La muerte de un viajante y el Cementerio
SE ESTRENÓ EN MADRID «LA MUERTE DE UN VIAJANTE» Y «EL CEMENTERIO DE AUTOMÓVILES»
JUAN CARLOS PEREZ DE LA FUENTE, A PARES Juan Carlos Perez de la Fuente debe tener algo personal contra mí, porque no me incluye en el corte oficial de los estrenos, y algo contra mi cuerpo, porque siempre me dá las butacas más incómodas, y que conste que nunca me he quejado sobre mi espalda o sobre mis rodillas. En realidad nos conocemos poco. Él un poco más, porque se trata de un hombre inteligente y estudioso, y yo por mi veteranía que siempre es un grado.
Pero bromas aparte he visto «La muerte de un viajante» y «El cementerio de automóviles», y me ha dejado un tanto perplejo. Semejan dirigidas por dos directores distintos, y así lo hubiéramos creído todos si no figurara su ilustre nombre en los carteles. El que ha dirigido «La muerte…·, no tiene la más elemental idea del oficio y por eso no se salvan ni las luces, la escenografía, el sonido, el vestuario, atrezzo, etc., y, por supuesto, autor e intérpretes. De Arthur Miller todos los autores hemos aprendido mucho. Él fué quién nos enseñó como podía hacerse un teatro moderno a pesar de las cuatro paredes. Y encima con unos textos antológicos, en el que, por supuesto, está el que nos ocupa. Pero ¡ay! que el tiempo pasa inexorable, y la obra que en su día impactó (también sucedió con Sissi Emperatriz) se quedó absoleta por su americanismo (ya no hay viajantes en los Estados Unidos) y por su temática (sólo queda aprovechable la última escena) con lo que en absoluto puede quedar justificada su reposición. Y menos aún si ésta es arqueológica, en versión de José López Rubio, a quien recuerda demasiado bien: «pero no sabe cómo la recibió un país en los años 50 de la mano de don José Tamayo»…Pues muy sencillo. Con un exitazo. Y precisamente por la mano maestra de don José Tamayo. Comparación ofensiva donde las haya. Sin pretenderlo, el director de hoy, de tan largo nombre escrito, se ha cargado a un autor clásico, haciéndole pasar a mejor vida. Con Tamayo no hubiera ocurrido. Hubiera actualizado la versión, caso de ponerla. Lamentablemente no fué así.
En cuanto a los intérpretes es justo destacar a José Sacristán, uno de nuestros mejores actores, que hizo lo que pudo en el peor papel de su vida. Y muy por encima, la exquisita María Jesús Valdés, que son palabras mayores, pese al embolado de su personaje, y menos mal que termina el espectáculo. Para ella fueron todos los aplausos y para el impagable esfuerzo de Sacristán. El resto del público, primero se resignó, luego se relajó, y acabó durmiéndose durante todo el drama, arrullado por el bajo sonido y la inexistente iluminación y, al cabo, les sirvió de terapia, como si en lugar de ir al teatro, hubieran ido al campo. Que algo de positivo puede tener el mal teatro.
Y ahora viene «El cementerio de automóviles». En contra de todo lo dicho, esta obra, está más vigente que nunca. Porque el mundo ha ido a peor. Si Arrabal, en la década de los cuarenta, veía así la vida en España, ahora, después de más de sesenta años de progreso, la Humanidad entera está infinitamente peor, y de ahí el éxito, ante el asombro del propio Arrabal, que sus «automóviles» sigan representándose por todo el ancho mundo. Arrabal, en su esquizofrenia, se adelantó a todo y aún se quedó corto. La globalización, las Cumbres, los tratados, la política corrupta y la transparente, el imperialismo americano, las «onegitis», las negociaciones, el euro, etc. La huída hacia adelante de una Humanidad enloquecida, carente de utopías y de sueños, sin ideologías que defender, perdidas las ilusiones y las creencias, a las que sólo les queda la droga, el alcohol, el sexo, mientras caminan hacia su autodestrucción, en ese cementerio de automóviles, más vivo que nunca, hundidos sin remedio en la frustración, las injusticias de todo orden, el materialismo a ultranza, las mafias, los crímenes y la muerte violenta, sin saber por qué, de tantos seres humanos. Hoy más que nunca, con su incoherencia, o quizás por eso, puede estar de moda Arrabal.
La obra, ya de por sí original, cuenta con una dirección de excelencia: Juan Carlos Perez de la Fuente. Con sólo este montaje habría que haberlo subido a los altares. Merecería un Premio a la mejor dirección de escena. Imaginativo, al mismo nivel que el autor, ha hecho una segunda creación, dominando todos los recursos de la técnica moderna, iluminación, sonido, tramoya, atrezzo, vestuario, decorado, etc., y actores. Ha sabido reunir a un grupo de actores acróbatas, dificilmente superables, y que hacen un trabajo interpretativo, digno de todos los elogios y, resaltando en ellos, la habilísima mano de un gran director pletórico de grandeza y sensibilidad.
Ante esta dicotomía de la dirección, uno se queda estupefacto y le asaltan miles de preguntas, la primera de las cuales sería: ¿Tal vez el firmante del programa, ha dirigido un montaje y el otro un enemigo suyo?…¿Estaremos ante un caso del doctor Jekyll y mister Hyde?…¿Del retrato de Dorian Gray?…¿De Rafael el Gallo y su clásica espantá?…¿Tal vez es un dual como un buen Gémines hasta la médula de los huesos? ¿Ha sido, quién sabe, tocado por el dedo de los dioses?…O más simple ¿es un hombre de doble personalidad?…Si fuera esto último, habría que enterarse cuál es la buena y la mala, para acudir o salir huyendo. También podría ocurrir, empleando una lógica cartesiana, que no se puede (ni se debe) dirigir dos obras al mismo tiempo. Que tanto trabajo agota. Que lo dicen los médicos, que hay que tomarse vacaciones, que no se puede trabajar demasiado. Y, al mismo tiempo, puede dejarle los trastos a otro. ¡Qué somos muchos los directores parados y alguna vez nos tiene que tocar a nosotros! Y ya, metidos en este terreno, no está ni medio bien que esto se haga con los impuestos de los ciudadanos y el Presupuesto del Ministerio. Que puede sonar a corrupción. Claro que yo, a él no le culpo. Además me cae muy bien. Es joven, gallardo y calavera. Y tiene todos sus derechos para aceptar cargos. Y si hay padrinos por el medio, mejor. Lo que importa es ganar dinero, y el que venga atrás, que arree, y que nos quiten lo bailao. Los culpables están detrás. Los peces gordos de los que hablaba Alfonso Paso, que nunca asoman la cabeza, que no dan la cara, y a los que, en su día, no tendremos más remedio que exigirles su responsabilidad. Firmo y plego. ¡Ciutti!…¡Señor!
PABLO VILLAMAR
(Dramaturgo, Director de Escena y Actor)