La Guerra se va de paseo
Los nobles de Santa Gracia se las arreglaron para que la guerra se marchara pronto de su territorio, para evitar la contaminación de las discusiones del Congreso, recién instaurado, encaminadas a reforzar los argumentos del civilismo, tema del cual eran incapaces de desprenderse.
Aprovechando la nueva calma, el encargado del gobierno, un hombre que mantenía la palabra civilidad a flor de labios, se dedicó a recibir a los comisionados de algunos países que hasta entonces habían estado muy pendientes del desarrollo de los acontecimientos.
Mister Hammer, invocando la afinidad de intereses, por habitar el mismo continente de los santagracianos le propuso la firma de un tratado de buena vecindad, asegurándole que así España lo pensaría mucho antes de dar un nuevo paso de reconquista. La propuesta caló hondo entre los ilustres de Santa Gracia, porque vieron en ella la oportunidad de zafarse del asedio de sus guerreros, pues ya no podrían reputarse como la única fuerza que los defendería de España, y tendrían que terminar con sus exigencias de tributos de admiración y de prebendas como premio a sus sacrificios.
Lord Nail llegó antes del tiempo previsto por su gobierno, para contrarrestar las ventajas obtenidas por Mister Hammer y ratificar la ya vieja amistad entre Su Majestad Británica y el gobierno de Santa Gracia. La oportuna presencia del distinguido Lord significó una recuperación moral sin precedentes para los santagracianos, porque sus efusivas palabras acerca de cuanto vio, oyó y tocó desde que desembarcó en Cartagena de Indias borró el disgusto producido por la actitud de Monsieur Braguette, quien decepcionado por los avances diplomáticos de Mister Hammer, y por el desenfrenado gusto hacia lo inglés entre los nativos informó a su gobierno que no valía la pena esforzarse por tratar con estos países, cuyas mujeres de alcurnia vestían como tontas y sufrían de un extraño mal de estómago que infestaba el ambiente con olores de ajo, carne rancia, tabaco y chicha, esta última, una bebida a la cual parecían muy adictos los nobles de Santa Gracia, aunque para beberla se ocultaban.
Lord Nail, en cambio, no dejó hablar a otros durante muchos días por estar ponderando los “premios que la naturaleza le ha dado a esta parte del mundo, en donde la vida se halla tan resuelta que todos los bienes de subsistencia se encuentran al alcance de la mano, lo cual explica científicamente cierto desinterés de los nativos hacia el esfuerzo (que Monsieur Braguette ha calificado, con rapidez, de pereza), como un justo disfrute del ocio permitido por las condiciones materiales ofrecidas por el medio”
Aparte del árbol María, cuyas flores rojísimas alcanzan alturas de cincuenta pies, del brillo indescriptible del esmaltado escarabajo, del verde dorado de la mosca, del terciopelo rojo y negro de las mariposas, del sensacional vuelo del pájaro miel parecido a los ángeles, del azul ascendente del papagayo hasta alcanzar un color parecido al del cielo de Europa en verano, y de la extraordinaria gama del azul al amarillo del pequeño lagarto que, con sus movimientos nerviosos y rápidos produce una mágica composición de colores, aparte de estos hallazgos, que Lord Nail consignó con mucho cuidado en su cuaderno de viajes, habló con vehemencia del sabor de la lechosa chirimoya y vaticinó que el zumo de esta exótica fruta sería el imán para atraer una oleada migratoria de europeos, con cuyo concurso los pobladores de este continente aprenderían a tejer la urdimbre de las difíciles artes de la industria y el comercio.
Los ilustres de Santa Gracia, poco dados a valorar la magnificencia de lo propio creían morir de emoción escuchando a Lord Nail, y en vista de que éste expresaba cada día más interés por las cosas que veía, oía y tocaba, y se empeñaba además en conocer de cerca las verdaderas costumbres de los nativos lo llevaron a la casa de una familia de apellido Arrubla, unos distinguidos comerciantes de Santa Gracia, a presenciar una pelea de gallos en la que él mismo escogió los contendientes de entre quinientos ejemplares que estos señores mantenían preparados para entrar en combate en cualquier momento. Milord ensalzó de tal manera el espectáculo, que los oferentes, completamente desinhibidos decidieron enseñarle los pasatiempos del pueblo.
Por la plaza corría un buey amarrado de los cuernos con una cuerda que tiraban unos negros, mientras otros lo puyaban con palos cortos y hacían que el animal ahuyentara a la gente. En los alrededores se escuchaban los gritos de los muchachos corriendo con sacos de harina de los cuales extraían manotadas que arrojaban al rostro de los espectadores desprevenidos.
Unos meses más tarde Lord Nail regresó a su patria cargado de presentes para Su Majestad Británica entre los que se destacaba un racimo de chirimoyas.
Mister Hammer, no había despreciado oportunidad para espiar el curso de las relaciones entre los santagracianos y el inglés. Sintió tal decepción por la forma tan villana como se había pisoteado su tratado de buena vecindad, que accedió a enviarles ayuda a las escuadras españolas que aún permanecían en costa firme, en dos goletas que fueron interceptadas en las bocas del río Orinoco por el ejército del venezolano Bellorín, a quien se conocería poco tiempo después con el nombre de padre de la patria.
Sus oficiales se valieron de esta captura para encender una vez más el fuego de la discordia en contra del encargado del gobierno, acusándolo de no haber atendido las recomendaciones del Jefe Supremo de la Guerra cuando le advirtió sobre los riesgos que corría la patria si entraba en tratos con Mister Hammer, a quien veía como una especie de destinatario de la Divina Providencia para plagar de miserias a los santagracianos, en nombre de la libertad.
Acariciando la pitillera de oro que le dejó Lord Nail, y echando codiciosas miradas a la caja de talcos que Su Majestad Británica envió expresamente para Bellorín, éste aún no sabía que la guerra había llegado a un punto muerto y que los oficiales venían de regreso a discutir sobre su recompensa.