La sala vacía
La semana pasada nó una noticia que se hizo viral, que trascendió a lo que podía tener de anécdota y que nos coloca, una vez más, ante los usos y costumbres de la producción, la exhibición y las relaciones con los públicos en el mundo de las artes escénicas en nuestros días. Resulta que un actor italiano de sesenta y siete años, Giovanni Mongiano, decidió hacer la representación por la que estaba contratado en un teatro de la localidad de Gallarte de cincuenta mil habitantes, pese a que no se había vendido ni una sola entrada. Actuó para una sala vacía, con la única presencia del técnico de luces y su representante ya que, según nos cuentan, la taquillera había comenzado a ver su actuación hasta que le llamaron por el teléfono móvil y salió a atender la llamada.
El actor tiene compañía propia, TeatroLieve, se trataba de un monólogo escrito por él mismo con el sugerente título de «Improvisaciones de un actor que lee», regenta la Sala Viotti en Fontanetto Po, cerca de Turín, y de esta historia me ha llamado la atención que declarase posteriormente que lo hizo por unas cuestión «personal y profesional». Y más adelante, cuando se hizo famoso a su pesar, dijo con mucho énfasis que «no se trata de un fracaso del actor, sino del teatro». Y aquí hay que ponerse a cavilar un poco, porque son declaraciones que toman otro alcance.
Lo primero de todo hay que señalar todo el proceso post: su asistente le mandó un mensaje telefónico a una periodista local y a partir de ahí se fue armando una red, una cadena de información instantánea que le ha convertido en alguien reclamado por la prensa de medio mundo, por las televisiones de distintos lugares y pasar de tener unas visitas de unos doscientos en su página a que se viera su monólogo más de un millón de veces una vez colocado en una página específica.
Si en vez de ser, como asegura, «una reacción impulsiva siguiendo el deber y el placer de un actor», fuese una estrategia de mercadotecnia, habría que premiarlo. Pero aquí nos colocamos de nuevo ante lo desgraciadamente muy habitual: seguro que esa actuación no tuvo ninguna noticia previa en casi ningún medio local, ni regional, pero esa circunstancia atípica de una actuación a sala vacía, se convirtió en una noticia mundial, lo que dice muy poco de los medios, pero que nos debe hacer pensar, una vez más, de cómo difundimos nuestra actividad, en qué términos, con qué intenciones. Tanto en las redes como en los medios más convencionales. Y algunos nos empeñamos en situarlo todo en el terreno de lo cultural, no en lo mercantil, ni en lo amoroso ni en lo médico o accidental, como está sucediendo ahora mismo con un ataque al corazón sufrido por José Coronado al que le deseamos una pronta recuperación.
Tiene razón Giovani Mongiano al señalar que es un fracaso del teatro. Lo es, al menos, de un sistema teatral, de un tipo de gestión, de una contratación hecha sin tener en cuenta el factor principal que es la existencia de público. Poco o mucho, pero debe existir una manera de que se programe aquello que puede interesar a una parte de la población donde se efectúa. El actor reconoció que actuó porque le dio gana, ya que iba a cobrar exactamente igual. Y eso, que está bien desde el punto de vista del actor, de la parte contratada, deja muy mal, muestra las vías de agua por la parte contratante. No hay ninguna responsabilidad, ni económica, ni de casi nada. Y eso debería ser modificado, regulado, para el bien de todos.
Yo he vivido temporadas en una sala en Barcelona con ocupación manifiestamente mejorable. Y por costumbre o por acuerdo pragmático se decidía que suspenderíamos la función si no había al menos un espectador más que los que formábamos la compañía. Y éramos casi una docena (¡qué tiempos!). No hay nada reglado, pero actuar para alguien que no sea un espectador, es un ensayo, un pase con todo. Una contradicción, pero que a este actor le ha significado la gloria, con contrataciones ya en Uruguay, en festivales italianos de entidad. Lo que de nuevo nos deprime. La obra, el monólogo era igual de bueno, malo o regular antes de esa actuación fantasma que después de darse a conocer globalmente. Pero ahora lo contratan. Esto no debería ir así. Los criterios de selección de las programaciones deberían atenerse a cuestiones previas, pensadas, consensuadas, que intenten formar un discurso socio-cultural dirigido a la sociedad a la que sirven.
De lo contrario estamos en un mercadillo de oportunistas.