La gestión cultural no es como la pintan
A la actividad cultural se le tributa hoy en día mucha literatura, con énfasis en el análisis de su proyección en el mundo de la oferta y la demanda, debido a que existen quienes están empecinados en hacer de ella un importante renglón de la economía, no solo que alterne con los otros, sino que se halle en condiciones de competir con los de gran alcurnia, como el sector financiero, cuyas ganancias parecen un derivado de la magia, porque a pesar de la crisis es el único que permanece incólume.
La nueva literatura ofrendada a la gestión cultural está destinada a ocasionar, como es natural, un cambio de conducta entre quienes se decidan a ejercer ésta, pues en la generalidad de los casos los cambios en las condiciones materiales traen consigo cambios de lenguaje, porque todo debe nombrarse para consolidar su existencia social, pues no existe en la tierra cosa que carezca de éste, para explicarse, promoverse y tratar de imponerse.
Los cambios de conducta siempre van acompañados de un cambio de aspecto, porque es a través de éste como se muestra un producto para despertar la primera impresión, y debido al nuevo concepto que se quiere imponer sobre la actividad cultural, como algo que produce riqueza material, ha sido necesario cambiar su habitual aspecto de actividad social menor, emprendida regularmente por personas reconocidas en su medio como cívicas, por el de actividad económica de relieve, ejercida por personas con preparación académica previa, respetuosas de las jerarquías y dispuestas a aceptar que la cultura no es para explicar nada a nadie, ni enseñar nada a nadie, ni resolver ningún problema de consciencia de nadie, sino un nuevo medio de competencia, y es por eso que actualmente solemos encontrarnos con gestores culturales de nivel alto, medio y bajo, que responden a compromisos específicos y se hallan obligados a producir resultados, en el caso actual, financieros, según el lugar que ocupen en la pirámide de la gestión cultural.
No estamos de acuerdo con la idea de convertir a la actividad cultural en un elemento más de competencia despiadada, e incrementar de esa manera las angustias que saturan al ser humano en su lucha cotidiana por resolver sus problemas primarios de subsistencia, persiguiendo un empleo, más que un oficio, y por eso hemos decidido intervenir en esta discusión, afirmando de entrada, que la gestión cultural no es como la pintan, y sugiriendo, a quienes han decidido dedicarse a ella, convencidos de que es un oficio rentable, que aparte de producir medios de subsistencia también permite hacer ahorros para afrontar la invalidez laboral de la vejez, que tengan en cuenta algunas situaciones, con las cuales se pueden ver enfrentados al momento de resolver problemas en materia de gestión cultural, para cuya solución no siempre estarán en condiciones de igualdad con quienes tienen qué dirimir un espacio, situaciones que enseña la experiencia, y no son tenidas en cuenta por los estudios académicos de formación de gestores culturales, porque la academia normalmente ubica a la experiencia en el rango de los aprendizajes incompletos.
Aunque los estudios sobre gestión cultural son muy jóvenes, la abundante literatura que se ha escrito sobre ella le dan un aspecto de ciencia antigua y debidamente comprobada en el tiempo; sin embargo, cuando los gestores culturales salen al campo a poner a prueba la ilusión, que engendraron con sueños de grandes realizaciones, en el aula de clases, mientras eran arrullados y embelesados por los discursos futuristas de los catedráticos, descubren otra realidad.
Queremos compartir, con quienes lo deseen, apartes de esa realidad, de la cual hemos recaudado ejemplos, aplicando más empirismo que academicismo, a lo largo de treinta años.
Los esperamos la semana próxima.