHAN» los cuerpos y su movimiento son los que coronan y capitanean el espectáculo de la intimidad. Una intimidad polimorfa que va de lo confesional a lo lúdico, de lo onírico a lo aparentemente cotidiano del recuerdo, siempre acaballo de las alas del movimiento.
Que la dramaturga directora, Ana Carreira, domine el arte de la narración oral, a la que se dedica profesionalmente, se nota aquí en la sutileza y en el goce que el collage de pequeñas historias produce. Esa seducción de las dramatículas que nos conforman. Ese construir, reconstruir, deconstruir… echando mano de juegos físicos, vocales, lumínicos, objetuales (las sillas, que se transcienden por el uso diverso que hacen de ellas)… de micro relatos que huyen del tonema cándido y desactivante de lo confesional, que se liberan del mero exhibicionismo narcisista o terapéutico para elevarse hacia un correlato artístico, sublimado plástica y coreográficamente, que los transforma en universales.
Velahí la magia del teatro, cuando parte de la humildad del trabajo autoexigente y crítico, anti pretencioso, capaz de convertir lo íntimo en lo universal sin despojarlo de su encanto primigenio y singular.
Minúsculos relatos fragmentarios entre los que se mezclan los propios y los ajenos, interiorizados, (retazos de HAPPY DAYS de Samuel Beckett, de películas que dejan huella, de textos creados por las actrices y actores, recuerdos de infancia como el juego con los ponis rosa de Davide, o la añoranza de Andrés por su caballo… evocada gestual y coreográficamente, hasta llegar a su elocución emocionada).
«CHAMÉMOSLLE TEITO AO CHAN» hibrida el teatro físico, gestual, con la narración oral, entre actrices y actores y hacia el público, así como el circo y el cabaret en el que lo íntimo es la fiera indómita que hace acrobacias, que pone el mundo boca abajo, que se sube en unos zapatos de tacón alto y hace girar una falda pesada de muchas capas, mezclando, a su vez, imágenes escénicas con imágenes mentales suscitadas por la palabra (abrapalabra), que ronda lo escatológico, que supera el ridículo y hace saltar por los aires las puertas de los tabús.
¿Qué mejor sitio para este circo – círculo móvil y vibrante que un escenario y nosotras/os?