La varita mágica
No dejo de sorprenderme. Mi capacidad de sorpresa ante la vida sigue viva. Me indica que la ingenuidad y la espontaneidad no me han abandonado y siguen aquí, conmigo, al pasar de los años. Os cuento. En las últimas semanas he tenido la sensación de vivir en un estado virtual a tres dimensiones con toda suerte de estímulos sensoriales. Como en las mejores producciones cinematográficas aún por llegar a nuestra pantallas he pasado por diferentes situaciones: un espacio galáctico flanqueado de cajas negras con ejércitos de decibelios dispuestos a romperte los tímpanos; espacios rectangulares en los que gargantas de «monstruos cuellicortos» – parafraseando a Maggie, la gata- y adolescentes con hormonas hirvientes se van boca afuera; espacios ingrávidos de referencia acústica donde flotan seres perdidos intentando que alguien les oiga y así existir. Y yo allí. Con la boca de par en par, que casi me faltaban las palomitas, escuchando los mensajes emitidos por nuestros protagonistas aterrizar en mi oído. Atónito.
En un primer momento me arrebata el impulso de buscar una solución que complazca a estos desesperados amigos. Vamos que estuve a un tris de meterme a hacer un remake de Indiana Jones, pero esta vez en busca de la varita mágica. Menos mal que un respingo de sensatez – algo se ha tenido que ir ganando con los años, la experiencia y el trabajo personal – me frenó de entrar en tal empresa de la que, por otro lado yo hubiera salido decoradamente airoso pero ellos, a la larga, muy mal parados. Y en un tris tras las miradas entre admiradas y suplicantes que me hacían objeto de su salvación se fueron al garete. En su lugar emergían las miradas de exigencia férrea, desencanto e incluso cierto desprecio. Recibe eso y estate con ello!!! Vamos que apareció lo que suele habitar debajo de las miradas idolatrantes cuando les dices que, Humm, lo siento, pero no, no hay varita mágica.
¿La técnica vocal no sirve para que me aguante la voz mientras doy instrucciones y pego saltos aeróbicos al son multidecibélico del último remix bacaladero? ¿No puede la técnica vocal solucionarme el caos en las clases de educación? Y suma y sigue de reacciones de escandalosa estupefacción. Y, el mega escándalo interior aumenta – se ve en la contracción de las caras – cuando señalas que, hay que aprender a regularse, que contra todo no se puede competir porque nuestra garganta es una garganta mortal y no divina, ni si quiera es una garganta fabricada por Acme- ¡si hombre, la fábrica de artilugios utilizados por el coyote de Correcaminos! – ni por Loterías del Estado con la que tus sueños se harán realidad. Sí, la salida pasa por averiguar cuál es el origen del problema y buscar otras soluciones y que, como dice una colega de fatigas, la técnica consiste, a veces, en…… callar.
La técnica vocal no es una varita mágica que te permite huir de situaciones originadas en, por ejemplo, un empresario ahorrativo que no provee de micrófonos a sus trabajadores; un sistema educativo –sudor de terror me baja por la espalda de imaginar lo siniestro de las palabritas, y si no me creéis, leer a Alice Miller – que, obviamente, no funciona pedagógicamente ; unos espacios para actuaciones elegidos por todo tipo de criterios menos pensando en la necesidades del actor. Pero, claro, de entrar aquí, ¡ni hablar! ¡No sea que algo se mueva!! No cuestiones nada que hay que comer!, y dame técnica vocal para salvar el problema. O sea, que ponme cuarto y mitad y eso sí, a buen precio, y rapidito y oye, a propósito, ya que estamos, no me harías una rebajita, que con los tiempos que corren. Y, es que señores y señoras protagonistas de estás películas, la salida no es por ahí, como dice la canción. Huy, de esta, alguno no me vuelve a contratar. Y que nadie me mal interprete, soy consciente de las situaciones, pero no es posible responder coherentemente y con responsabilidad a las expectativas surrealistas. Al menos, yo no quiero.