La poética del cerebro
La poesía y la neurociencia son dos mundos que pueden parecer distantes… craso error. La primera se considera un arte de la expresión emocional, de la intuición y de la palabra, mientras que la segunda se centra en el estudio del sistema nervioso, principalmente el cerebro, desde una perspectiva científica y analítica. ¿Tienen algo en común? Sí. La capacidad de explorar lo más hondo de la experiencia humana. Y, si además, se lleva la poesía al escenario, se abre un espacio en el que las emociones, los sentidos y la cognición se entrelazan y revelan cómo nuestras mentes perciben y procesan el arte.
Hace unas semanas tuve ocasión de comprobarlo en un montaje sobre la obra poética de Antonina Canyelles, en el que la compañía Estudi Zero interpreta una amplia selección de su poemario con diversos recursos. Visto con las gafas del curioso que soy en las neurociencias, pude comprobar como la escena enriquece la comprensión de los poemas, pude experimentar cómo el cerebro reacciona y se transforma a través de la palabra y el movimiento poético.
Me atrevo a calificar al cerebro humano de «poeta». Constantemente crea conexiones, interpreta símbolos y transforma la realidad a través de narrativas personales y culturales. Gracias a las neurociencias, sabemos que al leer y escuchar poesía, ciertas áreas del cerebro vinculadas con la emoción, la memoria y el lenguaje se activan. Por ejemplo, el área de Broca y el área de Wernicke, se asocian con el procesamiento del lenguaje, y tienen una activación intensa al percibir y procesar frases poéticas, especialmente metáforas o giros inesperados. Pero la resonancia emocional y cognitiva de la poesía se potencia aún más en un entorno representacional, donde las palabras se acompañan de acciones, gestos, entonaciones…
Reconozco que no leo mucha poesía, mea culpa. Tengo que corregirlo y es afortunado hacerlo a través de escenificaciones. Es una especie de audiolibro escénico en el que este arte despierta la imaginación visual y el poso que deja tras la experiencia proporciona una satisfacción distinta a una escenificación basada en prosa. Al describir imágenes evocadoras, la narrativa poética activa áreas del cerebro relacionadas con la percepción visual, aunque el estímulo no esté presente. Este fenómeno, conocido como simulación perceptual, permite al espectador o lector ver sin ver, esto es, ver con la mente, generando imágenes internas que pueden ser tan reales como las propias en una obra de teatro convencional.
No quiero aburrir con las neuronas espejo, pero aparecen en la explicación de este fenómeno. Llevar la poesía a la escena añade una dimensión física a la experiencia. Al ver a intérpretes incorporar un poema, no solo escuchamos las palabras, sino que también observamos gestos, expresiones y movimientos, algo que activa el sistema de neuronas espejo en el cerebro, este conocido conjunto celular que se dispara tanto cuando realizamos una acción como cuando vemos a alguien más realizarla. Los espectadores podemos sentir lo que los intérpretes experimentan, promoviendo una empatía emocional que enriquece el contenido poético.
Por otro lado, en un contexto teatral, la poesía también activa la memoria y algo parecido a la nostalgia. Las imágenes de Antonina Canyelles son poderosas, los versos tocan recuerdos personales de los espectadores, activando nuestro hipocampo, que es una región cerebral asociada con la memoria. Así, su poesía y la poesía escénica de Estudi Zero no solo nos conmueve en el momento de presenciar la obra, sino que despierta un viaje hacia experiencias y emociones pasadas.
La poesía tiene un ritmo propio, y el ritmo, de acuerdo con la neurociencia, tiene un impacto significativo en el cerebro. Estudios han demostrado que la musicalidad y la cadencia de los versos afectan las ondas cerebrales y pueden llevar a un estado de “sincronización neural”, algo complicado de explicar y de conseguir. En esencia, consiste en que varias áreas del cerebro se activen de manera coordinada, aumentando la atención y facilitando la comprensión del mensaje poético. El ritmo en la poesía escénica también estimula el cerebelo y la corteza motora, partes del cerebro asociadas con el movimiento y la sincronización, lo que provoca que el espectador incluso sienta físicamente el ritmo de las palabras y gestos en su propio cuerpo.
Se podría decir más. Se podría hablar de neurotransmisores, pero es poco poético. Me quedo con el mensaje: Al comprender el impacto neurológico de la poesía puesta en escena, se pone en valor el poder del arte como medio para enriquecer nuestra experiencia humana y fortalecer nuestras conexiones emocionales, por lo tanto, cuando puedan, vean poesía.