La suspensión de la lógica. Abel Neves en el CDG
El teatro dramático, que juega dentro del campo de los realismos, siempre se tensa o se destensa en la cuerda de la denominada verosimilitud.
Las dramaturgias contemporáneas intentan ensanchar los límites de lo verosímil y de lo creíble o plausible, tal cual las propias realidades nos ponen delante.
La crisis de la «verdad» y de la solidez y unicidad del concepto «realidad» han dado lugar a una fértil y sorprendente expansión de las fronteras ficcionales en las que trabaja la composición dramática.
Uno de los dramaturgos más apreciados en lengua portuguesa es Abel Neves. En todas las obras que conozco de él siempre se producen giros sutiles e inflexiones formales que despegan de lo previsible y que, en cierto sentido, suponen un cierto vuelco de la verosimilitud ordinaria y un desafío para la recepción.
En un intercambio entre el TNDMII (Teatro Nacional Dona Maria II) de Lisboa y el CDG (Centro Dramático Galego) se ha orquestado el estreno en Galicia de XARDÍN SUSPENSO de Abel Neves. La obra que había recibido en 2009 el premio más prestigioso de la dramaturgia en lengua portuguesa, el Premio Luso-Brasileiro de Dramaturgia António José da Silva.
El estreno en Portugal, en la Sala Estúdio del TNDMII de Lisboa, se realizó el 29 de abril de 2010 bajo la dirección de Alfredo Brissos. Esa fue la primera vez que vi en escena una obra de Abel Neves, de la cual recuerdo salir afectado.
Cinco años después, el 13 de marzo de 2015, se estrena XARDÍN SUSPENSO, en el Salón Teatro de Compostela, en una producción del CDG dirigida por Cándido Pazó e interpretada por César Cambeiro, Melania Cruz, Rocío González, Luísa Merelas, Santi Romay y Ana Santos.
La obra de Abel Neves
Desde el propio título hasta la fábula, pasando por la utilización de múltiples símbolos y la creación de atmósferas inquietantes, Xardín suspenso es una obra que nos introduce en un laberinto y nos propone un juego irresoluble de enigmas.
Se trata de estimular nuestra cooperación investigadora y reflexiva a partir de la contemplación de un paisaje humano que, de repente, se encuentra suspendido a causa de un suceso inexplicable que parece escapar de la lógica y del control de las personas (personajes) implicadas.
El origen de todos los enigmas se encuentra en esa «suspensión» propiciada por los abismos interiores, en esa zona nebulosa entre el inconsciente y los sentimientos, más allá de la voluntad.
El origen de todos los enigmas está dentro de nosotras/os, allá en el fondo de los fondos.
Velahí el «jardín suspenso», en oposición e íntima relación con el «jardín de las delicias», ese otro paisaje pictórico de Hieronymus Bosch (El Bosco) que nos lleva del Edén primero (en la parte izquierda del tríptico) al Inferno final (en la derecha).
El Edén primero, el paraíso original, está en las primeras miradas de la infancia, cuando se comienza a configurar el mundo, cuando la curiosidad nos empuja a ver y a reparar en todo, a probar, a tocar, a morder… porque deseamos saber y conocer empleando todos nuestros sentidos. Por eso los bebés lo observan todo llenos de expectación, quieren tocarlo todo, saborearlo… El Edén primero también está en los sueños y en las promesas con las que sellamos nuestros primeros compromisos.
El Xardín suspenso de Abel Neves nos sitúa, en oposición al del tríptico pictórico y simbólico del Bosco, en un jardín zen, de estilo japonés. Mientras el del Bosco aparece atiborrado de figuras y elementos, en una especie de «horror vacui», el jardín zen se caracteriza por una tendencia al vacío, un espacio diáfano y minimalista compuesto principalmente de arena o grava y piedras o rocas.
Se dice que la arena representa el mar, quizás por eso no se puede pisar, las rocas representan montañas y pueden simbolizar el corazón o la mente. Alrededor de las rocas se rastrilla la arena o la grava en círculos que imitan las ondulaciones del mar, en el resto del jardín se rastrilla en líneas paralelas a la plataforma desde donde se contempla, ya que se trata, como en el teatro, de un espacio dedicado a la mirada y a la contemplación.
