La inercia y el impulso
Llevo unos días que me levanto cansado. Agotado para ser más exacto. Duermo, pero metido en unas pesadillas recurrentes que me hacen sufrir casi más que si fueran vividas en vigilia. Lo de los problemas con los escenarios, que no llega el camión o que no es posible meter la escenografía es bastante habitual. El llegar tarde me deja exhausto, pero es que el otro día perdí un avión y estaba en el aeropuerto y corría por pasillos, subía escaleras, bajaba y no pude tomarlo. En los últimos nueve meses he tomado solamente un avión a Lisboa y fue un viaje excelente, pese a lo contradictorio de hacerlo pegado a un hombretón que casi no cabía en el asiento. Nos juntamos dos XXL. Eso sí, rellenamos una hoja dando nuestras direcciones y teléfonos. Por si acaso. Me toca viajar este viernes próximo. Voy a llegar tres horas antes al aeropuerto.
Levantarse cansado y escuchando la radio es una manera de entrar en un estado de ira total. No sé si la palabra es adecuada. Reniego de casi todo. Maldigo mi situación de empresario a mi pesar que no encuentra nada más que trabas, desventajas, problemas, notificaciones administrativas que me colocan ante el ¡¡Basta ya!!. Porque hay situaciones que no son fruto de nuestra mala gestión, sino de una situación sobrevenida devastadora, que referida a las artes escénicas se ha convertido en algo que no hay manera de contener, pero que a quienes tienen una editorial dedicada a libros, revistas y periódicos exclusivamente de artes escénicas, que así consta en las escrituras fundacionales, en la cabecera de todos nuestros productos, por una razón administrativa verdaderamente kafkiana, no estamos en los epígrafes adecuados del CNAE, que no sé exactamente qué es, por lo que estamos teniendo problemas serios para mantener los ERTE a los que están adscritos algunos de nuestros trabajadores. En el caso de ARTEZ, a tiempo parcial. En la Librería Yorick, lo mismo, y eso que tenemos ya liberadas dos compañeras, una con todas las horas contratadas, y la otra con unas horas. Tomen nota de que estamos hablando de situación contractual legal.
Es decir, no ayudan, hacen propaganda y hasta en estos detalles se nota que les importa muy poco los asuntos dedicados a las artes escénicas. En nuestro caso, cuando como ahora las fuerzas aflojan, cuando queremos salir de una rutina de victimismo, cuando tenemos el orgullo de sobrevivir sin tener que pedir las migajas de las subvenciones vergonzantes, no encontramos más impulso que la cabezonería que lleva a la depresión y el notar el aliento de otras almas libres o con conciencia cultural que intentan animarnos a seguir en nuestra ruta hacia el cementerio de los elefantes rosas. No sabemos si encontraremos agua en este desierto para sobrevivir, los oasis son todos espejismos y los tambores suenan a muertos o a guerra, que son muy similares en sus tonalidades.
Así que con todo este optimismo que se desprende de mis párrafos anteriores digo y repito que seguiré yendo a los teatros, que no tengo nada de miedo, pero que empieza a ser un acto de búsqueda de un trébol de cuatro hojas, que a veces aparece, y yo le llamo hoy, “La excepción y la Regla” de Bertold Brecht que vi en el Teatro del Barrio, pero que hay muchos de tres hojas y hasta de dos que hacen pasar como de tres. Y constato algo obvio: los incidentes de suspensión de representaciones por positivo de alguien de la compañía o el teatro se están haciendo normales. Y es mal asunto. Las suspensiones de programaciones contratadas, igualmente, entran en una normalidad poco tranquilizadora.
Esta semana pasada la mitad de mis amistades en el ámbito Iberoamericano estaban enloquecidas con las convocatorias de Iberescena, que, sin entrar en detalles, me parecen buenas, pero que cuando entro en detalles y sabiendo que había más de quinientas propuestas, conociendo los recursos destinados a todos los programas, empiezo a creer que es maléfico en el sentido de crear unas expectativas que difícilmente se pueden cumplir si no se aumenta la dotación económica y se establece, de verdad, un sistema operativo más allá de lo que son las comisiones y delegados que representan, lógicamente a cada uno de los países involucrados. Venga, va mi frase demagógica supina: es repartir la miseria para mantener en la miseria a unos centenares de artistas. Y culmino mi desvarío. Artistas que parece se encuentran muy a gusto en esta miseria.
A todos cuantos me han pedido colaborar en su proyectos, a quienes les he podido orientar en esta oscuridad, decirles de antemano que no se depriman por nada. Que estoy convencido de que muchos de ellos cuando se quiten el estigma de la subvención de Iberescena para hacer sus proyectos, los harán en las condiciones que ellos quieran, sin atenerse a unos reglamentos que son necesarios, incluso los aplaudo por lo que acotan dónde poder ser ayudados, porque en esto de las artes escénicas, lo diré otra vez, producir es lo que menos importa, lo que de verdad es imprescindible es que después existan actuaciones, se confronte lo hecho con los públicos, porque estamos llegando al absurdo de hacer obras para cumplir ordenanzas y cobrar subvenciones sin que lo hecho tenga ningún recorrido ante la ciudadanía, que es lo suyo. Las administraciones deberían preocuparse más por la distribución objetiva, por crear las condiciones oportunas para que las obras se vean. Pero eso requiere voluntad, esfuerzo, complicidad con el hecho teatral, con la cultura y lo que se hace, a mi entender es cumplir el expediente y el horario. Lo demás se deja al destino, al mercado o la suerte.
Al final he despertado y el cansancio era por acumulación de gases por ingesta de realidad cultural en mal estado.
Que tengan una buena semana y piensen que hasta en estas circunstancias la Vida es Bella y el Teatro una forma de expresarla más allá del Boletín Oficial.