La teatralidad como valor
Cada vez que emprendo la labor de acumular datos e impresiones sobre las realidades teatrales a las que acudo diariamente, acabo atrapado en las dudas metodológicas que confieren el uso de prevenciones que escapen del dogmatismo y del totalitarismo. Para entendernos, lo que yo voy a plasmar son impresiones cualificadas por el uso de diversos filtros ideológicos, técnicos y estéticos que se van decantando hasta llegar a un punto en el que se pueda identificar lo que se ha ofrecido y lo que se ha visto que acaba aquí no estabulado, sino en una línea de argumentación que ayude a entenderse dentro de este marasmo de tantas ofertas, tantas formalidades, tandas modas y tantas tendencias y medias tendencias.
No es el objetivo establecer una lista, ni un rango, ni siquiera unas preferencias, sino señalar la existencia en los últimos meses, en los escenarios públicos madrileños y en algunos privados, espectáculos que se podrían colocar en un rubro concreto porque se parte de un texto, dramático o no, su contenido no se coloca en el costumbrismo y en su puesta en escena destaca por su teatralidad, entendiendo este concepto como el uso de recursos teatrales sin límite, lo que ayuda a colocarse en la tierra fértil pero peligrosa de los excesos, pero a la vez a huir de las restricciones que obliga el naturalismo rampante.
Textos que no son autoficción, que no cuentan asuntos de pareja, ni relaciones familiares, que incluso, si me apuran, se acercan de manera bastante importante a asuntos mucho más ambiciosos desde el punto de vista filosófico o cultural, en el sentido más stricto y profundo del término, por lo que se obliga, de manera consecuente a utilizar espacios escénicos no realistas lo que empuja también a interpretaciones que no se establezcan en el sicologismo ya que los personajes son más simbólicos que atormentados seres sicoanalizables. Todos estos elementos concurren, de manera no sistemática, sino por uso de instrumentos narrativos recurrentes o en modo experimentación en “Coronada y el toro”, “El Banquete” y “Paraíso Perdido”. Otros trabajos podrían incluirse, pero estos tres me sirven para dar ejemplo de lo que intento comunicar.
La obra de Francisco Nieva, “Coronada y el toro”, ya ha sido reseñada aquí, pero hay que insistir en la valentía de la dirección de Rakel Camacho por aprovechar las posibilidades de producción para hacer un gran espectáculo teatral, dejarse llevar por esa locura anarcoide de Nieva, utilizar el espacio de la Nave del Matadero de manera significante colocando al público en diversos planos de visión y proponer interpretaciones que abunden en lo grotesco, lo libertario, la teatralidad absoluta, la bacanal de colores, gestualidades, músicas, ritmos, y declamaciones delirantes. Aquí se parte de un texto dramático de primer grado de intensidad y calidad.
En la Nave 73 que está celebrando sus primeros diez años, se ofreció “El Banquete” a partir del texto de Platón, en una versión verdaderamente sugerente de Tony Galán y dirección de Adrián Pulido y con un punto de vista femenino, todos los poetas y filósofos son interpretados por actrices y solamente el narrador, que es a la vez el adaptador, y el esclavo, son varones a los que se les pone siempre en un brete debido a que no es solamente una versión sino una experiencia para hablar de asuntos que tienen que ver con la realidad, la autoría, la memoria y muchos temas subyacentes, pero todo formando parte de una puesta en escena que busca en la teatralidad, en los elementos puramente teatrales, sean del grado que sean, como fundamentos de su comunicación interpretativa, sin concesiones a nada más que a lo que sucede, al momento, a lo vivo y en directo con involucración directa con las espectadoras. Producción media de La ferviente compañía, con espacio escénico muy adecuado, es un descubrimiento de este colectivo.
Y por último el estreno en el María Guerrero de “Paraíso Perdido” a partir del poema épico de John Milton, con texto de Helena Tornero, dirección de Andrés Lima en una coproducción del CDN, con el Grec2022 y Focus, que proponen una auténtica orgía teatral, una exuberancia escénica, un teatro lleno de grandeza por su idea previa, un texto magnificente, fantástico, de una calidad y profundidad superlativas y que se plasma en un espacio escénico que puede semejarse al caos del principio de los tiempos y que partiendo de la mitología católica, se ofrece otra mirada más crítica, más apropiada a nuestros días y que tiene como fascinación escénica a dos actores, Cristina Plazas como Satanás y, sobre todo, Pere Arquillué como Dios. Una deidad escénica, una presencia rotunda, una dicción sugerente, una gestualidad que apabulla y que se convierte en algo casi sobrenatural, especialmente esa mano que todo lo controla. Y todo, todo, a base de teatralidad encendida, sin complejos, como lujo y como excelencia.
El estigma de la teatralidad como recurso antañón se acabó. Los dogmas de menos, es más, quedan en entredicho. El Todo Teatral, es Teatro que no sea otra cosa, ni quiera serlo, ni se camufle. En todos los casos y que no se escape, además de puestas en escena solventes, existen en repartos de primera calidad y con ruidos, truenos o textos exigentes, se entienden perfectamente. Existen actores y actrices buenos y si se les exige artísticamente, responden.