Otras escenas

La ilusión

Una idea. Un proyecto. Un sueño por llevar a cabo. La ilusión es un material muy sensible. Cuando alguien te cuenta una idea te abre el corazón. Se expone. Es como declararle el amor a alguien. Te arriesgas al rechazo.

Un rechazo puede hundirte en la miseria más profunda o tirarte al suelo para que luego puedas levantarte más fuerte. Ya lo dicen en las comedias románticas que el amor correspondido no es cosa fácil.

Sucede lo mismo cuando cuentas tus proyectos. Tantas ganas tienes de comunicar lo mejor de ti, como pánico a no gustar. Cada cual, y en función de sus predisposiciones, tenderá más a uno o a lo otro, aunque creo que siempre se da un poco de cada.

A menudo me viene a la cabeza un momento de ‘La madre pasota’, de Uroc Teatro, cuando Juan Margallo habla con una sonrisa a medias de los artistas que estamos eternamente trabajando en un nuevo proyecto, ese espectáculo que va a ser bueno de verdad, el que nos va a consagrar, y de esa eterna ilusión que tanto puede impedirnos percibir nuestras limitaciones como hacernos prosperar de la manera más impresionante.

El otro día mantuve una conversación con un viejo conocido de cuarentaitantos que, cargado de carreras y másters, sobrevivía trabajando cuándo y cómo podía en trabajillos para los que estaba mucho más que bien preparado. Me contaba que hacía tiempo que le rondaba un proyecto, que había tenido una idea. Y esa idea era estupenda. Le animé a seguir con su sueño y a que me contactara para lo que pudiera necesitar.

De hecho, hablamos largo y tendido, nos sentamos y nos pedimos otro café cada uno. Creo que nunca habíamos mantenido una conversación tan larga. Fue agradable. Al levantarnos para continuar cada uno con lo suyo, se me acercó y me dijo con ojos cristalinos: ‘ahora tengo tiempo y puedo pensar, y nunca había pensado tanto. Eso no me lo van a quitar.’

Al principio me sentí pequeño, mal por no saber qué responder, poder ayudar, no sé… Pero luego en casa reaccioné, y la verdad es que me enfadé bastante. El pensar sí nos lo pueden quitar. De hecho, nos lo están quitando y de manera más descarada que nunca. Caminamos hacia atrás, como los cangrejos. Cómo mucho nos van a dejar calcular.

A ese viejo conocido las cosas no le iban como se esperaría que le fueran a uno, como a muchos otros tantos que están a nuestro alrededor, también en nuestros círculos más próximos. Es desesperante.

Se preguntaran qué quiero decirles con esto. Pues podría ser mucho, sobretodo si fuera en un bar, donde todos somos grandes discípulos de Demóstenes. De momento aquí, entre nosotros, que no saben hasta que punto echo de menos más realidad, compromiso, denuncia y mala leche en la materia primera del oficio al que nos dedicamos. Los años setenta han vuelto, pero sin su teatro.


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