La presencia y la danza de Carmen Werner
Más allá del teatro que dirige la cooperación de nuestra imaginación estimulándola y haciéndonos partícipes a través de ella, está aquel otro que la hace danzar. Cuando la imaginación danza, igual que cuando lo hace el cuerpo en una noche de fiesta, la mente y su control lógico tienden a desconectarse. Cuando el cuerpo danza van desapareciendo los porqués. Puede haber deseos, atracciones… pero la necesidad de saber, la necesidad de los porqués se atenúa.
Los porqués son muy necesarios e imperativos en la vida, cuando, por ejemplo, vamos al banco y queremos saber por qué nos cobra comisión por todo, o cuando nos olvidamos del resto del mundo, porque lo que nos importa es lo que nos rodea y está más próximo y nos preguntamos por qué no nos vacunan ya contra la peste del coronavirus, o por qué tenemos que llevar mascarilla… Los porqués organizan y justifican nuestras acciones y nuestra vida.
Vamos al teatro y no conseguimos liberarnos del peso de los porqués, aunque allí el mundo pueda adquirir otros comportamientos y dimensiones. Sin embargo, a veces, el escenario consigue elevar el ancla de los porqués e invitarnos a navegar, en confianza, con un rumbo indefinido, pero con un rumbo perceptible al fin y al cabo. Porque es el sentido, la dirección, el rumbo, lo que nos permite esa confianza en el juego escénico. El sentido que le otorga a la acción y al movimiento las presencias abiertas y, a la vez, misteriosas, que actúan.
Ahí los géneros y modalidades escénicas se confunden o rebasan límites. Es por esa senda por la que me parece a mí que discurren las creaciones de Carmen Werner y su compañía Provisional Danza.
Recientemente ha estado en Vigo con dos piezas, El abrazo, en el Teatro Ensalle (el fin de semana del 19 al 21 de febrero), y ¿Quién eres?, en la Sala Ártika (el 25 y 26 de febrero).
La presencia de Carmen, con su fisonomía delgadísima y su suavidad cinética, es un punto fuerte en cada una de las piezas que he podido ver de su compañía. Su manera de estar, cada paso, cada movimiento, la mirada… dota de sentido y de verdad a la acción y a la composición dancísticas. Es un sentido indefinible pero perceptible que se cifra en la sencillez, en la sensación de facilidad y de no-impostura, en la sensación de atención plena en cada detalle de movimiento, en el cuidado y la calidad, en que nada resulte forzado o impuesto, en la economía del esfuerzo y de la energía, en el equilibrio de las secuencias y las intervenciones de las bailarinas y los bailarines.
El estar de Carmen y su presencia en escena nunca se confabulan para exhibir el ser, el “ego”. Al salir de una pieza nunca podríamos “saber” ni decir quién es Carmen. Su presencia es como una especie de canalización del sentido coreográfico, ese rumbo necesario para confiar en la navegación. La delicada teatralidad de sus piezas estimula nuestra imaginación sin dirigirla, sin que las frases físicas o verbales nos digan EL QUÉ o nos induzcan a saber EL PORQUÉ.
Incluso en el humor, con un toque naif, no sabemos muy bien de qué o por qué nos estamos riendo. Sin embargo, una suerte de ternura nos invade mientras reímos o sonreímos cuando nos habla, en El abrazo, sobre el ansia (con total ausencia de ansia) por ser creativas, por inventar algo nuevo, porque se nos ocurran cosas originales y resultonas. O cuando, en la misma pieza, se engancha por detrás de Leyson Ponce y le pide que haga una sucesión de pasos de ballet, con ella agarrada a sus espaldas como una mochila. Divertida e irónica secuencia en la que los corsés del clásico se tornan en danza contemporánea con el peso terrenal y carnal que hace aterrizar el vuelo y lo etéreo, aproximándolo a los cuerpos irregulares que la vida y los años arrancan de los patrones ideales del ballet.
Del mismo modo que cuando, en medio de ¿Quién eres?, nos dice que ahora se tomaría un whisky, relativizando la tenaza gris de esas presencias en penumbra, que deambulan por el escenario con una lámpara colgada de la mano que apenas les ilumina los pies y los pasos, sin que ningún camino se perfile, o las presencias anónimas de los tres bailarines y las dos bailarinas que nos miran desde el foro y sucumben a los impactos sonoros de disparos.
Hay danza, por lo extraordinario y lo estilizado de los movimientos, sus encadenamientos, sus repeticiones y variaciones. Hay conciencia estética respecto a la imagen que los cuerpos dibujan en la intersección con la luz, la sombra, el vestuario, el espacio sonoro, la música, la palabra y algunos objetos, desde una sabia economía de medios, en una poética que casi podríamos también definir como de espacio vacío, o de menos es más. Pero en la dramaturgia siempre hay lugar para el silencio, para la aparente inmovilidad, para la detención, en los cuales el estar de las presencias es pleno y vacío a la vez, como una meditación, terrenal, físico y metafísico, suspendido. Hay lugar para transiciones en las que aparentemente no hay danza, en las que caminan, señalan un punto y se dirigen hacia él o, de repente, cambian la trayectoria. Momentos para colocar una silla, en El abrazo, para compartir una chaqueta. Momentos para colgar una lámpara, o para enfocarla hacia algún sitio, en ¿Quién eres?. Momentos que son lo que son, sin mayor artificio, buscándoles la manera más limpia y concreta. Se trata de momentos en los que se realizan actividades, ocupaciones que establecen un precedente veraz y de una sencillez auténtica que impregna, después, las secuencias más ostensiblemente danzadas, en las que el movimiento se estiliza.
El poder de la presencia le da raíz a todo. El poder de la presencia de un cuerpo menudo, delgado, de apariencia incluso quebradiza, nos lleva consigo sin que nos demos cuenta.
P.S. – Artículos relacionados:
“Lo provisional que arraiga. Carmen Werner”, publicado el 6 de noviembre de 2015.
“Una coartada para la danza en 8 gestos. Carmen Werner”, publicado el 28 de mayo de 2016.
“Dejar que la danza nazca como nace un gesto. Carmen Werner”, publicado el 26 de marzo de 2018.