La mirada y la contemplación como fuentes de placer y (auto)conocimiento, en conexión con la práctica de la meditación que se afinca en las sensaciones inmanentes del «hic et nunc» (aquí y ahora), consagrada a la potencialidad del presente.
Según la filosofía budista se trataría de suspender las hipotecas de pasado y futuro, para estar enraizadas/os en el presente.
En un escrito del Dalai Lama se puede leer: «There are only two days in the year that nothing can be done. One is called yesterday and the other is called tomorow, so today is the right day to love, believe, do and mostly live.» (Hay dos días en el año en los que nada se puede hacer. Uno se llama ayer y el otro se llama mañana, así que hoy es el día mejor para amar, creer, hacer y, sobre todo, vivir.)
La meditación es una práctica que consiste, básicamente, en experimentar los beneficios de la conexión con el aquí y el ahora minimizando las preocupaciones, las tensiones y ansiedades derivadas del recuerdo o de los planes y objetivos de futuro. Un afianzamiento en el cuerpo y en la respiración, una aceptación del momento presente alejada del sufrimiento de la resignación o de la angustia que promueve la esperanza (quien espera desespera).
Velahí el conflicto en el que se ve inmerso el personaje central de esta obra, llamado Lucía, una arquitecto de veintisiete años, que fue quien construyó el jardín en el que se suspende la acción.
Lucía aun vive en casa de sus padres, Lucinda y Alberto, como casi toda la gente joven de hoy a la que tanto le cuesta independizarse, encontrar un trabajo acorde con su formación que le permita salir de la casa de los padres.
En ese ámbito es donde Lucía dispone el jardín zen. Un jardín minimalista, desprovisto de plantas y árboles, un jardín escenográfico que acerca esta obra al denominado «teatro estático» o simbolista, en el que priman los movimientos del ánima, las pulsiones interiores, la creación de atmósferas.
Por eso, en Xardín suspenso, tiene tanta relevancia la acción lumínica y sonora que envuelve el espacio de ese jardín seco o jardín zen, para estimular la parte más sensitiva y movilizar nuestras energías internas a partir de la temperatura y del cromatismo, a partir de la acústica.
Escena 1: Luz de fin de tarde. Oscuro. Escena 2: Luz acogedora del crepúsculo. Oscuro. Escena 3: Hay tonos de la noche en el crepúsculo y los personajes aparecen agrupados, sentados y de pie, «inmóviles, en una posición casi pictórica. […] Observan el jardín, delante de ellos, con una luz suave.» Oscuro. Escena 4: Noche y lunar en el jardín. Oscuro. Escena 5: El día va clareando hasta ser mañana. Oscuro. Escena 6: La luz sube, día. Oscuro. Escena 7: La luz camina hacia el crepúsculo. Escena 8: Crepúsculo. Oscuro. Escena 9: Ambiente nocturno. Oscuro. Escena 10: Luz. Día, mañana. Oscuro. Escena 11: La luz sube y, al final, baja. Escena 12: La luz sube. Los personajes permanecen «inmóviles, en un ‘cuadro de jardín’. […] Observan el… vacío. […] Todos cristalizan. La luz baja, lentamente», mientras se escucha sonar el viento. Oscuro final.
En el ámbito sonoro se alterna el ruido que hace un vecino con el taladro perforando paredes, en una simbología que remite al agujero en el que se van metiendo los personajes, girando, como anillos marinos alrededor de las rocas en las que chocan, en torno al personaje central de Lucía.
También el sonido de pájaros grabados, porque en el jardín no hay árboles con ramas en las que posar, ni hierbas y simientes que atraigan a los pájaros reales. La metonimia sonora de pájaros que se oye de manera intermitente, en busca de una paz y una alegría que les ayude a los personajes a salir del agujero en el que se hunden.
Los silencios, como esos vacíos entre el sonido articulado de las palabras con las que los personajes intentan entender la situación trágica que planea por encima de ellos. O los murmullos inaudibles que salen de los labios de Lucía en los momentos próximos al desfallecimiento.
Y coronando la obra, el sonido del viento y el soplo con el que se esparcen las cenizas.
Aquel polvo enamorado del amor constante más allá de la muerte que cantó Francisco de Quevedo y que puede resumir parte de los secretos que se esconden en este Xardín suspenso de Abel Neves.
