Zona de mutación

La llama de Bonino

Bonino fue un arquitecto que hipostasiado en teatrista, devino el impacto actoral más significativo de la vanguardia argentina. Era una especie de John Cage del teatro, en su inagotable afán de dramatizarlo todo por la fonética pura. Su expresión eran los sonidos espontáneos, remedos de idiomas por nadie conocidos, que sin embargo podían parecerce a idiomas reconocibles, salvo porque la inflexión sonora podía ser una máscara capaz de ocultar el idioma aprendido, para dar lugar a un silencio y un habla soterrada. Un especialista prodigioso e intuitivo en el manejo pseudo-lingüístico de un habla que se idiomatizaba en sorprendentes articulaciones que no obstante generaban una fuerte comunicación. Uno de los componentes decisivos para ello, el humor. Parece una causa, aunque es más medible por la consecuencia. La ruptura desopilante, que hace pensable en cuánto del paisaje local decide esa forma de glosolalia frenética. Ya que insinuado, se puede decir en concreto que la trasposición, el descentramiento contextual produce inevitablemente un factor de valor metodológico: el humor. Ahora, ¿Bonino tenía en mente una dramaturgia si se quiere personal como tangibilidad final, como consecuencia de sus actings? Quién sabe. Lo cierto es que hay un orden perceptivo, que se regula, que se intensifica, con lo que ya ingresamos a una dramaturgia de hecho. A una estructura casi inconsciente, donde el flujo del delirio creador devenía intensidad comunicacional. Hay un punto interesante de mencionar, cual es el estado mental desde el que ocurre el acto. Antiguamente, la glosolalia era implementada por el chamán de la tribu, lo que lo llevaba a poderosos trances que incluso lo ponían a hablar, conectado a los dioses o a los espíritus, en lenguas deconocidas, lo cual producía un gran impacto en su grey, más aún, una devoción. Con el tiempo la psiquiatría adujo que la glosolalia a este nivel era signo de demencia. Si esa lógica existe, Bonino no la desmiente a medir su triste final en un manicomio. Lo cierto es que la creación de lengua, el sonido como fuerte reverberación psíquica, en un flujo que en su inmediatismo expresivo puede asociarse al delirio, provoca verdaderos trances, esto es, acceso a niveles mentales profundos. Bonino parecía estar en estado de gracia cuando producía esa inefable inspiración desde la cual le bullían las articulaciones idiomáticas más insólitas que se puedan escuchar. Lo que otros llaman ‘estado alterado de conciencia’ si se acepta que el orden psíquico genera una especie de centro alternativo desde el que eclosiona esa persona desconocida que no sabíamos que teníamos dentro, y que no obstante es de suponer que efectivamente está allí. Con lo cual, lo metodológico, la toma de decisiones actorales, pasa por ser un ‘juego de los límites’ y como dice luego Sollers, «una experiencia de los límites». Estos límites son los que dicta lo poético que rezuma el propio espíritu creador, y es lo que suena a verdaderamente interesante de aportarle a un público.

Una pregunta: ¿Se puede argumentar por sensaciones? Claro. Basta una oscuridad, un percuteo tipo metrónomo sobre el piso (la repetición), una canción popular expresada como mantra, casi una oración que pica sobre la superficie perceptiva y ya esa oscuridad es mar, es inmensidad, infinito. Ya el proceso de particularizar la propia sensación hilvana sentidos posibles que empiezan a brillar como escritura en ese fondo negro, en esa pizarra aleatoria. No hay duda. La puesta a punto de las herramientas poéticas para hendir la masa cerrada de lo que aún no-es puede indicar ‘ir’ hacia una obra o quizá con ello, se está volviendo de una obra. Por lo que es posible que la obra no importe tanto en un punto, porque ya el proceso se dramatiza en sí como búsqueda, y la herramienta metodológica, la daga procedimental, es capaz de brillar como un diamante loco en sí misma. Ya el propio ir es susceptible de ser teatro. Las herramientas de investigación son un hallazgo en sí que ya presuponen una obra, así que la obra no es una promesa que supere en su consumación postrera, lo que ya insinúan ellas en sí mismas. A veces el tesoro es nada más que las ganas de buscarlo.


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