Desde la faltriquera

La MaMA en el Festival de Almada

El Festival Internacional de Teatro de Almada, sin perder la calidad y el carácter acogedor y entrañable, renueva cada año sus contenidos en busca de una programación que muestre algunos de los eventos más contemporáneos de la temporada. Este años pasarán por el Festival, Richter, Ostermeier, Pommerat, la MaMa, junto a otros espectáculos portugueses o el estreno de Ana Zamora, La Nao d’amores. Para abrir boca en un antiguo teatro de la ciudad portuguesa, la compañía neoyorkina MaMa, dirigida por Ivica Buljan, presentó su último espectáculo, Pilades de Pier Paolo Pasolini.

El director de cine y escritor italiano concibe esta pieza dentro de su Teatro de la Palabra, donde fabula historias con una gran altura intelectual a partir de textos o dramaturgos clásicos, para hablar de cuestiones de su tiempo, la mitad del siglo pasado. Pilades continúa la Orestiada de Esquilo con la lucha entre Electra que defiende posturas que hoy llamaríamos conservadoras, frente a Orestes que propone la revolución. Era la lucha de occidente contra el este de Europa. Frente a ellos emerge Pilades, un viejo amigo, que propone una vía más convulsa y revolucionaria, ante la cual se alían para frenarla los hermanos, logrando su objetivo. Pilades representaba la revolución cultural de Mao que en los tiempos que Pasolini escribe, encallaba fuera de China.

La propuesta admite una lectura contemporánea que Ivica Buljan no realiza, aunque sí traslada la propuesta de Pasolini a los códigos interpretativos de La MaMa, revolucionarios teatralmente en los años sesenta, con un lenguaje pasado, muy pasado en la segunda década del siglo XXI. El único aliciente para los más jóvenes puede consistir en ver en vivo una propuesta de arqueología teatral. En la década de los sesenta, cuando nace La MaMA, Ellen Stewart en el off-off-Broadway intenta confrontar un modelo de interpretar contrario y escandalizador ante la puritana sociedad americana. Junto a ellos otros grupos como el Living Teather se encontraron en el mismo camino: propuestas de un teatro muy agresivo, con trabajos muy físicos y corporales, presentación de cuerpos desnudos y abundantes felonías de contenido sexual, e interactividad con el público obligado a participar en el espectáculo.

En los finales de los sesenta y en el inicio de los setenta, años convulsos en Europa, encuentran en distintos países de nuestro continente el terreno abonado para provocar con sus propuestas que en formas más que en contenidos proponían un cambio de modelo de sociedad. Grotowski, en su Polonia, practicaba un teatro con algunas similitudes, pero muy diferente tanto en propuestas temáticas como en técnica interpretativa, aunque algunos se empeñen en emparentar este teatro americano con el del creador polaco. El Living quiso exportar su modelo y terminó, engullido por su procedimiento en una lamentable gira por Estados Unidos y en su estancia traumática en Brasil, experiencias ambas donde lo más abyecto de la persona usurpó el poder creador y renovador al artista. La MaMA en estos años convulsos supo sujetarse a su off-off y sobrevivir siempre apoyados en textos sólidos a la vorágine de procedimientos artísticos. Un tema, sin duda, muy interesante, sobre el que se ha escrito bastante, pero sobre el que no se ha reflexionado lo suficiente.

De regreso a Pilades, los procedimientos con el paso del tiempo se degradan y la propuesta de Ivica Buljan carece de narratividad escénica. Hay buen trabajo físico, vocal, carreras, desnudos, una fiesta al principio donde se invita al público a participar y todos los ingredientes físicos y provocadores de un teatro que tenía un recorrido y llegó a término. Sin narración, el contenido de Pasolini se pierde: no es fácil identificar o identificarse con alguien o con algún planteamiento. Tampoco dicen nada la provocación del trabajo corporal y la sucesión de acciones físicas o eróticas que ya ni escandalizan, ni provocan, las segundas porque la ostensión del falso sexo, como ocurre siempre que se quiere ir al límite en la escena, carece de fuerza teatral y se transforma en impostura. Un teatro, déjà vu, que fue hoy no dice nada. Causa estupor al que no lo conozca, pero no existe comunicación entre área de actuación y espectadores, pese al talento del director y de uno de los actores europeos con mayor proyección, el esloveno Marko Mandic.


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