La superficie y el fondo
«Lo más profundo es la piel», comentaba, hace unos días, Juan Pedro Enrile, y Ana Contreras se sumaba a la reflexión añadiendo los criterios de «contacto», «sincronía», «estar al lado, literal o simbólicamente».
Ana y Juan Pedro son directores de escena y profesores en la RESAD de Madrid y estas ideas expresadas por ellos tienen una relación directa con una cierta concepción no solo de la vida, sino también del arte del teatro.
En ese sentido, Enrile, señalaba: «todo acontecimiento es tanto más profundo cuanto que ocurre en la superficie a fuerza de extenderse a lo largo de los cuerpos.» Y respecto a una noción, podríamos decir: más clásica, esa que hace hincapié en la importancia del significado y pone la acción a su servicio, seguía: «Las personas que son atrapadas por el fondo, ya no comprenden nada porque están atrapadas en el fondo y no son capaces de percibir el acontecimiento que está ocurriendo en la superficie, es decir, en la PIEL.»
Quizás por eso, los dignos representantes de ese teatro que busca legitimarse sobre la piedra angular del significado, de la historia hilada según la más causal de las lógicas, acaban endosándonos unas obras de cartón piedra, de declamación, sin piel ni tacto, más pesadas que el mismísimo hormigón armado. Armado de ideología y significado, pero carentes de una estructura formal rítmica y fluída que aúne en un todo orgánico forma y contenido, superficie y fondo, diluyéndolos en uno solo: el acontecimiento, la acción.
Un teatro que esgrime panfletos, que se defiende con las explicaciones textuales del programa de mano, pero en el cual NO PASA NADA, nada acontece, robándonos el goce primigenio de lo sensual, de la piel, de la forma, difiriendo su interés a un supuesto fondo intelectual e ideológico supremos.
Educados en la doxa del significado, de las ideologías obvias, de una tradicional manera de «entender», quedamos capados para disfrutar de la heterodoxia del movimiento, del cuerpo y sus impulsos, de la danza-teatro (pues todo buen teatro es una danza), de la piel. Es entonces cuando algún espectador o algún director-teatróLOGO esgrime: eso no es teatro, corrían de un lado a otro del escenario sin saber a dónde iban. ¡Los árboles no le dejan ver el bosque a este espectador ortodoxo, porque, quizás, ese mismo era el sentido del espectáculo: correr sin saber a dónde! La forma es el contenido.
Si no hay acontecimiento ni acción… la experiencia mengua, se empobrece, queda reducida a un discurso meramente intelectual (¿una clase magistral?).
A costa de rebajar el nivel filosófico que se desprende del pensamiento «Lo más profundo es la piel», si bajamos no al fondo, sino a la butaca de la recepción teatral, ese lugar de la experiencia compartida y el contacto directo, observaremos que el teatro es más eficaz cuanto más icónico (en su dimensión sensorial).
Lo simbólico, lo semántico, lo asociativo, lo referencial… ciertamente forman parte de la recepción teatral porque a la espectadora y al espectador les resulta imposible, o casi imposible, no establecer relaciones entre lo percibido durante el espectáculo y lo previamente aprehendido, entre la experiencia presente y el «background» acumulado de experiencias anteriores. Si existe el baúl del inconsciente en osmosis con el baúl de la memoria, estos se actualizan sin previo aviso a cada paso y también actúan.
La memoria es selectiva porque no podemos recordarlo todo, igual que no podemos pretender que nuestras decisiones respondan al control absoluto de la con(s)ciencia (la neurobiología lo demuestra. El doctor Eagleman, por ejemplo, expone con claridad que «la conciencia no es el centro de la mente sino una función limitada y ambivalente en un vasto circuito de funciones neurológicas NO conscientes.»)
Efectivamente, el neurocientífico del Baylor College of Medicine, David Eagleman, que dirige el Laboratorio de Percepción y Acción nos demuestra que el estado de la materia física determina el estado de los pensamientos.
«¿Qué es exactamente un pensamiento? No parece tener peso. También parece efímero e inefable. Nadie diría que un pensamiento tiene forma, olor, ni ningún tipo de representación física. Los pensamientos parecen ser un ejemplo de pura magia. Pero, al igual que las voces, los pensamientos se sustentan en un elemento físico. Lo sabemos porque las alteraciones del cerebro cambian los pensamientos que tenemos. Cuando dormimos profundamente, no hay pensamientos. Cuando el cerebro comienza a soñar, aparecen pensamientos espontáneos extravagantes. Durante el día disfrutamos de nuestros pensamientos normales y aceptados, que la gente modula de manera entusiasta salpicando los cócteles químicos del cerebro con alcohol, narcóticos, cigarrillos, café o ejercicio físico. El estado de la materia física determina el estado de los pensamientos.»
Somos lo que pensamos y pensamos lo que comemos. Somos lo que comemos. Somos física y química porque el mismo pensamiento lo es. Somos piel.
Volviendo a la butaca de la recepción teatral, la experiencia perceptiva, fundamentalmente audiovisual, aunque también pueda ser táctil (como en el caso de la Cía. TEATRO DE LOS SENTIDOS, dirigida por Enrique Vargas, que investiga en la dramaturgia de lo sensorial), u olfactiva (recordemos el fuerte aroma a paella en «La increïble història del Dr. Floit i Mr. Pla» de la Cía. ELS JOGLARS, dirigida por Albert Boadella. O el olor a mierda en «Sobre el concepto del rostro en el hijo de Dios» de ROMEO CASTELLUCCI), actúa directamente según la articulación epidérmica: según la forma de la acción (visual y sonora) en su conjugación dinámica y rítmica: viva.
Es ahí donde se genera el hecho artístico: en una articulación determinada de la forma, en una conjugación morfosintáctica: en una dramaturgia (un trabajo con la acción, igual que «metalurgia» es el trabajo con el metal, el darle forma). Dar forma, modelar, moldear la acción más que «crear». Frente al creacionismo, el evolucionismo, el trabajo técnico, la ARTEsanía. Frente a los sesudos teatróLOGOS, los ARTEsanos componedores y compositores. Frente a los deíficos creadores, frente a los REYES de la creación, esa monarquía absoluta elevada sobre torres de marfil, la república de los HACEDORES, la república de los CUERPOS a ras de tierra, en el escenario de la materia (que es pensamiento y tiene sentido en sí misma y por sí misma). Porque lo más profundo es la piel.