La fuente dormida
¿Puede darme alguien permiso para dejar de pensar con la cabeza? ¿Para empezar a escuchar con los pies? ¿Puede alguien decirme: «Relájate y disfruta»? ¿Liberarme de la obligación de clasificar, ordenar y procesar cada visión, cada palabra y cada gesto que veo en escena? ¿Acaso puede una ver con algo más, a aparte de con los ojos?
Fui a ver vuestro espectáculo. No entendí nada. Me quedé con retazos, sombras, fugas. Una pluma de pájaro entre los dedos. ¿Qué queríais decir con ello? ¿Por qué tanto esfuerzo? ¿Para qué tanto esfuerzo? ¿Alguien puede explicarme el sentido de todo esto?
Las aves comienzan a cantar de nuevo encima de las copas de los árboles, que vuelven a ser verdes y eso lo entiendo, porque es primavera. Esa es la razón de que aflore el brote, de las margaritas en el césped y del «me quiere no me quiere». Eso lo entiendo, pero a vosotros no, no entiendo vuestro teatro.
Y a pesar de ello, aquí estoy. Muerta de intriga. Atrapada por una corriente subterránea que, a modo de cordón umbilical, me mantiene atada a vuestro universo creativo, a vuestro mundo oscuro, a las imágenes visuales que planteáis, que me rompen los esquemas del cerebro en mil esquirlas distintas que salen disparadas para todos lados y no puedo refrenar mi asombro y me cuesta tragar saliva y ni siquiera sé si me gusta lo que hacéis. Pero no puedo parar de miraros.
Podría ver otro teatro, el que conozco, el que es mi hogar, aquel en el que me muevo entre parámetros conocidos y soy mecida por metáforas familiares, donde la poesía susurra en mi lengua poética materna. Como espectadora estaré entonces recostada en un mullido sillón orejero, con las mantas de toda la vida acogiendo mi cuerpo que se apoyará en el cálido respaldo que guarda la huella de mi espalda.
Pero mi persona se empeña en permanecer de cuclillas, desconfiada y alerta frente a vuestro incómodo teatro de aguijón, intentando descifrar vuestro código, abrumada por el mundo que creáis a mí alrededor y que no comprendo, pero que me fascina y frustra a partes iguales.
Quizás debería ser menos rígida conmigo misma a la hora de recibir, más laxa con mi propio cerebro. Darle libertad al pensamiento para que pueda salirse de las trilladas rutas mentales, para escoger, por una vez, ese caminito estrecho plagado de hierba verde y margaritas silvestres que se aparta del camino principal y que hasta ahora, había pasado desapercibido.
Porque eso es lo que intuyo cuando soy capaz de atravesar la frustración que me produce no entender vuestras propuestas escénicas: Que hay otros lugares-fuente desde los que expresar y crear mundos escénicos, reflejar realidades y revelar interioridades. Soy consciente de que esos lugares-fuente aún no están activos en mí. Existen, si, pero aún están sumidos en un profundo sueño dentro de mi persona.
De momento, cada vez que veo vuestro teatro, me aparto de la ruta conocida para recorrer un nuevo camino de tierra que me despierta la sed y me lleva a buscar un lugar con fuente de la que beber. En medio del camino y con la intuición alerta, escucho. Un momento: ¿No la oyen acaso mis pies desperezarse, aún ajena a todo, dentro de esa gruta de piedra que adivino al final del sendero…?