La nube a veces nos nubla
La otra noche en Lagrada de Madrid volví a ver sobre un escenario a Javier Anós. Una gran alegría. No tuvimos mucho tiempo para conversar, pero el suficiente para contarnos batallitas de neo jubilados y recordar algunos rasgos generales. Nos salió del alma considerar que hemos sido empresarios a la fuerza. Nunca tuvimos esa vocación pero el lenguaje de la época, la confusión y la rendición a los conceptos neoliberales que todo lo invadieron nos llevó a aceptar algo que no es ni malo ni bueno, sino todo lo contrario, pero que nos colocó en otro rango. Me alegró mucho ver a Javier de actor. Nos debemos un charla con vino de Cariñena, aunque sea.
Estuve en La Nave de Cambaleo, que celebra veinte años de vida en Aranjuez. Una labor importante, una vocación descentralizadora, una opción creativa, un riesgo asumido. Allí vi a Matarile Teatro con su «El cuello de la Jirafa», un curioso espectáculo, como siempre, con efectos retroactivos. Uno puede sentirse en un mundo que es difícil catalogar. Descolocados debemos dejarnos invadir por las sensaciones, por los fragmentos de imágenes, de palabras, de silencios. Pasar de un estado de reposo a una excitación suprema. Uno sale del teatro con deberes para hacer en el viaje de vuelta, antes de dormirse o al despertarse. Y es entonces cuando se completa la propuesta, la provocación, el lujo intelectual que se ha disfrutado.
Y de paso pude abrazar a Baltasar Patiño y a Ana Vallés (por orden de aparición), que desde Brasilia no nos veíamos personalmente. Y son abrazos nunca perdidos, siempre bien hallados, siempre reconfortantes, de esos que instauran una manera de entender la relación entre creadores, informadores y críticos. Esas amistades que se fundamentan en la admiración y la contradicciones. Esos silencios fundacionales de iniciativas secretas. Los que tenemos una patria confusa que se llama Teatro, cuando encontramos ciudadanos genuinos de ese territorio fronterizo nos identificamos por el olor.
Pero no siempre es satisfacción en la vida de este penitente. Debo acudir a reuniones, asambleas, encuentros profesionales. Y no siempre sale uno con optimismo. Creía que se había acabado ya con la reducción balsámica de que todo se soluciona con una web. Ahora la zanahoria se coloca en la nube. ¿Qué será la nube? Y si juntas las palabras web e internacionalización acabas colapsado por generaciones. Estos sarampiones no se curan nunca. Todos los nuevos gestores de los espacios madrileños lo primero que dicen es programación internacional. Todos los gestores de siempre, siguen pensando que la internacionalización es un objetivo que se puede fabricar como si fueran productos de chacinería de ibérico. Yo creo que la nube les nubla. Y no se han puesto a estudiar qué espectáculos, grupos o creadores han tenido una vida real internacional. Hay grupos que históricamente actúan en el extranjero y no pisan un escenario estatal ni por casualidad. ¿Eso es una política o un nublado?
Estoy a favor de todas las herramientas nuevas para difundir obras de autores, espectáculos, traducir, fomentar la exportación, pero no dupliquemos más las funciones. No puede ser que cada organización a la que pertenezco haga lo mismo y no se pongan de acuerdo en coordinarse.