La presa
Hace ya algunas ediciones que participo periódicamente en un curso denominado la Escuela del Espectador. Lo organiza el Espai Brossa de Barcelona, un centro de producción teatral que dirige el director Hermann Bonnín, y tiene como objetivo proporcionar distintas herramientas que ayuden al espectador a una mejor interpretación de los espectáculos. El curso está dedicado monográficamente a distintos temas y combina el visionado de montajes teatrales, ponencias de expertos, charlas con actores, directores, etc. ¿Por qué empiezo diciendo esto en mi primera columna? Porque básicamente me siento espectador escénico. Y será con éstas gafas con las que voy a escribir aquí. Teniendo en cuenta esto, tengo que dar las gracias a Carlos Gil, por brindarme la oportunidad de poder escribir estas notas periódicas. Unas notas que van a tender la mirada hacía lo que pasa en Inglaterra y en Cataluña, que son los escenarios que visito en estos momentos.
En la Biblioteca de Cataluña pasan cosas raras. Desde hace unos años, hay una gente que se llama La Perla29, que ha instalado un teatro en una de las naves góticas desocupadas de la Biblioteca. Algún día hablaremos con detalle de ellos. En estos momentos están montando La presa, del irlandés Conor Mcpherson, obra que nos sirve para empezar a tejer lazos anglosajones e ibéricos. La obra, lo recordaba el profesor de literatura inglesa Miquel Berga antes de la función, tiene las características propias del teatro irlandés: protagonistas solteros, historias fantasmagóricas a menudo alimentadas por la brutal ingesta de alchol, entornos rurales, presencia de la religión, relaciones sexuales exiguas, riqueza del lenguaje en oposición a la pobreza material de los personajes, el pub como lugar donde se desarrolla el conflicto, etc. O dicho de otro modo, el texto de Mcpherson está marcado a la perfección por el ADN irlandés: clima, nacionalidad, bebida e incontinencia verbal. El texto es de los años noventa pero en Inglaterra lo consideran ya un clásico y se ha representado un montón de veces. En Barcelona se hizo una primera versión (1999) en el teatro Romea, dirigida por Manel Bueso. En esta ocasión, el director es un joven Ferran Utzet, que tras dejar su carrera como profesor de matemáticas se lanza a la dirección teatral. ¡Esto sí que tiene mérito!
La estructura de la obra está marcada por la llegada de un extrangero en una comunidad: Valerie, la mujer protagonista, llega a un pueblo perdido tras dejar su Dublín natal. Toda el texto se desarrolla en un pub, donde Valerie es recibida por tres personajes hundidos en sus fantasmas y en sus temores. A los personajes sólo les queda seguir el dictamen de Beckett: You must go on. You can’t go on. I’ll go on. (Tienes que continuar. No puedes. Voy a continuar). A menudo el hecho teatral tiene de todo, pero al terminar la representación, uno sale igual que cuando había entrado. ¡Fatal! Entonces es que a uno no le ha pasado nada. Ya lo dice el poeta Joan Margarit: un buen poema es aquel que al terminarlo, dejas de ser tú para ser otro. Algo parecido pasa en la Biblioteca de Cataluña estos días. Los actores que interpretan esta pieza consiguen que algún extraño mecanismo se mueva dentro del espectador. Y esto no es nada fácil.