LA TERTULIA TEATRAL GARIBALDI DE MADRID
– «El público tiene la culpa porque su estulticia le impide discernir entre un teatro de autor español de calidad y un musical foraneo traido de Broodway».
-«La culpa es del empresario que sólo monta los bodrios extranjeros y no quiere apostar por los autores nacionales vivos».
-«No es eso; la culpa es la bazofia televisiva y de quienes la programan que ha estropeado el gusto del público por el plato exquisito del teatro». -«La culpa la tienen los políticos que no remedian esta situación. Todo empezó con Suárez, siguió con Calvo Sotelo, aumentó con Felipe Gonzalez y sigue creciendo con el actual Gobierno popular.
Y así van desgranando la ristra de su quejas, sus reivindicaciones, sus ideas, nunca clarificadas, siempre discutidas, sin que exista una unidad de criterios, un puñetero consenso, que les suponga una reclamación formal.
Todos los lunes, a las ocho y media de la tarde, en la calle San Felipe de Neri, en un bar llamado Garibaldi, junto a la plaza de Herradores y la calle Hileras, en el ya viejo corazón de Madrid que aún palpita, ha nacido esta tertulia teatral gracias a la constancia tesonera de un teatrólogo, don Manuel Gómez García, autor de un reciente libro de mil páginas, una excelente enciclopedia del teatro y que él modestamente llama diccionario, publicado por Ediciones Akal. Tan sólo por esto merecería una estatua allí mismo, entre el santo florentino y el patriota italiano. Ya no sería sólo Valle Inclán al que se le impone una bufanda simbólica cada año. Todos los que se dedican hoy en día al teatro (peores tiempos que los de Valle) merecerían el mismo honor. Y así Madrid se plagaría de estatuas y serían los turistas dinamarqueses quienes les pusieran las bufandas, para compensarles la falta de abrigo social. Y hasta alguno fingiría ser estatua, quedándose quietecito, trémulo de frìo, a que le arropasen de necesidad.
Otros sueñan con un Alcalde mecenas, que les pongan, a la puerta de su casa, una placa con su inscripción y sus amadas carátulas, «la prima que canta y el bordón que llora». Y los más progres en sueños, con la esquina de su calle, que en vez de decir «Abascal» vean su nombre y que los taxistas se lo aprendan de memoria y les lleven a bordo de su vehículo hasta su propia casa y figurar, mejor que en Internet, en el callejero de Madrid. ¡Asunto extraordinario sería, para ese Alcalde maravilloso, con dietas seguras en la posteridad, rendir el mejor de los tributos que se puede ofrecer, en vida, a los artistas, que en la era de la informática, sigue luchando por estrenar, abrir un nuevo teatro, formar otro grupo o ser contratados como actor o director de una Compañía escénica!
Pero no, que son vanos sueños, y así la tertulia Garibaldi, sigue adelante, de lunes a lunes, entre el humo fangoso de los cigarros, y las estentóreas voces de los compromisarios allí reunidos, como si estuvieran en un nuevo Bizancio, en el agujero negro del tiempo, conspirando contra los gobiernos del siglo IXX, y del XXI.
-«Tiene la culpa el público»
-«Son los empresarios»
-«Los políticos que dirigen el cotarro y no entienden un huevo de teatro».
No llega la sangre al río. Julio Riscal dormita, en su silla, recostado en la pared. Mendizábal (el autor) tiene la palabra. Por riguroso turno, que para eso don Manuel Gomez García es inflexible.
-Ahora el doctor Vallejo. Sigue Enrique Centeno. Jerónimo (López Mozo), te toca otra vez.
Todos son conocidos. Todos son allí famosos. Todos levantan la mano pidiendo la palabra, quizás porque no pueden hablar en otros foros. Ni en el santuario de su propio lecho, harta ya la familia de escuchar tan interminable letanía, mientras que en la tertulia, por riguroso turno, por exigencias del moderador que todos respetan, desahogan sus elucubraciones sin importar demasiado el rigor del tema planteado.
Del Madrid supermoderno de los edificios Picasso, de las torres de Europa, del metro de Gallardón, a las catacumbas de San Felipe Neri. De la Europa de las economías, progresista, sin tabaco y madrugadora, a la bohemia de antes de la primera guerra mundial. De los actores y artistas que se acuestan a las nueve y media, rendidos por su trabajo en la tele, el cine o el teatro, porque al dia siguiente tienen que estar en un estudio a las ocho, a los que se acogen a las reservas del café Gijón, que a su vez las heredó de Fornos o el Varela donde siguen trasnochando y levantándose a mediodía.
¿De quién es la culpa? ¿De los noctámbulos o los madrugadores? Vive en tu tiempo justo, compañero, sin adelantarte ni atrasarte un segundo. Como el reloj que sigue imperturbable su camino hacia el futuro. Uno mira el reloj de Sol con desconfianza. Coincide. Lástima. Yo hubiera preferido una estatua de sueños, pero ecuestre y con el dedo extendido, señalando a alguien, aunque una paloma lo escogiera para depositar dulce, su defecación.
PABLO VILLAMAR