«su cuerpo dejará, no su cuidado;
serán ceniza, mas tendrá sentido;
polvo serán, mas polvo enamorado.»
Secretos que tienen que ver con las promesas de amor que se rompen y precipitan la catástrofe en esta obra.
«A raíz do toxo verde é moi mala de arrincare,
os amoriños primeiros son moi malos de olvidare.»
En el juego de enigmas que se teje en este Xardín suspenso hay un equilibrio entre la intriga derivada de la evolución de la fábula, por una parte, y el estatismo contemplativo y el simbolismo de las atmósferas y de los elementos escénicos, por la otra.
Entre el «drama estático» de Pessoa o el «drama simbolista» de Maeterlinck, que conjugan un modo lírico de tragedia, el Xardín suspenso de Abel Neves flota colgado en los abismos que nos constituyen.
Y el enigma de la historia que nos propone acabará por descubrirnos algunas cosas de nosotras/os mismas/os y lo hará con ese temblor que suscita la experiencia del teatro, donde todo vibra delante de nosotras/os, de manera visible o invisible.
El espectáculo del CDG
La disolución de la lógica causal que le otorga verosimilitud al drama da en una especie de tragedia cuando la protagonista, Lucía, inicia su camino sin retorno hacia la muerte.
Esa disolución de la lógica que justifica las decisiones y las acciones dramáticas lleva la obra de Abel Neves hacia el «drama simbolista», pero también hace resonar, según el director Cándido Pazó, el teatro del absurdo de Ionesco o la comicidad desesperada que se abre en las obras de Antón Chéjov.
Xardín suspenso del CDG, dirigido por Cándido Pazó, busca una huida del pozo oscuro de la tragedia casi inexplicable. Escapa del misticismo o de la concentración zen de ese halo simbolista que flota en el texto de Neves.
Pazó afila al máximo los contrastes cómicos en una concepción más estilizada y teatralizante de los personajes de los padres de Lucía, Alberto y Lucinda, así como de las situaciones en las que intervienen.
César Cambeiro, que interpreta el personaje de Alberto, el padre de Lucía, y Ana Santos, que interpreta a Lucinda, la madre, actúan acercando la desesperación ante las actitudes de la hija a una especie de límite donde se toca con el delirio, para dar lugar a momentos cómicos.
Una comicidad derivada de ese no saber qué hacer y optar por dar vueltas que aproximan las situaciones a una forma del absurdo.
¿Por qué estos padres, ante la problemática que les surge con la hija, no deciden llevarla a un hospital o buscar ayuda especializada antes de que la catástrofe acaezca? Quizás porque no pueden dar crédito a lo que les pasa. Quizás porque lo que acontece les supera y les invalida para tomar decisiones racionales eficaces. Quizás porque no hay razón que valga para salvar a quien no se quiere salvar. Quizás porque no hay más ciego que aquel que no quiere ver….
Las elucubraciones son múltiples.
Sin embargo, la obra nos sitúa en esa cuerda floja en la cual parece quebrarse la verosimilitud realista para caer en el bucle absurdo que atenaza la existencia y que puede estallar en cualquier momento, rompiendo equilibrios e integridades.
Melania Cruz, que interpreta a la protagonista, Lucía, está contenida, con momentos de furia, de rabia casi infantil. En contraposición también sabe transitar por la vulnerabilidad del personaje herido en la quiebra de sus sueños. Los cambios súbitos de actitud y de emoción elevan el trabajo interpretativo de la actriz y multiplican la complejidad en la caracterización del personaje.
En una de las escenas más climáticas de la obra, titulada «O riso do pescador», cuando Lucía le ruega a Mateo que le dé un último beso y un último abrazo, después de recordarle la vieja promesa de amor, sellada en la infancia, y después de confesarle «para vivir necesito de ti», acaba sola en el jardín desnudo a la luz de la luna y canta:
«Quen me dera ser serea
Nas augas do meu xardín
Son luar, son area
Onde hai pedras hai xasmín
Son eu tamén o mar
Espida de todo, espida de min
Desde sempre quixen amar
Do principio ata o fin»
En el espectáculo, Melania Cruz murmura la canción con una voz rota. Solo se adivinan algunas palabras, pero se transmite el sentido más profundo del estado de ánimo en el que se encuentra Lucía.
