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La rebeldía punk nunca muere. Ragazzo en la 34 MIT Ribadavia

El 20 de julio de 2001 en Génova, durante la cumbre del G8, fue asesinado por la policía el chico de 23 años, Carlo Giuliani. La noche del 20 de julio de 2018, en el Auditorio Rubén García do Castelo, durante la 34 Mostra Internacional de Teatro de Ribadavia (Ourense), pudimos ver RAGAZZO de Teatre Tot Terreny (Catalunya), con autoría y dirección de Lali Álvarez e interpretación de Oriol Pla, cuando se cumplen 17 años de aquella muerte injusta. Ragazzo es un homenaje al anti-héroe, al punk Carlo Giuliani, un grito teatral contra el olvido. Esta fecha, el 20 de julio, supone un hito relevante para el movimiento antiglobalización, ecologista y pacifista, en pro de las libertades.

El texto del programa de mano expone con claridad el contexto histórico reciente en el que se funda Ragazzo de Lali Álvarez:

“Europa, verano de 2001. La ciudad de Ragazzo vive la restricción de los derechos sociales más grande que se ha vivido en el continente desde la segunda guerra mundial: las fronteras están cerradas, se suspende el tratado de Schengen, se prohíben las manifestaciones y reuniones en algunas zonas de la ciudad, se prohíbe colgar la ropa en los balcones. Detenciones. Identificaciones. 30.000 policías patrullan las calles y no permiten la entrada en la Zona Roja, el lugar donde los líderes del G8 están celebrando la reunión. Ragazzo, pese a todo, vive el verano de la ciudad: hace poco que ha okupado con unos amigos un espacio que han acondicionado como vivienda, está de vacaciones, tiene tiempo para escuchar música, leer, cocinar, enamorarse… y para participar en el Foro Social Mundial que también se ha instalado en la ciudad y donde más de medio millón de personas discuten cómo sería este “otro mundo posible” que desde hace un año y medio imaginan como alternativa a la globalización. Su destino quedará marcado cuando tome la decisión de quedar en la Columna de Desobedientes que propuso una acción pacífica de desobediencia civil: violar el confinamiento de la Zona Roja.

¿Qué hacer ante la amenaza? ¿Tiene legitimidad un gobierno que se tiene que blindar para decidir? ¿Quién (y para qué) utiliza la violencia? ¿Qué es la impunidad? ¿Otro mundo es posible? Ragazzo es un grito a la vida, a la dignificación de las historias personales, a la reivindicación de la memoria colectiva y de la Historia que los amos del mudo nunca escribirán por nosotros.”

Oriol Pla, el actor, encarna desde si mismo, desde la generosidad infinita de quien lo da todo encima de las tablas, de un modo radical, a Carlo Giuliani, para hacerle justicia. Oriol Pla y Lali Álvarez no erigen un monumento de honras fúnebres, ni honores militares, no suben al escenario al héroe distante de una tragedia, inflexible en sus convicciones, ejemplarizante en sus comportamientos. No buscan crear un ídolo, ni esculpir una estatua de piedra.

“Las estatuas son mentiras bellísimas esculpidas a golpes en el mármol. […] Si hacen una estatua tuya y te llevan a la calle, malo, significa que eres un cabrón o que estás muerto. Si tienes suerte es que eres un poeta.”

Carlo escribía poemas, pero no era un poeta protegido tras las palabras, los libros y los escenarios teatrales. Carlo Giuliani era un “ragazzo”, un chico vitalista, de la calle, un ser libre que creía en la libertad y la ejercía sin concesiones, un punk, un alternativo. Un joven muy próximo y desenfadado. Es desde ahí desde donde Oriol Pla nos lo presenta.

