La urna bicentenaria
El acendrado patriotismo que nos fue inoculado desde la niñez nos ha llevado a referirnos durante varias semanas a un hecho que no podíamos pasar por alto y es la celebración que está haciendo, a lo largo del año, del bicentenario de su independencia, el continente americano, al que nos debemos, en reconocimiento al gran desempeño histórico de su excelsa clase dirigente y a su vocación de progreso ilimitado para compartir con sus gobernados; pero además nos hemos estado refiriendo al tema, porque según algunos agudos teóricos, la independencia es cultura, y nosotros creemos que, por extensión, también es teatro. Estamos, pues, siendo consecuentes con las exigencias de este periódico, a sus columnistas, de abordar temas culturales, emparentados con las artes escénicas.
Sin embargo, hay algo adicional que también nos mueve a escribir sobre este episodio, cuyos olores aún se sienten en la vida cotidiana actual, porque al parecer nadie quiere perder de vista ese momento, debido a que la palabra independencia es algo que aún saborea la gente de América, y son ciertos hechos curiosos que se están produciendo en el marco de dicha celebración, en Santa Gracia, nuestro ejemplo más cercano, una ciudad con cuyo nombre y circunstancias el lector ya se encuentra familiarizado, muchos de los cuales están relacionados con la devoción de sus gentes por no perder de vista el pasado.
En Santa Gracia, la mirada al pasado es un hecho cotidiano. Su origen está en el deseo de su gente de encontrar las huellas de una historia, que puede ser la suya, pero sobre cuya existencia hay serias dudas, y que han hecho del recuerdo el principal motivo de vida de la población, y el cual han pretendido mantener intacto acumulando enseres emblemáticos, con cuyo contacto físico esperan adivinar cómo ha sido ésta, quienes suelen visitar museos para hacer ejercicios de imaginación histórica.
Hace pocos días la curiosidad de la gente de esa ciudad recibió un violento estímulo con la promulgación de la noticia de que había una urna, en cuyo interior se hallaban testimonios del centenario de la independencia, introducidos por distinguidos ciudadanos de la época, que dejaron bajo la custodia de su descendencia las tres llaves de las cerraduras con las cuales fue clausurada, después de advertir que sólo podía ser abierta un siglo después, es decir, en el bicentenario.
La promulgación de la noticia sobre la existencia de la urna se debió a las presiones generadas por rumores, y no por voluntad de la dirigencia actual, cuya intención era echar en el olvido este asunto, para matar el que más fuerza cobró y fue el que consolidó la creencia de que dentro de ésta había testimonios de doscientos años atrás, época sobre la cual una parte de la sociedad santagraciana, la opositora, aún está haciendo averiguaciones, para saber si la adversidad forma parte de su destino histórico, o si el caos que ha sido su historia hasta ahora se debe a la prolongación sistemática del pasado, pues consideran éstos que ya es hora de hallar los responsables de que sigan sucediendo las cosas que, de acuerdo con las crónicas sucedían entonces.
Los encargados de abrir la urna, empezaron a dilatar el ejercicio de su tarea, argumentando que no se encontraban las llaves. Entonces, urgidos por las presiones, procedieron a verificar el árbol genealógico de cada uno de los que se había llevado al bolsillo una llave, y creyeron haber cancelado el tema, no volviendo a hablar de él, pero la oposición, que había montado una vigilia al lado de la urna, recomendó usar la fuerza para abrirla, si era necesario.
No nos detendremos en los pormenores que antecedieron a la apertura de la urna, salpicados de muchas discusiones sobre el mal ejemplo que significaba para la sociedad emplear la fuerza contra un bien secular, pero sí queremos dejar constancia del que consideramos el más curioso de todos, y que consistió en la contratación de una multinacional de la cerrajería, cuyos operarios, para no ofender públicamente a nadie la abrieron sin testigos.
El interior vacío de la urna dejó a todos sorprendidos, pero la calma empezó a reinar de nuevo, cuando se conoció que sus paredes internas estaban tapizadas con oleografías del sagrado corazón de Jesús, porque todos, incluidos los opositores, vieron en el hecho una nueva oportunidad para iniciar una de esas históricas discusiones teológicas, que tanto gustan en Santa Gracia, y cuyo objetivo sigue siendo decidir qué es lo mejor, entre la libertad y la protección Divina.