La trituradora
La crisis se ha convertido en la gran trituradora de los logros sociales y culturales. Amparados por la terca realidad fomentada por el señor Mercado y su sobrina, los recortes y ajustes supuestamente económicos no son otra cosa que retrocesos políticos de incalculable trascendencia. Uno siente que la gobernanza es cuestión de unos intereses que nada tienen que ver ni con los ciudadanos, ni con los cargos electos, sino de algo que está más allá, muy por encima de la voluntad popular, y que rigen los destinos a base de una dictadura financiera que pone y quita gobernantes.
Por lo tanto la circunstancia actual, con un gobierno saliente, noqueado, y uno entrante, aterrizando, no es precisamente la situación más adecuada para sentirse optimista, pese a que los que llegan lo hagan con holgada mayoría absoluta para poder tomar decisiones que gusten a los que mandan allende las fronteras. Si se cuestiona la educación y la sanidad universal y gratuita, ¿qué se puede esperar de ciertos aspectos de la cultura de exhibición que es considerada como parte del ocio y el entretenimiento? Por lo tanto, contextualizada la actividad cultural dentro de los picadillos que dejará la trituradora, las Artes Escénicas van a sufrir, en buena lógica, una demolición incontrolada de estructuras, un tsunami presupuestario que puede convertir el año 2012, en un año trágico.
Situados ante esta realidad, ¿qué se puede hacer? Si en términos de producción, exhibición y distribución, la cuestión debe entrar en un territorio de mayor relación con los públicos, es decir ir directamente del co-pago actual al mercado, o sea, a porcentajes de taquilla para salvar parte de la actividad, es en el terreno de la creación donde se abren las mayores incógnitas. Porque nadie puede dudar que el sistema de producción influye, y de manera muy clara, en las creaciones, sean de la entidad y formato que sean.
Llegarán los monólogos, las obras de parejas, con temas de parejas, se considerará ya un atrevimiento las obras con cuatro personajes, propuestas como una solución de emergencia para muchos. Ello conlleva, además, que sean asequibles, es decir de humor, lo que provocará, sin lugar a dudas una saturación en unos pocos meses. En tiempos de incertidumbre, las prisas, las urgencias, son malas consejeras, y quien logre, por las razones que sean, mantener su personalidad, seguir en la senda de sus objetivos estéticos, será quien a medio plazo consiga hacerse con un hueco.
El problema reside en dónde coloca cada cual su línea roja. Porque en el sistema de producción actual, el que se empieza a resentir, se habían logrado avances sindicales, normalización contractual, mínimos salariales, lo que hacía que existiera un tejido más o menos consistente que formaba eso tan importante que llamamos la «profesión». ¿Puede la taquilla mantener esta normalidad laboral? Me temo que será difícil y que se volverá a la auto-explotación, a los cooperativismos camuflados, a la búsqueda casi de una actividad semi-clandestina para evitarse los grandes gastos de Seguridad Social e impuestos.
Nadie puede negar a nadie que haga teatro. En las condiciones que crea. Por afición, amateurismo, distracción o profesionalismo. Ya hay circuitos que se están completando con obras de grupos aficionados. ¿Se puede recriminar a la institución que lo haga algo que no sea desde una postura gremialista? ¿Qué es más importante el Teatro, o los profesionales del Teatro? Una contestación directa es que lo más importante, lo que hay que procurar es el Teatro hecho con los mejores profesionales. Y lo firmo y me pongo a la cabeza de la manifestación. Pero no estigmaticemos al teatro vocacional, al aficionado, porque en el sentido más estricto, hace exactamente lo mismo que la más grande compañía institucional. La diferencia es de calidad, de medios, de todas esas cosas que sabemos. Y nunca puede ser una competencia, ni real, ni desleal, sino otra manera de proteger el bien común llamado Teatro.
Fruto, quizás, de la propia trituradora, y como hemos reclamado siempre más atención al teatro de base, yo diría que al menos se mantenga una actividad teatral desde la afición, que en ocasiones son semilleros de grandes profesionales y hasta, me permito señalar, hay obras realizadas por grupos vocacionales, es decir, sin dedicación plena y exclusiva de todos sus miembros, que tienen suficiente categoría para estar en cualquier escenario, entre otras cosas porque dedican más horas, estudios, formación constante fuera de la urgencia productivista para conseguirlo.
Personalmente me encuentro más a gusto con aquellos que viven PARA el Teatro, que con los que viven DEL Teatro. Cuestión de matices. Una postura talibán, para que nadie se confunda.