El Hurgón

La petulancia del conocimiento

Con la acumulación de conocimiento suele suceder algo similar a lo que ocurre con la acumulación de riqueza, y es que tanto el uno como la otra sirven para adquirir poder.

Muchos de quienes acumulan uno y otra en abundancia acaban viviendo una realidad que no responde generalmente a los intereses de su entorno, debido a que casi siempre giran alrededor de órbitas que se van alejando cada vez más de éste, y por lo general terminan ignorando sus responsabilidades colectivas, razón por la cual el conocimiento por su sola existencia no es garantía de desarrollo, si quien lo posee no lo pone al servicio de quienes lo rodean.

La acumulación de conocimiento, lo mismo que la de riqueza, tiene distintivos, cuyo objetivo es dar relieve social a quienes lo acumulan. Por eso es usual ver a los acumuladores de conocimiento, rodearse de objetos dicientes, con capacidad para ofrecer una idea de la cantidad de conocimiento que posee quien los ha acumulado, sin que el acumulador se halle obligado a argumentar o a ratificar lo dicho por el símbolo decidor. En virtud de la simbología demostrativa del objeto, al acumulador de conocimiento se le concede la tenencia de un mayor o menor bagaje de éste, en proporción al número de símbolos de conocimiento que posea.

Si el acumulador de conocimiento, por ejemplo, se ha convertido en un acumulador de libros, el mensaje que llega al observador es que está frente a lo que llaman una persona muy leída, que es como suele llamarse a quien ha leído mucho, y por consiguiente, ante un gran conocedor. Lo mismo ocurre con la presencia de objetos simbólicos de conocimiento en otras áreas, y que es también usual encontrar alrededor del acumulador de conocimiento, y que son complementos de éste, como pinturas, esculturas, etc, que dan a la morada del acumulador de conocimiento un aire intelectual, que la costumbre recomienda respirar, a quien se dedica a acumular conocimiento.

Pero también, igual que hacen los acumuladores de riquezas materiales, que andan en coches lujosos, y frecuentan sitios especiales, con acento mítico, muchos de quienes acumulan conocimiento se presentan en sociedad, ataviados de manera que sean identificados rápidamente, y que se les reconozca como acaudalados hombres de conocimiento.

Por ser el conocimiento una fuente de poder, es también objeto de estratificación, y es la razón por la cual no representan lo mismo, para abrirse campo en la vida, el conocimiento de quien está en la cima de la pirámide y el de quien se halla en la base de la misma, sin importar que sea parte de esa tan reputada, pero nunca bien ponderada sabiduría popular, porque el conocimiento de quien se halla en la cima de la pirámide, independientemente de su calidad y efectividad, es aceptado socialmente, sin discusiones, porque es como la historia oficial, que se impone a todos, y porque además está certificado por instituciones emblemáticas, de alta estratificación, que ideológicamente son los símbolos de las instancias académicas adonde se concurre para adquirir el conocimiento que sustenta a ese mismo poder.

En cambio, el conocimiento que viene de abajo no es tenido en cuenta como elemento constitutivo de desarrollo social, y está sujeto a calificativos cuyo objetivo es restarle jerarquía, para disuadir cualquier interés de ahondar en su estudio, y por ende, su expansión, pues en el conocimiento de base se hallan sedimentadas las miasmas sociales, porque es, a través de ese caudal subterráneo por donde corren las noticias, que la historia oficial desecha para proteger su tradición.


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