La guerra y nuestras guerras
Estamos a un paso del abismo. La guerra que sucede en Ucrania por una acción invasora de Putin se extiende de manera invisible, sin el ruido de los bombardeos, pero con efectos colaterales de consecuencias graves. Una guerra económica nos afecta a todos. La subida de los precios de los combustibles nos afecta a todos. A la cultura también. Poner en marcha las furgonetas para hacer una actuación a trescientos kilómetros del lugar de residencia es más caro hoy que ayer. Pero seguramente menos que mañana. Y esto no ha hecho nada más que empezar. La guerra tiene pinta de durar bastante. Y sin conocer un final previsible. Y en todos los casos, ese final, no será un punto y aparte, sino un punto y seguido. Por eso debemos atender a la guerra y acoparnos de nuestras guerras consecuencia de la primera.
Escribo mirando al mar Cantábrico, veo una parte de la Concha donostiarra, estoy en DFERIA, rodeado de viejos amigos, de artistas admiradas, de programadores emergentes, de recién llegados que se juntan con veteranos. La guerra planea en el ambiente, pero intentamos no hablar de ello, no por problemas de encontronazos ideológicos, sino porque cuesta creerse que está sucediendo lo que sucede. Y porque nuestros escenarios todavía están inmersos en otras problemáticas, en otras iniciativas temáticas, y de repente ver un espectáculo que habla de emigrantes en el Mediterráneo se nos vuelve algo antiguo y eso que aquí en el río Bidasoa, hace unos pocos días un joven emigrante desapareció en sus aguas intentando superar la frontera con Francia.
Nuestras guerras pequeñas nos ocupan porque hay elecciones en diversos países iberoamericanos, toma posesión el nuevo presidente chileno y eso, casi siempre, lleva cambios ministeriales y como no acostumbran a existir políticas culturales y menos en asuntos de artes escénicas consolidadas en nuestros países, fiamos a lo personal las variaciones de futuro. Y en Castilla y León entra en su gobierno la extrema derecha más cavernícola y parece que se van a hacer cargo de la consejería de cultura. Mal vamos. Respiramos hondo.
Pero en la guerra actual, con todos sus efectos económicos, es preocupante la celeridad con la que se han suspendido actuaciones de emblemáticas instituciones culturales rusas mundialmente conocidas. Hemos visto como personas de trayectoria impecable han dimitido de sus cargos directivos en teatros, ballets y otras instituciones importantes en Rusia. Son decisiones personales, comprometidas, que se deben aplaudir por lo que significa para su vida actual y su futuro en su propio país. No quiero comparar, pero en España, donde el verbo dimitir está fuera de uso, nadie dimitió porque su gobierno nos metió en una guerra en Irak. Ni se dio nadie por aludido. Son momentos difíciles, existen siempre combates internos entre lo que a veces pide el primer impulso y lo que después se atempera y hay que ver lo posible, lo mejor, lo necesario, lo asumible. Bueno, ya me entienden ustedes.
Lo que yo quiero decir es que diga lo que diga la propaganda de un lado u otro, las obras de arte, la cultura, las artes escénicas y musicales que sí, que tienen contenido, que no son neutrales, tienen un valor superior, crean un estado de belleza que debe superar toda oscuridad violenta. Y que los artistas se deben juzgar por sus obras no por su pasaporte. Así que ruego encarecidamente a las autoridades competentes e incompetentes, que no censuren ni a compañías ni a artistas de ninguna disciplina, que cumplan los contratos firmados, que el mundo está muy mal, pero que no nos podemos permitir no leer a Dostoievski o a Chejov, ni ver sus obras sobre nuestros escenarios. Que el teatro no puede vivir sin Stanislavski ni Meyerhold, que el ballet clásico se fundamenta en las escuelas rusas desde hace más de un siglo, que la música clásica suena igual si el que dirige la orquesta es ruso o colombiano. No nos maltratemos más, la Cultura de la Paz, es una Cultura sin censuras.