Velahí un ejemplo donde la musicalidad rebosa lo inefable y lo inexpresable.
En la escenografía de Carlos Alonso, que se ciñe al espacio descrito en las didascalias de Abel Neves, aparecen, no obstante, unas ramas secas, al fondo a la derecha del jardín, figurando un árbol seco que parece un homenaje a aquel otro que se yergue en el erial de Esperando a Godot de Samuel Beckett.
Volviendo a los contrapuntos en la realización escénica respecto a la interpretación y a la concepción de los personajes, llama la atención que los enfados y las iras de Alberto, el padre de Lucía, resultan ostensibles y sin contraemociones que los mitiguen, hasta llegar a un cierto histrionismo cómico o a emitir opiniones a modo de apartes. Son esos momentos en los que el personaje del padre está fuera de si.
En la última función realizada en el Salón Teatro de Compostela, el 29 de marzo de 2015, la escena de los padres, Alberto y Lucinda, César Cambeiro y Ana Santos, sobre la tableta de chocolate que había desaparecido de la mesa, adquiere los tonos circenses de una escena de payasos (Comienzo de la escena 7 titulada «Liberdade demais»).
El efecto risible también viene producido por un cierto empleo de la hipérbole en las intenciones, en la dicción de las réplicas, llevándolas hacia un grotesco que caricaturiza la situación supuestamente surreal, inquietante o desesperada en la que se encuentran respecto a la actitud de su hija Lucía.
«Me siento ridículo, ¿sabes? Esta situación me hace sentir ridículo», dice Alberto, el padre. Y parece que el estilo interpretativo de esta escena arranque de esta aseveración.
Sin embargo, en la función de la gira, realizada en el Teatro García Barbón de Afundación de Vigo, el 6 de mayo de 2015, la interpretación de los padres, Lucinda y Alberto, estaba mucho más contenida y próxima a esa desesperación que puede hacer desvariar a quien la padece.
El contraste entre el estado delirante y trágico de Lucía y el desvarío casi ridículo de los padres sigue patente, pero la atmósfera se compacta y avanza imparable hacia el desenlace funesto.
Entre la abuela Mariana, interpretada por Luisa Merelas, y Lucía se da un entendimiento especial que, en el escenario, se traduce en la repetición que ambas hacen de la actividad de rastrillar la arena del jardín.
La abuela Mariana también fue una romántica, y quizás sigue siéndolo, pues aun recuerda todos los días a su difunto marido, al que le juró fidelidad eterna.
La abuela Mariana viene a establecer un puente entre la radicalidad suicida de Lucía y la crispación y desvarío que esto genera en los padres, Lucinda y Alberto, también en la incredulidad y en los temores de Mateo, interpretado por Santi Romay.
Para encontrar un pivote de «normalidad» (entre comillas) en el personaje de Paula, la novia de Mateo, que interpreta Rocío González. Paula se acerca al rol del testigo externo que entra en ese entorno y observa, pero sigue su camino sin plegarse a las presiones que afectan al resto de los personajes.
El ámbito trágico va emergiendo en la escena de las alucinaciones de Lucía, que es como una danza de la muerte sublimada. Una danza hecha de súbitos arrebatos que están en el camino de los estertores finales.
La consecución de esa danza de la muerte son los ritos funerarios, que oficia la abuela con el cinerario abrazado entre las manos.
El rito, sin palabras, consiste en una genuflexión en medio del yermo jardín, en tres soplidos que hacen volar las cenizas en tres direcciones y la salida ceremoniosa de la anciana enlutada y abrazada a la urna vacía.
El epílogo es que la vida sigue y que la muerte no es más que un absurdo que es necesario superar.
Igual que es necesario que en el jardín se planten flores e incluso un huerto, más allá de las piedras y de la arena, porque la arena también viene siendo piedra molida.
El espectáculo dirigido por Cándido Pazó tiene éxito. El público aplaude con ganas después de seguir las vicisitudes de esta historia que nos confronta con las zonas ilógicas de comportamientos y sucesos.
El fin de la gira de este Xardín suspenso del CDG se celebra en la Sala Garrett del TNDMII de Lisboa, del 28 al 31 de mayo de 2015.
Afonso Becerra de Becerreá.