El actor no representa un personaje, alguien externo y controlado, como quien sube al escenario a una escultura humanizada. Oriol se presenta él mismo despertándose, vistiéndose, haciendo un porro, contándonos sus sueños y anhelos, haciendo un café, preparando una ensalada, extendiendo la ropa mojada en la cuerda para que se seque, poniendo la camiseta del revés y, al darse cuenta, dándole la vuelta… la camiseta de la “Casa de la Muntanya” de Barcelona, una casa okupada y dedicada a acciones sociales alternativas, o la camiseta de “The Specials. Too Much. Too Young”. El actor saca dinero de una lata que hay en las estanterías, no de una cuenta bancaria. El dinero guardado en una lata, donde también están alimentos y utensilios, en esa casa okupa que los dispositivos escénicos, a modo de metonimia, figuran. Apenas un somier y un colchón, una mesa, la estantería, algún caldero con agua para lavarse… lo imprescindible, también algunos libros, una radio en la que también puede poner música…

Cuando comienza la pieza yo no veo un personaje, veo al actor ejecutando actividades reales. Poco a poco, me voy dando cuenta que Oriol nos presenta, más que representarnos, a Carlo Giuliani, porque, además de realizar esas actividades escénicas reales, nos narra anécdotas que son las de Giuliani durante aquel verano en el que su ciudad se vio sitiada.

El actor se presenta a si mismo en el lugar del personaje y, al mismo tiempo, nos lo narra, nos cuenta lo que Giuliani pudo haber visto, pudo haber sentido. Nos cuenta lo que pensaba respecto al mundo que le rodeaba.

Ahí se produce una intersección muy atractiva entre la realidad del actor en escena, ejecutando actividades similares a las que podría realizar el personaje, y la ficcionalización desde donde nos cuenta las ideas que tenía Carlo Giuliani en aquel verano. La ficción desde la cual nos describe, a través de diferentes procedimientos, escenas irrepresentables. Por ejemplo, la llamada telefónica de una amiga que le pregunta dónde está y le cuenta lo que está pasando en las calles, hasta el momento en el que Oriol-Carlo nos narra las escenas vertiginosas, cuando llega a la manifestación y es reprimido por las fuerzas policiales.

El escenario es el escenario, no está escondido tras la escenografía realista de la convención general del teatro ilusionista. El escenario, con esos escasos muebles y esos objetos reales, afirma una realidad escénica posdramática, del mismo modo que lo hace el actor, afirmado en su presencia real y en un tipo de actuación muy física y alejada de fingimientos. Ahí el drama (la ficción del personaje, en aquel verano del 2001 en Génova) aparece más enunciado que representado. La performance escénica lo evoca, sin representarlo de manera ilusionista o dramática, el texto, en muchos pasajes, nos describe algunas de las escenas más impactantes de aquel verano de 2001 en Génova.

De esta manera, la dramaturgia logra un equilibrio entre lo épico y lo dramático más allá de las etiquetas. Ahondar en la representación dramática realista hubiese sido demasiado peliculero e incluso podría rayar en la leyenda hagiográfica, o caer en el desbordamiento emocional, porque el asunto es de alto impacto emocional. Pero también lo es a nivel político y social y ahí es donde todos esos pasajes narrativos, enunciados desde una ficción evocada por la performance, nos ayudan a imaginar lo que no vemos. Al mismo tiempo, esa enunciación también nos ayuda a asombrarnos pensando en la gravedad de los hechos, en la lucha desigual por la libertad, en la violencia de Estado.

Hay una técnica actoral enorme detrás de esa interpretación tan impetuosa, con momentos de placidez y simpatía, mientras cocina, mientras nos cuenta cómo se enamora, durante una asamblea del Foro Social Mundial y, al mismo tiempo, va recreando el momento de ese enamoramiento. Hace un porro y mira las estrellas, que cubren el techo celeste del Auditorio do Castelo de Ribadavia, para crear el encanto de esas conversaciones nocturnas, estimuladas por la utopía y por algunas substancias. Desde los inicios de la civilización, esas charlas que mezclan utopías y substancias, siempre formaron parte de los momentos de trascendencia más despegados del utilitarismo y más allegados a la necesaria dosis de flipe y ensoñación que una vida, que se quiere plena, requiere.

