La ópera nos expande. La AÍDA coruñesa
Me gusta la ópera. La complejidad de las partituras que, incluso en la previsibilidad melódica y armónica del belcantismo, por ejemplo, siempre tienen recovecos inesperados y desafíos vocales o instrumentales. Me gusta porque aúna teatro, música y canto, desde la complejidad.
En general, a menos que viajemos al Teatro Real de Madrid o al Liceu de Barcelona, fuera de esas dos metrópolis, tenemos pocas oportunidades de disfrutar de la ópera. Es cara, necesita muchos recursos y estos están, a nivel de espectáculos, en el fútbol masculino. Pocas ciudades hay sin su estadio y su equipo de fútbol masculino intentando ascender a primera división y a mover dinero. Los estadios suelen estar llenos y, sin embargo, las entradas no son muy baratas.
En Galicia no tenemos muchos teatros de ópera ni mucha ópera. Gracias a algunas organizaciones civiles, como las asociaciones de amigos de la ópera de A coruña, Santiago de Compostela y Vigo, tenemos temporadas líricas en estas tres ciudades, con diferentes actividades y con la producción de algunos títulos del repertorio.
La temporada lírica arranca al final del verano, coincidiendo con el inicio del curso escolar, por parte de Amigos de la Ópera de A Coruña, que comenzó en 1953 y que, en este 2023, van por su 71 edición.
El 14 y el 16 de septiembre pudimos ver ‘AÍDA’, ópera en 4 actos de Giuseppe Verdi, una de las más populares y esplendorosas del repertorio operístico, en la transición del bel canto hacia lo dramático. Aunque, para la sensibilidad actual, podamos percibir un cierto regusto melodramático. La historia de amor entre Aída, una princesa etíope prisionera en Egipto, y Radamés, general del ejército egipcio.
Este sábado 16 de septiembre, fui al Palacio de la Ópera de A Coruña y disfruté de una versión de ‘AÍDA’ curiosamente sencilla y eficaz, frente a los montajes megalómanos y rimbombantes, que solemos asociar a la fastuosidad de una historia ambientada en el Egipto de los faraones. Quizás porque las Asociaciones de amigos de la Ópera, la de Canarias, de donde proviene esta producción, con dirección escénica de Daniele Piscopo y musical de José Miguel Pérez-Sierra, tienen menos presupuesto económico que el Real de Madrid, el Liceu de Barcelona, el Metropolitan de Nueva York o el Covent Garden de Londres.
Aquí, en A Coruña, ni caballos, ni elefantes, ni escenografías corpóreas. Decorados pintados móviles, la incidencia colorista de la luz sobre el ciclorama de fondo y algunos elementos de atrezo, para servir de una manera clara y fluida la trama.
Una escenificación estéticamente conservadora, que no nos sorprende con soluciones inéditas, ni con una profundización especial en las situaciones que plantea el libreto, pero que, como acabo de señalar, sirve la trama de manera fluida y clara, sin aparatosidad ni excesos exhibicionistas. Para mí, lo peor, en lo que atañe a lo teatral, es el predominio, casi absoluto, de la frontalidad de los personajes principales. Sus intérpretes casi siempre están mirando al director musical, incluso en dúos con diálogo en segunda persona, lo cual genera una cierta rigidez y un estatismo anti-dramáticos, que se suman a la ceremoniosidad de las escenas del coro de sacerdotes, etc.
Intervienen el Coro Gaos, dirigido por Fernando Briones. El Ballet Druida de la escuela del mismo nombre, dirigida por de Mercedes Suárez, tanto para las escenas bailadas como para hacer de figurantes. Y una deslumbrante Orquesta Sinfónica de Galicia.
El reparto es un poco desigual. La soprano croata de 30 años, Marigona Qerkezi, debutando y triunfando en el papel de Aída, la princesa etíope prisionera en Egipto, con una voz de potente energía y expresión, tanto en el pianísimo como el fortísimo, llegando a la platea con esplendor y sin rebajar las angustias del personaje. Sin embargo, en el papel de Radamés, el general egipcio, interpretado por el tenor venezolano Jorge Puerta, también es expresivo, pero, en algunos pasajes, no consigue darle la potencia suficiente a su voz para tocarnos y se queda por debajo de la música, como falto de proyección. Quizás, esto se puede deber a las anotaciones que el propio Verdi dejó, en referencia a una forma de interpretación más bien lírica, suave y delicada, con “pp morendo”, por ejemplo, para entonar el si alto, lo cual, en mi opinión, hipoteca al cantante. Esa falta de potencia vocal en algunos pasajes también la noté en la mezzosoprano georgiana Nino Surguladze, interpretando a la hija del Faraón, Amneris, enamorada también de Radamés. Aunque en su caso, creo que se estuvo reservando para las escenas más substanciosas de su personaje, en los dos últimos actos, y ahorrando esfuerzo en los dos primeros, en los que sus intervenciones son menores y en medio de otros personajes. Por su parte, el barítono mexicano Carlos Almaguer, interpretando a Amonasro, rey de Etiopía y padre de Aída, desplegó una potencia vocal y una contundencia expresiva irreductibles. En esta misma tónica, pero ya en papeles más sociales y con menos implicaciones dramáticas, el bajo menorquín Simón Orfila, en el sumo sacerdote Ramfis, y el bajo italiano Giacomo Prestia, en el Faraón, rey de Egipto. El tenor coruñés Francisco Pardo, en el papel del mensajero, fue de gran elocuencia, tanto en lo interpretativo como en lo canoro. También la joven soprano gallega Lucía Iglesias desempeñó el papel de sacerdotisa de leyenda de manera convincente, aunque la situaron en un segundo plano escénico y se le podría haber sacado más partido.
La sala principal del Palacio de la Ópera de A Coruña, de casi 1500 metros cuadrados y con un aforo de 1721 butacas, el sábado 16 de septiembre de 2023, en la segunda función, después de la del jueves 14, estaba lleno. No es un estadio de fútbol, pero tampoco se debe minusvalorar a todo ese público que aplaudió satisfecho y que parecía, parecíamos, ávidos de más óperas.
Algo tiene la ópera, al margen de gustos y estéticas, que nos hace mejores o, como mínimo, nos produce sensaciones y emociones que van en esa dirección.
‘AÍDA’ es una tragedia, sin embargo, no la vivimos como tal, no hay catarsis, ni le reconocemos un error trágico a los personajes. No hay buenos ni malos, actúan motivados por una lógica comprensible y que no podemos juzgar desde un punto de vista ético. Y eso, a mí, como espectador, me da una posición de ecuanimidad, como la de un testigo que acepta que la vida puede complicarse.
En compensación, está todo ese colorido orquestal, los acentos orientales, la atmósfera exótica, la recreación del sonido del agua del Nilo, el despliegue de los violines, apoyado en el sonido armónico de los violonchelos, la marcha triunfal y las trompetas, incluso los instrumentos de fanfarria, la percusión que parece el sonido que viene de las profundidades de la tierra, de un volcán. Una riqueza de estímulos que nos expande. ¡Y eso… es tan necesario! Frente a una realidad actual que nos encoje, por la guerra, por la subida de los precios y porque el espectáculo del día a día, ese sí que se las trae.
P.S. – Artículos relacionados:
“El Falstaff coruñés de Bryn Terfel. La vida es juego”, publicado el 15 de octubre de 2016.
“Il Trovatore de A Coruña”, publicado el 18 de septiembre de 2015.