La resistencia de los más débiles
Los sistemas más simples se adaptan mejor a contextos variables, por esta razón, cuando una organización trabaja habitualmente en entornos difíciles auto limita su crecimiento para garantizar la supervivencia. Una solución a este dilema es sin duda la unión de los sistemas.
En los últimos diez años el teatro ha experimentado un fuerte crecimiento, tanto en sus estructuras de producción como en la demanda agregada. El sector público, principal impulsor de este crecimiento, ha invertido ingentes cantidades de dinero en infraestructuras (teatros, recursos técnicos y personal) dirigidas a mejorar la oferta escénica y cultural de las ciudades, pero también hay que decir que lo ha hecho por su cuenta, sin contar con los demás agentes que dotan de contenido y sentido a sus programas culturales, sintiéndose suficientes para llevar a cabo tan espléndida empresa sin comprender que ellos tan sólo son una parte.
Con la llegada de la crisis, el sector privado -productor-, que se encontraba a medio camino de un proceso de consolidación, ve cómo los presupuestos públicos reducen drásticamente sus posibilidades de crecimiento teniendo que dar un paso atrás y reducir su tamaño. Por aportar algunas cifras, decir que para el periodo 2010 el Gobierno Vasco ha reducido en un 11% la partida destinada a las empresas de producción teatral, las diputaciones rebajan la dotación de cultura en un 30% de media (sin descontar la partida de gasto correspondiente al capítulo 1 que no es modificable con lo cual la disminución real es mucho mayor) y muchos ayuntamientos destinarán entre un 30-50% de presupuesto menos en sus programas.
Los técnicos, gestores culturales de los ayuntamientos, observan a su vez cómo desaparecen muchos de los proyectos que habían puesto en marcha, no saben si van a tener dinero para continuar su labor en los próximos meses y se quedarán impotentes, solos en los nuevos y relucientes teatros sin saber muy bien qué hacer con la programación.
A corto plazo el principal ajuste se realizará vía precios ya que, a pesar de no tener dinero, ningún teatro querrá prescindir de la programación y negociará los cachés a las compañías que intentarán salir adelante ajustando los costes, los sueldos y reduciendo las plantillas. ¿Durante cuánto tiempo?. ¿Nos sigue sirviendo este modelo?
El 90 % de los ingresos de una compañía de teatro proviene hoy en día de los presupuestos de cultura, bien sea a través de las ayudas a producción, a difusión cultural, o como contraprestación de servicios en la contratación de espectáculos. Lo que se denomina caché del artista que sale, de una u otra manera, de las arcas municipales. Estamos por lo tanto ante de empresas sustentadas por las instituciones, y como ellas, muchos otros profesionales de servicios técnicos auxiliares, distribuidores y profesionales de la comunicación que prestan servicios al sector de las artes escénicas.
Ahora además, reaparece con la crisis un interesado e identificable discurso neoliberal que pretende desplazar la responsabilidad de la gestión de un servicio de ámbito público, como es la difusión cultural, hacia el ámbito privado, individualidades más interesadas en marcar las diferencias para salvaguardar su puesto de trabajo que en buscar el encuentro mientras se abrazan vergonzosamente al populismo del famoseo y el consumo rápido de ocio fácil.
Lejos de la gran política, los que trabajamos cerca del ciudadano, personajes públicos y privados, somos a menudo pequeños agentes de intervención local que, estando en la misma situación desde hace años, nos mostramos incapaces de entender que la unión, la integración de nuestros sistemas es la única salida posible para este sector. Que probablemente logremos resistir un tiempo más volviendo a la precariedad mientras escuchamos aquello de que en los tiempos de escasez mejora la calidad artística de las obras porque se agudiza el ingenio, palabras habituales de alguien que sabe que debe hacer algo pero que no piensa hacer nada por resolver el problema.
Nuestra resistencia es una resistencia forjada a lo largo del tiempo por la continua e incongruente lucha contra nosotros mismos.
Hemos estado mirándonos el ombligo durante demasiado tiempo y desatendiendo al público que es el principal destinatario del trabajo que llevamos a cabo. Un público que antes o después se nos escapará entre los dedos si no somos capaces de crear un modelo nuevo para la supervivencia de las artes escénicas. Un modelo que proteja el arte y la calidad de las obras por encima de los intereses de taquilla, un modelo en el que se encuentren las diferentes miradas de la creación, la producción, la comunicación y la exhibición, y en el que sepamos integrar a la sociedad general cautivándola con un arte imprescindible y vivo todavía.
A pesar de todo, en ocasiones uno sale del teatro con una agradable sensación de bienestar, de profundidad y ligereza, como si andar nos costase menos, como si algo pequeño pero importante hubiese transformado definitivamente nuestra forma de ver las cosas, algo sin lo cual no podríamos entender la vida que nos queda por delante.
Esta es una extraña pero poderosa razón para seguir buscando dentro de nosotros mismos, para convertir el monólogo interior en diálogo social recogiendo el sentir, el pulso de lo que acontece y transformarlo en una experiencia artística de gran nivel ético y humano.
El día 27 de marzo celebramos el día mundial del teatro. Acudamos al teatro, cuidemos el teatro sin pensar únicamente en tamaño de la entrada, como decía Lorca y concedamos la razón al que nos ofrece una mirada de futuro, al que dice “¡Mañana, mañana, mañana! y siente llegar la nueva vida que se cierne sobre el mundo.
ESKENA – Empresas de Producción Escénica Asociadas de Euskadi