Sin esa técnica actoral enorme y refinada, serían inconcebibles esos otros momentos, en los que el actor hace un despegue brutal de las actividades cotidianas, para narrarnos y, a la vez, recrear en presente, la manifestación frente a la violencia policial, las escenas en las que contempla la bestialidad de los uniformados y de su absoluta impunidad tras el anonimato de los cascos, los escudos, las porras, las pistolas, los gases, las pelotas de goma…

El relato emocionante de la indignación, el análisis de la violencia infligida desde los funcionarios de la policía, son algunos de los platos fuertes de este Ragazzo. Porque “La perspectiva de violencia es violencia. […] No soy un punk rebotado, en realidad soy bastante feliz. […] Si quieres cambiar el mundo, cámbiate a ti mismo. […] A mí me gusta escribir poemas. […] Yo la cago. A mí me pierde la boca. Yo no me puedo callar.”

“O somos esclavos o somos nadie. Porque nosotros somos nadie y han contratado a unos esclavos para eliminarnos.” Cuando, en aquel mes de julio de 2001, la ciudad de Génova parecía un escenario preparado para una guerra.

La violencia policial se explica, de algún modo, en el anonimato, en el hecho de no mirarse a los ojos y en el miedo que se convierte en terror. El actor salta a la grada, se quita el pasamontañas que se ha puesto poco antes, y se encara a un espectador, pidiéndole que, por favor, le mire a los ojos. Entonces le impele a que le pegue, a que le dé un puñetazo y, después, nos explica que si las personas se mirasen a los ojos la violencia, quizás, se diluiría. Aquellos policías no miraban a los ojos, permanecían impertérritos bloqueando el libre paso de las ciudadanas y de los ciudadanos, dispuestos a atacar a cualquiera que se aproximase, independientemente de su intención.

El somier, la mesa, sirven para hacer barricadas, en la recreación de los enfrentamientos de los manifestantes con la policía. La fisicalidad del actor se extrema. Aquella apariencia de joven delgadito e incluso tierno, se convierte en la agilidad de un felino, en la fuerza desbordante de quien corre, salta, se tira al suelo, cargado de sus sueños, de su indignación y de su insobornable afán de libertad.

Entre sus reflexiones, entre la necesaria utopía de izquierdas y la persona pegada a la realidad de la calle, hay frases de aliento poético y filosófico, exentas de pomposidad, descarnadas, desnudas: “Y también nos preguntamos por qué la noche no es la cosa más oscura que tenemos encima y por qué con infinitos caminos seguimos aquí y no nos marchamos.”

En el final, el propio actor, como si fuese aquel “ragazzo”, nos cuenta cómo fue su violenta muerte. Comparece en el escenario para reivindicar, desde el sudor y la extenuación de quien lo ha dado todo, que no es un mártir, ni un héroe, sino un ser cualquiera con una cabeza y un corazón, que no quiere ser una estatua, como en aquellas pesadillas que nos relató al comienzo de la pieza, cuando se despertaba.

Oriol Pla y Lali Álvarez nos presentan una obra que trasciende el biopic o relato biográfico. También trasciende el teatro documental o político, porque, aquí, curiosamente, la ficcionalización de fondo colabora, paradójicamente, de modo dramático, en aproximar el documento histórico de Carlo Giuliani, su memoria y ejemplo. Y no lo hace como un personaje de una tragedia, ni siquiera como el personaje de un drama, sino como una persona cercana a nosotras/os, una persona próxima, de la calle, con la que podemos simpatizar.

La ficcionalización de fondo, el drama, ayuda a estructurar la historia, mientras que su realización y presentación escénica se instala y afirma en el presente de una manera radical, poderosa y eminentemente posdramática, entre el actor, entre Oriol y nosotras/os. Un presente más épico que procesual, o sea: más abierto a la narración y a la evocación que al drama.

Todo esto, no obstante, permite que florezca, en cierto sentido, la parábola ejemplar y humana, la alegoría de la juventud que quiere cambiar el mundo y a la que el sistema le acaba jodiendo la vida.

Ragazzo es una pieza IMPRESIONANTE, con mayúsculas, hecha desde la actitud punk de las letras minúsculas y la performance exultante y apasionante.

