La gioia de Pippo Delbono por encima de las heridas y las costuras. 34 MIT Ribadavia
El teatro puede ser un camino hacia la “gioia”, esa emoción inefable.
La “gioia”, esa palabra italiana intraducible que casa alegría y dolor, que apunta hacia una alegría honda, hacia un sentimiento de plenitud y placidez, no exento de melancolía. Quizás un estado fulgurante de éxtasis existencial, porque puede ser experimentado en la meditación budista, durante una enfermedad severa, como la que ha padecido el propio Pippo Delbono, según nos confesó en la conversación post-espectáculo, cuando aún estábamos bajo los efectos de La Gioia. Fue el 15 de julio de 2018, en el Auditorio Rubén García do Castelo, dentro de la programación de la 34 Mostra Internacional de Teatro, MIT Ribadavia.
El teatro de Pippo Delbono está contaminado por la vida, por aquello que escuece y que duele, pero también por aquello que produce éxtasis y una alegría más allá de la risa provocada por chistes o divertimentos directos.
Desde el propio escenario, Pippo, nos cuenta trozos de su historia y de la de algunos de sus compañeros y compañeras. Esas historias son fragmentos de vida que sirven como si fuesen una especie de declaración de principios, que no pretende ser aleccionadora sino que consiste en un ejercicio de desnudarse y ofrecer aquello que uno trae consigo, aunque pueda resultar naif, por veces, o camine por los límites de lo ridículo.
Lo naif y lo ridículo forman parte de la vida y pueden asomarse a los escenarios en dosis de ambigüedad que no promuevan su cómoda aceptación, sino que, según su lugar en la dramaturgia, puedan sorprender o descolocarnos.
Estas cuestiones, estos materiales, que las personas solemos esconder o minimizar, por decoro, por miedo al juicio externo, también aparecen en el teatro de Delbono. De alguna manera, pese a la cuidada elaboración plástica y teatral, estos materiales siempre producen una especie de quiebra, de temblor, de humano desafine y, consecuentemente, pueden provocar, en algunas espectadoras y espectadores, cierta controversia y descoloque.
Contra la estética de lo pulido y lo satinado, según expone Byung-Chul Han en La salvación de lo bello (2015), contra la estética del “me gusta”, que elimina toda la negatividad de la enfermedad, de lo diverso, de la alteridad, la dramaturgia de Pippo Delbono nos sitúa ante la negatividad y la herida, aunque venga acompañada, en La Gioia, por figuras coloristas y circenses.
La dramaturga AveLina Pérez comentaba, al salir del espectáculo, que le había causado una honda impresión, una mezcla de risa y dolor, también le había llamado la atención el hecho de que las costuras del espectáculo estuviesen a la vista.
Éste, a mí, me parece un tema de radical importancia, desde la perspectiva compositiva y creativa de la dramaturgia de Pippo Delbono, en el que merece la pena detenerse.
Cito lo que AveLina escribió al respecto en las redes sociales:
“pippo delbono, onte, falou de bobó dicindo que neste home estaba o sentido profundo do teatro eu, onte, recibín unha importante lección de teatro quizais agardaba ver a pippo nunha desas «tolerías» que tantas veces vin nos videos, desas descargas vitais… e non, vin un espectáculo calmo – que non manso – controlado, coas costuras ao ar, un espectáculo que ata podía parecer «a medio facer», que logo podería, polos amantes da pulcritude e da limpeza – ser «traballado» (agardo que se note a ironía, recálcoo porque isto das redes, xa se sabe …) e construír desde aí o «espectáculo»… no coloquio pippo falou de que neste traballo había unha técnica importante, e estaba claro que a había pero si, esa técnica pode usarse para moitas cousas… para, por exemplo, permitir que as flores saian de bolsas do lixo ando constantemente coa teima da relación do teatro e a vida, busco atopar na escena o humano – e para nada me refiro a autobiografías – e claro, nada disto pode elaborar unha teoría, nin sequera un modelo, nin ningún tipo de claridade… mellor! así poderemos seguir na busca sen ter seguridade, e creo que iso é unha boa cousa nestes momentos terribles de espectacularidade e produto, agradezo ver estas cousas emocioneime moito onte, e descoloqueime moito agradezo, si” (16/07/2018)
Ciertamente “las costuras” de una pieza, en una concepción heredada de la estética clásica, deben estar ocultas, escondidas o disimuladas, en pro de la buena figura y de generar la ilusión de que la pieza de arte es un ente autónomo a la realidad y a la vida cotidiana. Generar la ilusión de que la obra de arte es una entidad equilibrada y cerrada, redonda, completa, porque en la plenitud se cifra el concepto de la belleza clásica. Un ser incompleto o inconcluso es un ser lisiado, feo y desagradable.
