La nueva realidad genera nuevas experiencias
En estos, ya meses, que han pasado desde que convivimos con este bichito tan simpático, estoy teniendo tiempo para reflexionar sobre las raíces científicas y filosóficas de una representación teatral. Y para compartirlo, me pongo el sombrero de las ciencias cognitivas y su aplicación al arte escénico.
En el cognitivismo existe la noción, aceptada sin discusión, de asimilar una representación a un tipo de interpretación, en el sentido de exégesis, tanto del director como de los intérpretes, y lo que llega al patio de butacas es experimentado a través de este filtro. En este sentido, la cognición siempre consiste en representar o interpretar la obra como si fuera de una cierta manera. Por otro lado, existe una teoría mucho más sólida y desgraciadamente poco estudiada que presenta una cognición que se explica asumiendo que un sistema actúa sobre la base de representaciones internas. Parecen similares, pero no lo son. Lo podemos ver con un ejemplo.
Otelo. Su personalidad se puede representar con rasgos físicos evidentes, ya sea blanco o negro como nos decía Shakespeare. Análogamente, sus textos representan oraciones que pueden tratar acerca de cualquier tema. Este sentido de representación se puede afinar aún más, si en un momento determinado Otelo dice “…sea condenada la impúdica bribona…”, las proposiciones representan las condiciones de satisfacción, esto es, la interpelada Desdémona es literalmente condenada, no solo verbal sino físicamente (se le señala, con un gesto de rabia, de impotencia…). Este sentido de representación pienso que es débil y con esa debilidad llega al espectador; un intérprete, un director que lo fomenta es pragmático y lo usa sin preocuparse. Pero si elaboramos una teoría de cómo debe funcionar la percepción, el lenguaje o la cognición en general, ¿no estaremos suponiendo que una concepción estática de la representación, que pasa por alto los detalles de la estructura interna del sistema cognitivo del espectador interpreta una representación como un mero espejo? Pienso que deberíamos trabajar las escenificaciones para que la percepción del espectador sea un proceso activo de formación de hipótesis, no el reflejo de un mundo pre-dado.
No se trata, por tanto, de representar para recobrar rasgos ambientales o relaciones extrínsecas e independientes. Tenemos dos perfiles creadores: el realista y el idealista. El primero piensa que existe una distinción entre nuestras ideas y lo que representan. El segundo, apunta que no tenemos acceso a un mundo independiente salvo mediante nuestra representación. Podemos hablar de una representación a priori frente a una representación a posteriori. La primera se basa en cimientos previstos para el conocimiento de la escena, de los personajes y sus relaciones, y en la segunda el contenido y forma de la representación derivan de las interacciones causales con el medio ambiente. Pero el medio ambiente se ha desplazado y ya no constituye el punto de referencia predominante, se ha desplazado al trasfondo mientras que la idea de la mente como red emergente y autónoma de relaciones ha ocupado un lugar central, ¿entonces? Ni nihilismo ni anarquía. Las ciencias cognitivas, más concretamente la teoría de la enacción, nos dicen que el mundo se parece más a un campo para nuestra experiencia, pero una que no surge al margen de nuestra estructura, conducta y cognición. Lo que Otelo dice acerca de su mundo acarrea información del propio intérprete.
Dice Varela en The embodied mind que no tenemos un conocimiento del mundo, solo lo tenemos de nuestra representación de él. Sin embargo, nuestra configuración parece condenarnos a tratar las representaciones como si fueran el mundo, pues nuestra experiencia diaria nos da la sensación de que este nos llega dado. La tendencia habitual es la de montar una obra teatral tratando la cognición de nuestros personajes y la que trasladamos al espectador como resoluciones de problemas pre-dados. Sin duda lo están, el texto ya está escrito, pero si queremos transcender, nuestros sistemas sensoriales y motores han de remar para conseguir que lo evidente no sea lo representado. Hemos de trabajar para que el conocimiento de Otelo y demás personajes en el espectador venga mediado por su representación (captación de sentido) y esta emerge de las capacidades de comprensión intervenidas por su recorrido existencial e historia cultural. Y ahí entra el bichito.
Llevamos unos meses en los que la realidad se ha transformado, no la pre-dada, que hemos visto que no existe, sino la percibida. El enfoque enactivo consiste básicamente en dos cosas: La percepción es acción guiada perceptivamente y las estructuras cognitivas emergen de los modelos sensoriales y motores recurrentes que permiten que la acción sea guiada perceptivamente. Puede parecer complejo, no lo es. Conocemos por cómo nos relacionamos con el mundo, por eso cada uno conoce a su manera y el mundo de ahora tiene esta pátina vírica que condiciona la cognición. Algo tan estúpido como llevar máscara me condiciona como espectador y me hace percibir de manera distinta. Igualmente lo percibe el intérprete desde el escenario y debería influir en su trabajo para que este trascienda y sea siempre vivo, aquí y ahora, de no ser así, continuaremos visitando territorios grises, trillados, aburridos. La nueva realidad podría generar nuevas maneras de experimentar.