Y no es coña

La pandemia y la decadencia

Escribir sobre artes escénicas un 8 de marzo significa colocarse en un lugar donde sea el revisionismo histórico lo que nos acompañe y la constatación de que en los escenarios y en los despachos, la presencia de las mujeres sigue siendo desigual. Es decir, están llegando dramaturgas y directoras de una manera constante y se diría que normalizada, con propuestas acordes con los tiempos y empieza a ser habitual que en los lugares de gestión de espacios, instituciones y compañías vayan las mujeres ocupando su lugar adecuado a su formación y determinación para las decisiones. Seguimos constatando día a día que las plateas se ocupan de manera mayoritaria con mujeres, algo que llevamos certificando desde hace décadas y que no sería de extrañar que las estadísticas, si es que las hubiera, demuestren esta sensación compartida por muchos. 

 

Aprovecho la ocasión para insistir en una idea que, aunque la repita desde hace mucho, sigue siendo vigente y es que parece increíble que por razones nunca explicitadas se pierda una herramienta importante para saber qué sucede con los públicos, o dicho de otro modo, con la ciudadanía y su relación directa con las ofertas culturales y en concreto con las dedicadas a las artes escénicas. Me refiero a la realización sistemática de encuestas a las puertas de los teatros y salas, de otras encuestas más globales que pregunten no solamente a quienes acuden a los tetaros, sino precisamente, a aquellas masas de con ciudadanos que no acuden nunca a los mismos o acuden de una manera casi imposible de recordar.  

Este tipo de radiografías vitales cada un tiempo prudencial ayudaría a tomar decisiones, a saber, qué sucede con los gustos de la ciudadanía, con las maneras que tienen a fecha de hoy los públicos para enterarse de las programaciones existentes, del tipo de públicos realmente existentes, es decir, edad, género, estudios, apetencias culturales, de estilo. Todo ello bien planificado, y deben ser las instituciones quienes lo planteen y lo desarrollen. La SGAE hacía hace años unas estadísticas a posteriori, es decir, saber qué había sucedido en números, yo propongo saber qué no ha sucedido y las razones por las que suceden unas cosas y por qué no otras. Planificar, estudiar, decidir, establecer estrategias de recuperación de públicos específicos, aumento de la implicación de la ciudadanía más activa en las programaciones y un largo etcétera que ya hemos intentado explicar decenas de veces. En saco roto, obviamente.  

La pandemia nos ha trastocado, nos ha hecho variar las perspectivas, los ritmos, pero me temo que no vaya a intervenir en nada de lo fundamental, de la manera de producir, exhibir, girar, relacionarse con los públicos. Y lo dijimos hace un año, lo reiteramos, estos tiempos de suspense, de incertidumbre, podrían servir para pensar y reflexionar sobre nuestro sistema general, pero por mucho que vayan apareciendo mujeres talentosas en todos los puntos de importancia en el sistema, si no se cambia de manera profunda toda la estructura de poder y económico, vamos camino de una evidente decadencia que se demuestra en los escenarios, en los tics, en las modas, en la falta de novedades que ayuden a variar las tendencias de producción. 

Estas lamentaciones ante el muro del conformismo que intenta despertar del sueño del pensamiento único en la jerarquía de producción, el mantenimiento de unos tinglados públicos que responden a reglamentos obsoletos, sin más criterios que el oportunismo y la instauración de un virreinato en cada unidad de producción, señalando que sí existen otras maneras de gestionar globalmente los dineros destinados a las artes escénicas y que, se vuelve a insistir, están en manos de las comunidades autónomas en cuanto a producción y formación, quedando una fisura menor a que el INAEM subvenciones giras, es decir, medidas todas para hacer más grande el abismo, porque los setecientos y pico edificios de teatros y auditorios de titularidad pública, en su mayoría municipal, siguen sin tener un destino claro, son contenedores de producciones generalistas, por defecto, que no ayudan a crear públicos, ni focos culturales de primera magnitud. Existen puntos concretos que sí lo hacen, pero son la excepción, no la regla.

Que la pandemia no nos justifique la decadencia, sino que nos impulse a intentar abandonar todo lo que ya sabemos es viejuno, irreal, sin criterios y forma parte de una pandemia vieja: el oligopolio teatral realmente existente en todo el territorio español. En algunas comunidades esto se atempera, pero creando otro oligopolio más pequeño. Y así sucesivamente. 

Me siento muy optimista. Si vienen jóvenes no tan dogmatizados como este cura que les escribe, si las mujeres toman los lugares de decisión y son más propensas a la formación total y a la reflexión, en un tiempo prudencial todo esto irá variando hacia mejor. La parte pesimista es que todo depende, a fecha de hoy, de decisiones políticas, y en los partidos no existe pensamiento activo en asuntos culturales y mucho menos en las artes escénicas. Cuando les llega el poder, recurren a supuestos afines para que les asesoren. Y parece que no aciertan en esas asesorías, o simplemente están pensando en su carrera personal y la de sus amigas y amigos. Es un decir.

Como habrán comprobado no he mencionado casi para nada a las actrices porque, desde hace muchos siglos, las mujeres han formado parte de manera puntera como cabeceras de cartel, como signo de calidad sostenida. Otra cosa es lo que han tenido que sufrir en el entorno, con asuntos turbios de abusos. Pero tenemos un plantel de actrices de primer nivel y, según yo constato, están muchas sobre los escenarios, cuando no nos las roba el audiovisual.


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