La publicidad y el teatro
Vivimos en el siglo XXI, es decir, estamos experimentando el comienzo de una nueva era. Pero ¿cuáles serán esos factores que harán, o que hacen, del nuevo tiempo otro? Aquí no voy a asegurar qué es lo que define, o definirá al siglo entrante, pues no hay modo de saberlo, a menos de que decidamos practicar el ejercicio de la especulación. Sin embargo, sí me gustaría mencionar algo particular del tiempo que corre, al menos desde mi percepción, y que tiene que ver con el funcionamiento de la sociedad de la que soy parte, pero de la que me suelo escindir con mucha frecuencia.
Se trata pues de cómo la lógica de la publicidad se ha inmiscuido en campos en los que no debería tener tanto protagonismo. Y me refiero al campo de la política y al campo del teatro. Y digo, que no debería tener tanto protagonismo porque la publicidad tiene la capacidad de ocultarnos lo importante y de mostrarnos lo irrelevante, y, por ejemplo, logra persuadirnos para comprar algo que parece un alimento, una caja de cereal súper-endulzado, pero que en realidad no lo es. Hay comida que no alimenta.
Unos días atrás hubo elecciones en Colombia, lo sorprendente es que las personas salieron a votar, a elegir a quienes guiarán el desarrollo del país, sin saber cuáles son las propuestas de los partidos o de los candidatos. Así que votaron teniendo en cuenta factores como lo “buena gente que se ve en la foto” o apoyando a los partidos de los que más se habla en los medios de comunicación, como si lo que no fuera enunciado a través de la televisión, la radio, el periódico, o las redes sociales, no existiera, y como si el valor de esta decisión estuviera supeditada al impacto publicitario que tiene.
Y en el caso del teatro el asunto funciona de manera similar, los colectivos de teatro que no se publicitan no existen. Y lo cierto es que como divulgadores teatrales apostamos mucho a ese recurso para generar mayor alcance, y no estoy diciendo que sea algo malo, solo que tiene implicaciones. Los que tendrán recursos para “pautar”, quizás logren aparecer en la televisión. Y los que no, pondrán sus energías en las redes sociales para darse a conocer. Yo lo he hecho. He promocionado proyectos en redes, aunque soy malísima en dicha labor. Y, por otro lado, en tanto espectadores que no consumidores, tener una buena publicidad no garantiza la calidad del proyecto teatral.
La idea de que el teatro sea “divulgado” bajo las mismas estrategias que emplea Mc Donald´s, me genera consternación porque considero el teatro un campo contracultura, de resistencia, al servicio del desarrollo y reconocimiento de lo más profundo del ser humano y de intenciones completamente humanistas. Lo que, por supuesto, no significa que sea la única visión posible y mucho menos la verdadera. En cambio. La publicidad, el mercadeo y el capitalismo van en contravía.
Quizá lo que se encuentra de fondo en mi reflexión es la inquietud respecto a cómo generar estrategias de difusión para aquellos proyectos teatrales que se encuentran por fuera de la lógica de la publicidad, del mercadeo y de la ferocidad de un sistema capitalista que insiste en definirnos como consumidores en vez de personas. ¿Qué podemos inventarnos y como liberarnos de esa contradicción? ¿Qué piensan?