Zona de mutación

La palanca de lo pequeño

la ideología del bonsai teatral

La reducción de las escalas puede dar como resultado la equivalencia sin pérdida de lo micro con la macro. La reducción, originada en razones económicas, puede reproducir en laboratorio las condiciones de vida en pequeño, sin que por ello deba lamentarse pérdida en contenido. El teatro reducido en escala, pero sin alterar la proporcionalidad de sus variables, equivale a una condensación. Toda condensación es una formalización naturalmente intensificada, concentrada. La modulación de intensidades pasa a convertirse en el factor decisivo, al punto que deviene en un verdadero ersatz de lo que entendemos como estructura. Esta ostensión relega los procedimientos argumentativos, discursivos, y acciona los niveles de contacto. En todo caso, en un teatro condensado debe argumentarse apelando a un registro háptico. Tal ostensión altera de manera decisiva la percepción del tiempo, que más que percibirse como que pasa, se siente como algo que se provoca.

La reducción minimal es un viaje a lo específico. Lo específico es ante-predicativo si medimos que está en estado esencial, en estado puro. Si la presencia es predicativa, lo no predicativo de lo específico se manifiesta en su no referencialidad, esto es, como virtualidad. Esa virtualidad lo que instala como cualidad, en todo caso, es su ausencia. Y aún, antes que su ausencia, su anti-presencia. Este juego llevó al crítico de arte Michael Fried a considerar las obras minimalistas como ‘teatrales’, porque más allá de analizar sus consideraciones, hay una dramaticidad potenciada en esa tendencia (doblemente magnificada en su retención), pero en la que se deja ver su propensión a lo concreto. Es decir, ese ‘entre’ donde lo que no es se manifiesta siendo. El despojamiento condensado se manifiesta dramáticamente a través del juego cuántico en lo que la unidad visible se intuye como tendiente a existir. Y la ruptura del cascarón existenciario de la imagen, se resuelve en un pequeño desastre, una ruptura, un clivaje. Esa perplejidad, esa eclosión enactiva, heurística, justifica la nueva escala. Todo material concentrado se resolverá en una erótica o en un disolvente de carácter interpretativo. En un contacto o en un análisis. Será dato inmediato de la conciencia o nada más representación.

el método jíbaro

Reducir cabezas es un arte cultual. La cultura etnocéntrica genera la imagen del culto tribal como sinónimo hilarante del achicamiento intelectual. Pero, en función del apartado anterior, el arte del jíbaro lo es sobre materia orgánica muerta, mientras el bonsai lo es sobre materia viva. El arte de la tribu amazónica, paradójicamente, procura resguardar los valores observados en la persona cuya cabeza es sometida al complejo procedimiento ritual de conservación. A los valores de la persona tratada, es a lo que el jíbaro trata de asimilarse. Lo del humor, en este caso, sólo es parte del citado etnocentrismo.

El peligro de la disminución formal se relaciona con que se quiera justificar el empequeñecimiento espiritual, perceptivo. La equivalencia simbólica está en que la sociedad de consumo, a través de los endilgamientos publicitarios, produce un acotamiento sensible equivalente a una limitación que se traslada a las capacidades intelectuales, que se resienten en la aptitud para relacionar los datos de la conciencia con el mundo circundante. La reducción virtual de la cabeza, se hace cualitativamente literal. La jibarización en el marco de la sociedad de consumo estaría expresada en la minimización espiritual del civilizado, quien ve reducida su amplitud intelectual, sus cualidades inmateriales, no orgánicas.

Denise Stoklos, la formidable performer brasilera, mencionaba en alguno de sus espectáculos cómo los indios trabajadores de la harina en el norte de Brasil, sólo alimentados con la misma, manifestaban un empequeñecimiento corporal, una verdadera mutación, correlativa a la cobertura mono-alimentaria insuficiente e inadecuada. Típico de los zafreros del cono sur, cuasi refugiados en los países ricos del sub-continente, peones-esclavos de campo que recolectan enormes producciones cerealeras, frutales y hortalizas, sólo sostenidos con aquello que recolectan.

 

el espectáculo como último estadio mental de la evolución biológica

El desguace del sueño, su acomodamiento, equivale a tal minimización. Ir por la reforma en vez de la revolución, contraer enlace con la vecinita del frente con la firme sensación de ser poco para una Angelina Jolie. El subalterno come subalternidad. No debe haber escena que genere la más mínima ambigüedad sobre reducciones equivalentes a involuciones, sobre despojamientos deliberados, adaptacionistas y vitalmente entrópicos.

La sociedad del espectáculo, la espectacularización del sistema, son dos de los eufemismos capitalistas para acotar la evolución biológica, lo que conduce no sólo a la reivindicación del artista como figura responsable de patear el tablero, sino como agente sintomático de lo que nunca llegará a serle funcional. Por ello, del telescopio al microscopio, el teatro sólo podrá rastrearse en su tendencia a existir, en un perfume o en la mera sospecha de su presencia.


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