Críticas de espectáculos

La nueva dramaturgia según Sanchís Sinis

He tenido el placer de leer unas reflexiones de Sanchís en teatroenmiami.com que aportan nuevas ideas acerca de este tema de la dramaturgia, que como comenté en un artículo anterior titulado ¿Costumbrismo?, últimamente algunos profesionales teatreros venimos debatiendo.

Para Sanchis Sinesterra hubo todo un movimiento, a finales de los sesenta, los setenta y parte de los ochenta, en que el texto dramático, la dimensión literaria del hecho teatral, estuvo considerado como un vestigio de un teatro anacrónico y fue una época de la expresividad corporal, del teatro de grupo, de lo que él denomina el imperialismo del director.

En mi artículo ¿Costumbrismo?, yo también hablo de esa primera etapa en la trayectoria de muchos de nosotros: «En esta etapa el trabajo actoral es la propuesta fundamental: su cuerpo, su voz, su forma de jugar con los textos. Son importantes la danza, la acrobacia, e incluso las técnicas marciales en algunos casos. El texto es un color más de la propuesta, es su musicalidad, es las sensaciones que provoca.»

Sanchís lo dice así: «El teatro escenográfico dentro de lo cual el texto era una especie de epifenómeno material residual, que los directores o los grupos utilizaban al servicio, no de lo que el texto quería decir, sino de su propio proyecto creativo que se operaba desde la escena».

Sin embargo en una segunda etapa, decía yo, nuestro encuentro con el autor se hace inevitable. Es un encuentro saludable, creativo, fértil. Según Sanchís, en esta nueva etapa de la experiencia teatral, después de una travesía por el desierto, resurge la dramaturgia de una manera nueva, con características diferentes a la de los cincuenta o sesenta.

En esta segunda etapa yo comentaba que encarábamos nuestra tarea fundamentalmente con dos actitudes contrapuestas: o expresionista o impresionista.

Yo hablaba de textos impresionistas, y no los proponía como más interesantes que otros, sino textos que al modo de Mujeres al rojo vivo de Edurne Rodríguez se contraponen al discurso situado en el espacio para proponer un discurso situado en el tiempo. » No es la foto fija en el tiempo que caracteriza al expresionismo y su actitud crítica en un momento y espacio históricos determinados, es el tiempo que nos arrastra, son las lágrimas de Heráclito. Es el viento que sopla continuamente sobre las cosas. Es la huella de Tapies, son las esculturas filiformes de Giacometti, y el escenario es una caja metafísica, un lugar que se desocupa continuamente.»
Como diría Cocteau, en este estilo no se da una «manera complicada de contar cosas simples, muy al contrario, es el estilo más simple al que puede llegar un creador para contar cosas las más complicadas y difíciles»

Ni Sanchis ni ninguno de nosotros se siente en condiciones de dar lecciones sobre dramaturgia, sin embargo él habló sobre cuáles son los requerimientos de la nueva dramaturgia, según él. Y aporta datos, a mi entender, de enorme interés. En su trabajo como dramaturgo llama al espectador como colaborador.

Según Sanchís esta dramaturgia actual renuncia a un teatro excesivamente construido desde la racionalidad del autor; ese en que el autor sabe con exactitud lo que quiere decir, crea con perfección a sus personajes, despliega con maestría los avatares de la trama, distribuye la palabra a los personajes con propiedad, lo que se llama el modelo de la obra bien hecha.

Cree que se debe renunciar a esto, porque es un modelo dramatúrgico que no corresponde ya, ni a la realidad caótica, incierta y ambigua del mundo en que vivimos, ni tampoco responde a la nueva percepción que los espectadores tienen de la realidad.

«Se están produciendo cambios en los mecanismos receptivos de lo que llamamos público y no podemos seguir sirviéndoles un teatro logocéntrico; un teatro donde la racionalidad y el autor lo gobiernan todo, y por lo tanto el texto y la palabra tienen el dominio absoluto del significado».

Para Sanchis, se deben buscar textos con claro-oscuros, con sombras, con incertidumbres, con huecos, con enigmas, para que el receptor coopere, para que la gente sea una especie de cómplice del espectáculo, si el director mantiene los enigmas e incertidumbres para que se reactive la capacidad indagatoria del público.
Y continúa Sanchís proponiendo a su vez su forma de encarar la dramaturgia y sus razones: «Creo que estamos en una sociedad que tiende a convertirnos en ciudadanos pasivos, a uniformar pensamientos y una lectura única de la vida. Creo que el teatro debe combatir esa tendencia al pensamiento único y unívoco, y despertar el sentimiento de la sospecha; obligar, al menos invitar, a los ciudadanos a desconfiar, en definitiva a descodificar».

En este sentido, para él la dramaturgia debe permitir que el espectador se plantee preguntas, dudas, y asuma un poco, sino el carácter opaco, si al menos el carácter traslúcido de la realidad.
Esto tiene manifestaciones técnicas muy concretas sobre la noción de acción dramática, la noción de personaje, la propiedad o impropiedad de la palabra por parte de éste, que a Sanchis en lo particular le encanta discutir con sus colegas.
Sanchis piensa que se debe evitar caer en las dicotomías y buscar las zonas fronterizas, esto es, el dramaturgo debe proponer una estructura de acciones, de situaciones de personajes, con amplios campos de indeterminación, con zonas indeterminadas, para que el espectador las complete desde su propia sensibilidad e ideología.

«Es un encuentro, lo esencial se da en el entre, no en lo que el autor impone o en lo que el espectador reclama, sino en el terreno de las transacciones».

Sanchís ha intentado avanzar en el sentido de todo lo comentado, buscando, en sus últimas obras, trabajar con la complicidad del receptor, con significados más abiertos en las situaciones y en los personajes.
Es consciente que sus propuestas dividen en España a la gente en forma sensible, tanto a los críticos como al público, pero él no pretende la unanimidad, cree que escribe desde donde necesita escribir y el resultado depende un poco de los dioses.
maite agirre
agerre teatroa


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