Sin embargo, como ya hemos anotado, el teatro de Pippo Delbono hace brotar la belleza de las miserias, de las gracias y desgracias de la vida. Es un teatro vital, vitalista y hondamente humanista, o sea: comprometido con el género humano en su diversidad, en su debilidad, en su locura.
La locura, que me hace pensar en Antonin Artaud, también está en Pippo Delbono. La locura que otorga una luz diferente a la luz de la ciencia o a la luz del día. Una luz, la de la locura, que proviene del rayo, a veces del reflejo de la luna en las noches oscuras, una luz que hiere.
Las heridas dejan cicatriz y es desde esa cicatriz-costura que Pippo Delbono parece alumbrar sus piezas teatrales.
Sobre las tablas hay actores sin una formación actoral, personas con diversidad funcional, que llevan más de veinte años acompañando y compartiendo el escenario y la vida con Pippo Delbono. Gianluca, con síndrome de Down; Bobó, que tiene 81 años, y que no oye ni habla y tiene muchas dificultades para moverse; Nelson Lariccia, con una fisonomía y un movimiento extremadamente magro y débil… Un elenco, en resumen, muy diverso, fuera de los cánones de lo considerado “normal” en relación a la mayoría.
La realidad que traen consigo estas personas no puede taparse, igual que no se pueden tapar las cicatrices más profundas con una cirugía estética.
La realidad vibra en el escenario aunque el juego teatral la module a través del simulacro circense, con un toque onírico, a través del disfraz y del recurso de las figuras alegóricas de un circo de fantasía o de las flores de plástico que pueblan algunos cuadros de La Gioia.
Todo es real y, al mismo tiempo, está jugado teatralmente, para, en el montaje, otorgarle ese nivel trascendente que despega hacia lo extraordinario, hacia la catarsis.
Todo es real, incluso los textos que Pippo ha escrito, con pequeñas historias alegóricas respecto a la “gioia” y a la locura. Esos textos, como suele acontecer en todas las piezas de Pippo, están en los papeles que él coge y nos lee. No hay una memorización previa y una elocución que finja que lo que se dice es algo espontáneo, palabras que aparecen de manera espontánea. No. Lo que se dice ha sido pensado y escrito previamente y, por tanto, esa es su realidad, por eso las palabras escritas no son dichas como si no fuesen palabras escritas, sino que son leídas, para poner en evidencia, también, la realidad del texto, la relación con la escritura y con la lectura. Esto, sin duda, supone un choque respecto a nuestros hábitos teatrales y una des-automatización respecto a lo que tenemos interiorizado como teatro.
Sin embargo, no se trata de una lectura cualquiera, sino de una lectura extremadamente cuidada y temperada, sostenida por una técnica y una dicción magistrales. Además, el timbre de voz de Pippo Delbono es hermosísimo. Consigue modular, articular y proyectar la voz de manera musical, para llegar a una performance vocal que extrema la sensorialidad contenida en los sonidos de las palabras, en las curvas melódicas, en las pausas, en las interjecciones, en las diferentes dinámicas del fortísimo al pianísimo, pasando por el murmullo y desembocando en el sollozo, agitando los límites entre éste y la risa…
Los textos escritos en folios de papel, sostenidos en las manos y leídos bajo la luz de una linterna, enganchada al micrófono, son otra costura dentro de las piezas de teatro de Delbono.