 

P.S. – A menudo cuelgo en mi Facebook una síntesis o un análisis de la mayoría de los espectáculos que veo. A partir de esos bocetos, después, elaboro artículos en los que estudio, un poco más, aquello que he visto en el teatro.

Por fortuna, a veces, hay colegas, espectadoras y espectadores, que interaccionan y ofrecen el testimonio de su recepción. Esto, desde mi punto de vista, es sumamente valioso para contrastar y reflexionar sobre la recepción de un espectáculo, de una manera más amplia y heterodoxa.

En el caso de Ragazzo contamos con la inestimable opinión de dos colegas.

La dramaturga AveLina Pérez, añadía este comentario:

“a frase «LA PAZ NO ES UN ESTADO, ES UNA CONSECUENCIA», ou algo así, que cuestiona esa chamada a ser pacíficos… porque tamén di «ESTO ES UNA GUERRA. ELLOS LLEVAN ARMAS», e logo falaba de que que pasaría se lle deran tamén armas ao outro lado gustáronme máis cousas: o cuestionamento total e radical ao concepto de violencia que nos venden, e que, ademais, se acepta socialmente; o feito de que ao rapaz nolo presentan como un tipo potente, non unha vítima «de libro», non un tío sumiso, non… isto é importante porque, desde a peza, manda unha mensaxe importante: non son só vítimas os que se comportan modelicamente, non, estas persoas non modélicas (falo de «modélica» cun chisco de ironía, claro, vistas desde normativas imperantes) son posuidoras de dereitos…

comeume a cabeza esta peza

o actor unha marabilla

corpo animal”

(la frase «LA PAZ NO ES UN ESTADO, ES UNA CONSECUENCIA», o algo así, que cuestiona esa llamada a ser pacíficos… porque también dice “ESTO ES UNA GUERRA. ELLOS LLEVAN ARMAS” y después hablaba de qué pasaría si le diesen también armas al otro lado.

me gustaron más cosas: el cuestionamiento total y radical al concepto de violencia que nos venden y que, además, se acepta socialmente; el hecho de que al joven nos lo presentan como un tipo potente, no una víctima “de libro”, no un tío sumiso, no… esto es importante porque desde la pieza, manda un mensaje importante: no son solo víctimas los que se comportan modélicamente, no, estas personas son modélicas (hablo de “modélica” con una pizca de ironía, claro, vistas desde normativas imperantes) son poseedoras de derechos…

me ha comido la cabeza esta pieza.

El actor, una maravilla

cuerpo animal”)

Pablo Carrera Simón, actor y estudiante de dirección escénica y dramaturgia en la ESAD de Galicia, también comentaba:

“O certo é que aínda seguen os ecos daquel suceso, daquel ACONTECEMENTO. En parte un quere volver alí e sentir todo aquilo por primeira vez. Non de novo, se non por primeira vez, se iso fose posible, faríao. E faríao porque cando penso en teatro, penso, en gran medida, en algo así. Nun actor entregado, si, pero tamén nun espectáculo entregado a unha idea e a un lugar innegociable da realidade.

Sumándome a lembranza colectiva de grandes momentos, eu quedo cunha das primeiras frases:

Escóitase o son dun helicóptero, sinala o ceo e dí: «El miedo».

Os pelos de punta, outra vez.”

 

(“Lo cierto es que aún siguen los ecos de aquel suceso, de aquel ACONTECIMIENTO. En parte uno quiere volver allí y sentir todo aquello por primera vez. No de nuevo, sino por primera vez, si eso fuese posible, lo haría. Y lo haría porque cuando pienso en teatro, pienso, en gran medida, en algo así. En un actor entregado, sí, pero también en un espectáculo entregado a una idea y a un lugar innegociable de la realidad.

Sumándome al recuerdo colectivo de grandes momentos, yo me quedo con una de las primeras frases;

Se escucha el sonido de un helicóptero, señala el cielo y dice: “El miedo”.

Los pelos de punta, otra vez.”)

 

Creo que estas dos aportaciones, en el estilo fresco propio de las redes sociales, también nos pueden ayudar a ahondar en el estudio de Ragazzo y de su recepción.


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