En La Gioia se citan poemas sobre la experiencia de la “gioia” de una poeta mirando las estrellas en la noche de un campo de concentración, el monólogo de Enrique IV de Pirandello, en pleno arrebato de locura, canciones pop en francés o italiano, ligadas a una visión más naif del amor y el desamor, como “Petite fleur”, “Dove é la gioia” o “Maledetta primavera”, actuada en playback por Gianluca, travestido de diva de la canción.
La estructura de la pieza es serena y con un tono de sencillez, consistente en diferentes cuadros contiguos, relacionados por los textos de Pippo y por asociaciones visuales respecto a la locura y a la “gioia”, también por la presencia de las actrices y los actores, una presencia entre el icono visual, la figura alegórica e incluso la metáfora.
En cada uno de esos cuadros asistimos a la construcción de una instalación plástica, in situ, realizada, en la mayor parte de los casos, por la acción de Zakria Safi, un joven refugiado afgano, que ya había participado en Vangelo (2015) y que sigue colaborando con Delbono.
El hecho de que asistamos a la propia actividad de componer el escenario de cada pieza, mientras suena una música o escuchamos la lectura que hace Pippo de alguno de los textos, desde algún rincón del escenario o de la grada del público, también es un modo de no esconder la naturaleza del juego teatral, las costuras, la artesanía, como metáfora de la propia vida.
Así se compone el cuadro en el cual el linóleo negro se cubre de filas de barquitos de papel blanco, con un banco en el centro, donde se van a sentar Bobó y Pippo, para dejarnos ver un aspecto de su singular relación.
Así se compone la instalación de montones de ropa multicolor extendida por el suelo, con Gianluca vestido de Pierrot Lunaire, con una lágrima negra pintada en la mejilla izquierda, mientras Pippo nos lee un texto alusivo a la tristeza y al dolor, que pasarán igual que el invierno deja lugar a la primavera.
Así se compone la instalación en la que Zakria Safi esparce hojas secas, que cubren el suelo, y saca flores de sacos de basura y también cuelga riestras de flores, que ascienden hacia el cielo, para crear una postal surreal, que contrasta con una del comienzo, en la que Pippo danzaba entre rejas de metal. Ahora, en este cuadro, danza entre riestras de flores, en la composición floral de Thierry Boutemy.
En este mismo entorno van a celebrar el 81 aniversario de Bobó toda una troupe de personajes alegóricos de un circo de fantasía, que danzan alrededor del banco en el que se sienta el clown Bobó, para soplar las velas de una tarta de fantasía y para soltar un discurso ininteligible, pero emocionante, igual que aquel de Lucky en Esperando a Godot de Beckett. La credibilidad y la emoción por encima de la intelección y el significado.
En La Gioia la alegría, como una flor, es una emoción que surge en un temblor sin despegar del substrato doloroso, que se siente y se evoca, entre los textos y los gestos, en el estar de esas personas que deambulan por el escenario. Después está el poema escénico tejido por las acciones escénicas, que se suma al asombro y al misterio de esas presencias e incluso de lo que nos ha acontecido, a cada espectadora y a cada espectador, desde la grada.
El teatro de Pippo Delbono es semejante a Kintsugi japonés: una técnica para arreglar las fracturas de las piezas de cerámica, aplicando una resina mezclada con polvo de oro, plata o platino, siguiendo una filosofía según la cual las roturas y las reparaciones forman parte de la historia del objeto y deben mostrarse en lugar de ocultarse. Esas piezas con las costuras visibles son de una belleza que desasosiega y produce “gioia”.
P.S. – En esta misma sección, sobre la dramaturgia de Pippo Delbono, también puede leerse el artículo titulado: “El evangelio según Pippo Delbono”, publicado el 29 de julio de 2017.